Resulta curioso, o aterrador, advertir que hoy para ministros de cultura, gobernadores y muchos docentes, educar es corromper. Por eso, la literatura que debe incluirse en la currícula de niños y jovencitos debe ser, específicamente, pornográfica - y de la dura. Y que para ello, para cumplir este objetivo, se ha editado una amplia colección de autores titulada Identidades bonaerenses que se reparte, con espléndida generosidad- los que las reparten, no los que las escriben que se han juntados sus buenos pesillos- a escuelas y bibliotecas de toda la república. De esta colección he tenido el disgusto de leer dos: Cometierra y Las aventuras de la China Iron. El argumento de ambos libros no vale ni la más mínima reseña y el uso de la lengua castellana - que es una de las prioridades, segunda en relación con el sentido y el valor pedagógico en la inclusión de un texto en un programa de Literatura para niños en formación- menos aún. Lo único que llama la atención y queda desgraciadamente en la memoria en ambos textos es el famoso contenido pornográfico, detallado al extremo y acompañado de imágenes sensoriales, táctiles específicamente, que incluyen genitales, boca, pechos y fluidos, y penetran indefectiblemente en la conciencia del lector. Más aún si la imagen está escrita que si solo es visual porque en la descripción se detallan reacciones sensoriales que la imagen visual no puede transmitir. Y esto es así porque la literatura, y esto es literatura de la peor, si de eso se trata la discusión, tiene un enorme valor pedagógico, es decir, conductivo. Si un niño lee a Emilio Salgari es muy pero muy probable que se disfrace de Sandokán y ande saltando de sillón en sillón abordando barcos imaginarios, de ingleses preferentemente, hasta que su mamá le grite un sosegate y le haga ordenar el desquicio. Cuando en Las ranas, una de las comedias de Aristófanes, Esquilo le pregunta a Eurípides – los dos más altos poetas de la literatura griega- “¿Por qué razón hay que admirar a un poeta?”, Eurípides le contesta: “Por su destreza y su capacidad educadora, y porque hacemos mejores a los hombres de la ciudad”. Esquilo sigue: “Y si no has hecho eso, sino que como resultado de tus enseñanzas se han hecho unos criminales los que eran nobles y honrados, ¿qué dirías que mereces?”. Eurípides contesta: “La Muerte”.