Al caminar por parques, plazas o zonas arboladas, podés cruzarte con bolsas negras colgando de árboles. Aunque parezcan basura o alguna intervención urbana, su presencia está lejos de ser casual. Estas bolsas cumplen una función crucial relacionada con la ecología, el cuidado de los árboles y el control de ciertas plagas peligrosas para la salud humana y animal.
¿Qué son esas bolsas negras y por qué están en los árboles?
Lejos de tratarse de residuos o instalaciones improvisadas, estas bolsas negras son trampas ecológicas diseñadas específicamente para combatir a las orugas procesionarias, una plaga forestal que avanza silenciosamente por distintas zonas del país.
Estas larvas se mueven en fila, como en una procesión, y están recubiertas de pelos urticantes que pueden causar reacciones alérgicas severas, incluso si no hay contacto directo.
El viento puede transportar estos pelos y provocar picazón, ronchas, irritación ocular o hasta dificultades respiratorias en personas y animales.
Las trampas funcionan sin químicos: aprovechan el momento en que las orugas bajan del árbol para enterrarse y transformarse. Al hacerlo, caen dentro de la bolsa, donde quedan atrapadas y se secan en un ambiente cálido y oscuro.
Plagas silenciosas que afectan la salud y el ambiente
Aunque las bolsas negras no representan un peligro directo, acercarse demasiado puede ser riesgoso si alguna larva o pelo tóxico logró salir al ambiente.
Por eso, la recomendación es no tocarlas, no abrirlas y no permitir que niños o mascotas se acerquen.
Para mantener la trampa estable, muchas veces se le agrega arena o algún material pesado, lo que evita que se mueva con el viento y que los pelos se dispersen más allá del árbol afectado.
Este método se utiliza cada vez más en zonas verdes, especialmente donde hay pinos y cedros, especies preferidas por estas orugas.
En muchos casos, las copas de los árboles también muestran nidos de seda blanca, otra señal clara de la presencia de la plaga.