En el siglo XIX, exponerse ante una cámara era totalmente distinto a lo que hoy tenemos a nuestro alcance y sonreír no era una opción por varias razones.
Pasar mucho tiempo inmóvil no era una opción para una sesión de fotos.
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WEBLa seriedad de los rostros en fotografías antiguas y su exposición ante las primeras cámaras, tenía un sentido. Y es que tomar fotos no era algo instantáneo como ahora, ya que en el siglo XIX, lagente tenía permanecía inmóvil durante muchos minutos para una sola foto en tono sepia.
Mantener unasonrisa durante solo un minuto completo es llamativamente difícil y se vuelve antinatural enseguida. Una sonrisa es una reacción rápida, y como lo indican las fotos antiguas era imposible mantener una sonrisa durante tanto tiempo y eso justifica sus expresiones agrias y formales.
Exponerse ante una cámara era sinónimo de vergüenza y timidez y sus expresiones faciales serias eran una respuesta a ello, como en los retratos pintados que las precedieron. Sentarse para ser retratado llevaba horas, así que sonreír no era una opción, a excepción de algunas mínimas reacciones en las facciones.
A su vez, en la época, poder sonreír generalmente era sinónimo de tonto o borracho. Y también se lo atribuía a no mostrar los dientes por su mal estado, dónde las clases altas lo atribuían a una falta de etiqueta. Era indigno.
El historiador de arte Nicholas Jeeves escribió en Public Domain Review y se refirió a que sonreír era indicio de imprudencia y perduró bastante en el tiempo, incluso después de que la marca Kodak creara cámaras instantáneas que no presentaban el problema de los tiempos de exposición prolongados. En ocasiones felices, las personas no mostraban ni un rastro de alegría en las fotografías que las documentaban.
Culturalmente, se normalizó capturar, mostrar y ver todo tipo de emociones en los rostros de las personas. A medida que nos acostumbramos a eso, los retratos fotográficos comenzaron a retratar a las personas con diversas expresiones en lugar de intentar crear una imagen neutral del rostro de una persona.
Cambiar nuestra percepción de los retratos fotográficos antiguos nos ayuda a recordar que la gente de entonces no era un grupo de amargados, sino que no experimentaban una gama tan amplia de emociones como las de la actualidad.