La psicología revela que la dificultad para estar solo está ligada a experiencias tempranas en la infancia. Este fenómeno afecta la salud emocional y social, y la ciencia continúa explorando cómo los vínculos tempranos moldean nuestra necesidad constante de compañía y afecto.
Hay personas que no soportan estar un rato a solas. Necesitan hablar, enviar mensajes, encender la televisión o salir de casa aunque no tengan un motivo claro. Para muchos, el silencio se vuelve una amenaza, y la soledad, una pesadilla. No se trata solo de una preferencia: en ciertos casos, esta necesidad constante de compañía esconde heridas emocionales profundas que, si no se detectan a tiempo, pueden condicionar la vida adulta.
Lo curioso es que quienes experimentan este miedo a la soledad pueden tener amigos, pareja, trabajo, hijos o múltiples actividades. Sin embargo, sienten una ansiedad creciente cuando no están acompañados, incluso si están rodeados de estímulos. ¿Qué hay detrás de esta angustia? ¿Por qué a algunos les pesa tanto estar solos y a otros no?
La respuesta no está en el presente, sino en la infancia
Según investigaciones recientes publicadas por el Child Mind Institute, la capacidad de una persona para tolerar la soledad está profundamente ligada a sus vínculos tempranos. La forma en que se construyó el apego con sus cuidadores en la infancia puede determinar cómo enfrentará la soledad en la adultez.
Los expertos en psicología infantil coinciden: quienes crecieron en entornos emocionalmente inestables, sin afecto constante o con vínculos inseguros, tienen más probabilidades de desarrollar dependencia emocional en su vida adulta. Para estos individuos, la soledad puede ser interpretada como abandono, rechazo o falta de valor.
Un estudio realizado por la Universidad de Harvard sobre desarrollo adulto (uno de los más longevos del mundo) mostró que las personas con un apego seguro durante la infancia tienden a establecer relaciones más sanas y también a disfrutar del tiempo en soledad como una oportunidad de introspección y autocuidado. En cambio, quienes tuvieron un entorno de educación emocional deficiente presentan dificultades para autorregular sus emociones cuando están solos.
El “pánico al vacío” y sus consecuencias en la salud emocional
El problema de no poder estar solo no es menor. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la soledad mal gestionada se asocia con ansiedad, trastornos del sueño, depresión e incluso con una percepción negativa de uno mismo. Además, la búsqueda constante de compañía puede llevar a decisiones impulsivas en las relaciones, como aceptar vínculos tóxicos por miedo al abandono.
Lo más llamativo es que muchas veces estas personas no logran identificar el origen del malestar. Dicen frases como “me aburro cuando estoy solo” o “necesito tener algo encendido todo el tiempo”, sin darse cuenta de que su incomodidad no proviene del presente, sino de carencias afectivas del pasado.
¿Y si me da vergüenza admitirlo?
Muchas personas sienten vergüenza de aceptar que no pueden estar solas, por miedo a ser vistas como débiles, inmaduras o dependientes. Este tabú social refuerza el problema: en lugar de buscar ayuda, quienes lo padecen lo ocultan o lo disfrazan. Según un informe de Psychology Today, esta represión puede intensificar la ansiedad y alimentar un círculo vicioso de dependencia emocional.
image
Qué significa no soportar estar solo, según la psicología: la respuesta está en la infancia
Además, la cultura actual, centrada en la productividad y la vida social activa, castiga el descanso, el silencio y la introspección. La idea de “estar solo” se vincula a menudo con la tristeza o el fracaso, lo que alimenta una visión distorsionada de la soledad como algo negativo, cuando en realidad puede ser una herramienta valiosa de crecimiento personal.
Aprender a estar solo también se educa
La buena noticia es que la tolerancia a la soledad se puede entrenar, como cualquier habilidad emocional. A través de terapia, ejercicios de mindfulness, actividades creativas y espacios de reflexión, muchas personas logran transformar esa sensación de vacío en una oportunidad para conocerse mejor.
Los especialistas en salud mental recomiendan empezar por pequeños pasos: desconectarse de las pantallas por un rato, salir a caminar sin compañía, escribir un diario o practicar la meditación. Lo importante no es aislarse, sino aprender a disfrutar del vínculo más duradero que tendremos en la vida: el que tenemos con nosotros mismos.
Aceptar la soledad como un estado válido y necesario es parte de una educación emocional saludable. Lejos de ser un signo de debilidad, poder estar con uno mismo es una forma profunda de fortaleza y autoconocimiento.