En la familia Antón, la limpieza no era una tarea: era una forma de vida. Desde chica, Natalia recuerda a su padre, Arturo, llevando y trayendo máquinas, supervisando equipos y saludando al portero del edificio de Los Andes como si fueran viejos amigos. “Media vida mía me la pasé en la planta del diario. Era como entrar a mi casa”, dice ahora, desde su nueva vida en Valencia.
Si bien Natalia siguió su propio camino en la juventud -se recibió de maestra jardinera y luego de licenciada en Ciencias de la Educación- el legado familiar la terminó acompañando en el destierro. “Yo pienso que hay destinos que no se evaden”, asegura la mendocina de 46 años, madre de tres hijas y emprendedora por vocación.
Natalia Antón vive desde febrero de 2022 en la ciudad española de Paterna, a diez minutos del centro de Valencia. Junto a su esposo, Daniel Benavente, abrió este año Old Garage Valencia, un lavadero artesanal para autos de alta gama con estética vintage y un nivel de detalle obsesivo. “Estamos hasta dos horas y media adentro de un auto. Damos vuelta cada rincón con hisopos. Es un laboratorio”, cuenta. El proyecto ya tiene clientela fiel, reseñas elogiosas y hasta una marca registrada.
Prepararse para el destierro
Pero nada fue de un día para el otro. El vínculo de Natalia con España venía de antes. “En 2007 vine por primera vez de mochilera. Estuve más de un mes recorriendo Europa. Yo quería hacer mi tesis en Madrid, y no quería volver”, recuerda. En 2016 volvió con sus hijas, en 2019 viajó con su marido. En paralelo, fueron gestionando la ciudadanía española y madurando la decisión. “Hicimos todo bien pensado, a paso de hormiga, hicimos un fuerte entrenamiento físico y psicológico antes de emigrar”, resume.
La mudanza implicó un quiebre profundo. En Mendoza, Daniel trabajaba en la empresa familiar de limpieza junto a sus hermanos. Natalia, además de dar clases en tres institutos, cocinaba durante la pandemia para sus vecinos del barrio privado donde vivía. Y claro que la casa propia y una red sólida de amistades hacían más difícil la partida. Pero la inseguridad, dice, fue determinante: “Nos preocupaba tener una hija que no pudiera viajar sola. Criarla en una burbuja. Y también queríamos un desafío”.
Cuando fallecieron su madre y su suegra, la decisión se precipitó y Natalia supo que era el momento de buscar un nuevo horizonte. “Sabíamos que veníamos a España sin laburo, pero con algo de plata, la ciudadanía, y un conocimiento del sistema. No le vendimos humo a nadie. Lo que hicimos allá y acá fue a puro pulmón”, cuenta orgullosa.
familia antón
La familia mendocina ya decidió poner su casa de Las Heras a la venta. "Ya no volvemos", avisan. | Foto: gentileza
El 17 de febrero de 2022, el matrimonio aterrizó en Valencia con Alma, Lola y Juana, sus tres hijas, actualmente de 18, 15 y 12 años. La adaptación fue inmediata pese a los propios temores iniciales como madre. “A las dos semanas ya teníamos departamento y colegio. Las chicas se sienten libres -dice-. Se juntan con amigas en lugares neutros. No extrañan nada”.
Hasta que llegó el lavadero vintage
Mientras su esposo Daniel trabajaba como autónomo, Natalia pasó por tres empleos distintos: cocina en una cadena internacional, cuidado de una paciente con Alzheimer y un restaurante italiano.
Hasta que un día, con algo de dinero ahorrado y más afincados en la ciudad española, a la pareja se les ocurrió una buena idea para independizarse con lo que ambos más sabían hacer: crear un lavadero vintage para autos de alta gama. “Nada de rotación extrema. Queríamos hacerlo bien. Todo artesanal, con mucho detalle. Tengo hasta 100 tipos de hisopos para cada rincón del auto. Al poco tiempo de montar la empresa nos fue muy bien y empezaron a llegar autos de todo tipo”, explica Natalia.
vintage
Vintage. El lavadero tiene estética pensada y armada por Natalia. Además sirven café y ofrecen wifi para las casi 3 horas que demoran en limpiar un auto. | Foto: gentileza
Desde un Audi Q8 hasta un Tesla, pasando por uno más viejo y sucio, todos reciben el mismo tratamiento. “No es solo el auto que queda impecable. Es el trato, el aromatizador, el detalle. A los coches con niños les dejamos una sorpresa: cositas del muñeco capibara, pelotas playeras…Al del Tesla la pelota no le interesa, pero el aromatizador sí”, describe.
La esquina donde se instalaron, cerca de la entrada de Paterna, fue clave. “Tuvimos factor suerte. Pero también lo supimos hacer. Yo crecí en esto. Sé vender un buzón si hace falta. La atención no puede decaer”.
Las raíces aquí y los sueños allá
Natalia no se engaña con idealizaciones. “España no es la cuna del romanticismo educativo, pero hay orden. Las cosas funcionan. Tenemos la heladera llena, estamos seguros, estamos bien por todo lo que me vine es por lo que me quedo”, afirma Antón. Aunque asegura que volvería a Mendoza “sin vergüenza”, la decisión ya está tomada. “Justo esta semana pusimos nuestra casa de Mendoza en manos de la inmobiliaria. Lo hablamos con todos. Nadie quiere volver”.
De Mendoza extraña poco. “Tal vez las amistades. Pero ese tipo de vínculo cotidiano, de mate en casa de alguien, no va a pasarte otra vez. No por este lugar, sino por la edad. Uno también cambia”. En su balanza, el presente pesa más que la nostalgia.
Con el negocio en marcha y las hijas bien adaptadas, Natalia proyecta a futuro: “Registramos la marca. Capaz expandamos. Nunca se sabe”. La misma lógica que guió toda esta movida: animarse, trabajar mucho y sostener lo que se elige. “Nuestra frase de lucha siempre fue vivir como piensas, aunque cueste”, dice. Y aunque el desarraigo duele, siente que hoy el balance es claro. En Valencia, encontró la estabilidad y la libertad que buscaban como familia. Y por ahora, eso alcanza.
“Media vida mía me la pasé en Los Andes”
“Con mi papá limpiamos el diario Los Andes durante muchos años”, cuenta Natalia. Se refiere a Arturo Antón, su padre, fundador de una empresa de limpieza que marcó la historia familiar. “Media vida mía me la pasé en la planta del diario. Era como entrar a mi casa”.
Durante años, el ingreso al edificio significó mucho más que un trabajo: era un universo conocido, de saludos, olores, máquinas, papel. “Cuando mi viejo perdió el vínculo con el diario porque las épocas fueron cambiando fue un golpe duro para la familia. Él nos enseñó lo que era este rubro. Yo lo acompañaba, aprendí un montón ahí”, recuerda.
Ese legado resuena hoy, a miles de kilómetros, en su lavadero artesanal montado con el mismo espíritu: cuidado, detalle, dedicación. “Esto que hacemos en Valencia es lo que mi papá hacía en Mendoza. Dar vuelta un auto como se daba vuelta una oficina”, concluye orgullosa.