De héroes económicos y villanos culturales

El Congreso acaba de darle a Javier Milei su primer presupuesto nacional, donde el tema educativo fue el único que generó polémica. Por su lado, el presidente acaba de darle a sus ministros un libro a partir del cual les propone librar la batalla cultural. Batalla que explicitará en el foro de Davos si repite la misma cantinela que el año pasado.

El principio, el basamento central de la filosofía que defiende a ultranza Javier Milei, el anarcolibertarismo no es en absoluto (salvo en algunos aspectos económicos) una rama del liberalismo, sino una forma extrema del conservadurismo de derechas. Milei siempre repite que "el liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad". Muy linda idea, pero el problema es que la interpretación anarcolibertaria de esa frase liberal, según la filosofía de los grandes maestros conceptuales de Javier Milei (Murray Rothbard y Walter Block) no es tan idílica, porque para ellos la "no agresión" implica dejar sin castigo legal a actividades ilegales o que rozan lo ilegal. La defensa de la vida se circunscribe a la prohibición del aborto. Mientras que la libertad no tiene el significado maravilloso que le dio el hombre a lo largo de los siglos para luchar contra todos los abusos, dictaduras, esclavitudes y totalitarismos (de izquierda, pero también de derecha), sino que se limita solamente a la libertad para proteger contra viento y manera, de manera irrestricta, a la propiedad privada, y mientras más concentrada mejor porque la concentración habla de un empresario más exitoso, más heroico. O sea que es una apología de la propiedad privada y nada más. Nada condenable, salvo cuando se la considera altruista.

Estamos hablando de una ideología donde la "justicia social" es maligna y comunista, y donde los "monopolios" son grandes benefactores sociales. Y no interpretamos, solo citamos literalmente frases repetidas una y mil veces por Milei, como "su" modo de entender la vida. Y su deseo de llevarlo a la práctica. Algunos preceptos desde ya mismo, como devenir un "topo" dentro del Estado, cuya finalidad no es la de morigerar sus defectos sino la de destruirlo para reemplazarlo por el mercado. Y otras a más largo plazo (incluso hasta 200 años, dijo alguna vez) como la venta libre de órganos humanos y la compraventa de niños, dos de las grandes propuestas de Murray Rothbard. El mismo "profe" que propuso abolir los bancos centrales en favor de lo que se conoce como banca libre, es decir, la libertad de los bancos privados para emitir sus propias monedas compitiendo entre sí en el mercado. Quizá la única idea, hasta ahora, de Rothbard que Milei intentó llevar a cabo en su gobierno generando el Libra gate, motivado por su convicción (nosotros no hablamos ni denunciamos corrupción alguna, porque de haberla eso es un tema de la justicia, no de la opinión) de querer apoyar una moneda privada que compitiera con el peso y hasta con el dólar que son monedas producidas por los malignos Estados. Así le fue, y así le sigue yendo, con juicios y más juicios por haberse aliado -conscientemente o no- con facinerosos disfrazados de modernos financistas.

Sin embargo, lo más extraño de esta delirante "filosofía de la vida" (de algún modo hay que llamarla) es el alto auto aprecio moral que se tiene de sí misma y que se verifica en esta definición de Rothbard. "La compra venta de niños suena a primera vista una cosa monstruosa e inhumana, pero una mirada más atenta descubre que este mercado posee un humanismo más elevado".

Entramos acá en la gestación de un nuevo sujeto histórico introducido en la batalla cultural argentina por Javier Milei: los "héroes económicos", esas personas que, vendiendo órganos o comprando niños, hacen que el mercado determine el bien y el mal. Yendo a un terreno más pedestre, Milei suele llamar héroes económicos a los grandes empresarios, pero también a los que guardan dólares en el colchón, porque así se defienden de la confiscación estatal. Seguramente los vendedores de órganos y de niños son sin más delincuentes, mientras que nada tienen de criminales los que atesoran dólares, pero lo hacen por mera sobrevivencia, no por heroísmo económico, ni por ningún otro tipo de heroísmo. Querer ganar mucho dinero o querer impedir que los bancos te expropien tus dólares mediante corralitos o corralones, son cuestiones enteramente respetables, pero no por ello son heroicas. Porque entonces se invierten todos los términos morales universales.

En el Milei modelo 2026, a Rothbard se le suma Walter Block, de quien regaló un libro de su autoría a todos los miembros de su gabinete a modo de presente navideño y a fin de que estudien (suponemos para aplicarlas en sus respectos ámbitos de acción) los axiomas del autor. Un economista que piensa que "cualquier intento estatal de sancionar la difamación (mediante la difusión de la mentira o la información falsa) constituye una restricción indebida a la libertad de expresión". El problema es que en lo que va de su gestión Milei no se cansó de iniciarles juicio a todos los que él cree que lo están difamando, en particular a sus odiados periodistas. Acá el discípulo contradice a sus mentores. Como cuando afirma que los monopolios son económicamente positivos y meritorios y los monopolistas son héroes económicos... excepto si los realizan aquellos a los que él considera sus enemigos ideológicos.

Walter Block es aún más extremista que Rothbard, tanto que defiende sin cortapisas "el blanqueo de dinero realizado por actores privados" eliminando de un saque la figura delictiva del lavado, por el que está siendo juzgada, entre otros, Cristina Kirchner.

Cayendo ya en lo risible, si no fuera porque es para llorar, Block sostiene que arrojar residuos en la calle es una conducta aceptable, mientras no los tiren en una propiedad privada. Defiende, también, a ultranza el trabajo infantil diciendo que "quien contrata niños es tan amable y benevolente como cualquier persona porque la institución del trabajo infantil es honorable". No contento con tamaña desmesura, avanza un paso más y se transforma en el principal defensor libertario (en esto ni Rothbard está de acuerdo con Block) de los contratos de esclavitud voluntaria, porque si "es un contrato de buena fe, de ser derogado se produce el robo". Abraham Lincoln debe estar saltando en su tumba, y no precisamente de alegría.

Haciendo un solo paquete con todas estas excentricidades podemos encontrar al buen "pobre", a ese que no es utilizado por el comunismo, a ese que el anarco libertarismo pone de ejemplo, en aquel desvalido urgido por la necesidad y por el hambre que primero vende a un hijo, luego un ojo o un brazo, y al final, si con todo eso no le alcanza, se hace esclavo para que su familia puede comer. Todo en nombre de la sacra libre oferta y demanda, de la lucha contra el demonio estatal en pos de la plena libertad de mercado. Es una filosofía, reconozcámoslo, un poco rara, o tal vez los que no la entendamos es porque, aún sin saberlo, seamos comunistas o cosas peores. Pero no nos detengamos, porque nos queda aún viajar al fondo del corazón libertario de este singular ensayista. Donde se lo puede observar enteramente desnudo en su deleznable pensamiento.

Es que Block defiende como una práctica enteramente respetable al "chantaje", porque, salvo "alguna víctima inocente", pone al desnudo a dos grupos de indeseables sociales, que son contra los que esencialmente van los "chantajistas" (que por supuesto, son héroes económicos). "El primer grupo está compuesto por criminales: asesinos, ladrones, estafadores, malversadores, evasores de impuestos, violadores, etc". Y al ponerlos al descubierto, el chantajista le presta un servicio a la sociedad, delatándolos. Claro que nada dice Block de si el chantajeado le acepta el chantaje y le paga lo que pide, con lo cual el chantajista, suponemos, devendría un cómplice del criminal. Pero suponemos nomás, porque a esta altura, ya estamos plenamente confundidos. Block nos ha hecho perder toda noción de donde está el bien y donde está el mal. Pobres los ministros mileistas que deberán leerse el libro entero (del cual, para colmo, hay varios tomos más).

Sin embargo, tanto o más que los criminales, los que "en serio" merecen ser chantajeados, no lo son por cuestiones económicas, sino más bien de "batalla cultural". Dice textualmente Block: "El otro grupo consta de gente que participa en actividades que no son ilegítimas en sí mismas, pero que son contrarias a la moralidad y hábitos de la mayoría: homosexuales, sadomasoquistas, pervertidos sexuales, comunistas, adúlteros, etc". Fíjense bien, de modo bastante parecido a lo que hizo Milei en Davos comparando a la homosexualidad con el abuso infantil y la pedofilia, Block considera pervertidos, aparte de a los homosexuales, a los comunistas... y hasta a los adúlteros. Frente a los cuales, finaliza, "la institución del chantaje tiene efectos beneficiosos". La delación llevada a su máxima y miserable potencialidad. La delación de la vida privada como principal virtud anarcolibertaria. ¿Realmente se puede defender eso?

Lo cierto es que al final todo se reduce a lo que el presidente de la nación argentina considera el debate fundamental según lo ha dicho una y un millón de veces: librar la batalla cultural contra los enemigos de la libertad. Rothbard y Block lo explican claramente, y Milei se encarga de divulgarlo a sus principales espadas a fin de que se armen argumentalmente para la guerra que vendrá.

Una guerra donde los héroes económicos serán los nuevos sujetos de la transformación histórica, los soldados de la libertad, y donde los villanos culturales (los principales enemigos de los primeros) son aquellos que están infiltrados en los tugurios del mal, donde la enfermedad woke ha devenido plaga tipo covid: las universidades públicas y los institutos estatales de ciencia y tecnología, cuyas leyes protectoras se pretendió derogar (sin lograrlo) y cuyos pisos presupuestarios se pretendió bajar (lográndolo) mediante el presupuesto nacional 2026 recién aprobado.

Es que de eso se trata la batalla cultural, de eso y nada más que de eso: de poner frente a frente a los héroes económicos (chantajistas, traficantes, esclavistas) versus los villanos culturales (académicos, científicos y sus pérfidos divulgadores, vale decir, los periodistas, esos a los que nunca odiaremos lo suficiente).

Una verdadera pena y una enorme oportunidad perdida, porque si Javier Milei pusiera las mismas energías y la dedicación casi devocional que le presta a esa estéril, inútil y para colmo negativa batalla cultural saturada de ideologismo, negadora de la realidad y profundamente divisionista, para realizar, en cambio, una profunda revolución educativa (que es lo que hoy la Argentina necesita sí o sí para devenir un país desarrollado en serio), podría parangonarse como el más grande continuador de Sarmiento. La historia está llamando a su puerta, pero no la está escuchando por esos tontos prejuicios de creer que dentro del sistema educativo se incuba el huevo de la serpiente del wokismo, en vez de animarse a separar la paja (que es poca) del trigo (que sigue siendo mucho). Con lo cual, seguramente, si hace tal distinción razonablemente bien, podrá desenterrar las raíces que aún deben seguir vivas del proyecto educativo que durante más de un siglo nos hizo ser el gran país de clase media de América Latina, Europa en América. Y adaptar esas raíces al tiempo que viene.

Sin embargo, lamentablemente, lo más probable es que dentro de unos pocos días, a mediados de enero, cuando Javier Milei exponga nuevamente en el foro económico de Davos, reivindique -como hizo el año pasado- las ideologías cavernícolas de sus admiradores profesores anarcolibertarios. Nosotros, sinceramente, desearíamos que no lo hiciera. Hay tanto de buen y sano liberalismo en eminencias como John Locke, Adam Smith, Juan Bautista Alberdi, Mario Vargas Llosa... que duele ver como nuestro presidente se dedica a defender chantas impresentables como Murray Rothbard o Walter Block.

Lo mejor sería que en Davos Javier Milei hable de economía liberal (no libertaria), esa en cuyo resultado exitoso tienen depositadas las esperanzas todos los que lo votaron, y algunos otros más también, en vez de perderse en los delirios de las nubes de Úbeda de las pavadas libertarias que siguen siendo una excentricidad de minorías. Mientras que Javier Milei es un presidente elegido legítimamente por millones de argentinos no para que los conduzca a librar ninguna batalla cultural, sino para que los ayude a tener una vida mejor.

* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]

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