Byung-Chul Han no hace TikToks ni da entrevistas performáticas. Su rebeldía es silenciosa, su revolución es de pensamiento. Con su característica calma, este filósofo surcoreano -que escribe como si estuviera cortando con bisturí la piel de nuestro presente- acaba de ganar el Premio Princesa de Asturias 2025 en la categoría de Comunicación y Humanidades. Sí, el mismo premio que alguna vez levantaron Quino (2014), Les Luthiers (2017) y hasta Google (2008). El jurado lo premió por su "brillantez para interpretar los restos de la sociedad tecnológica".
"Su obra revela una capacidad extraordinaria para comunicar de forma precisa y directa nuevas ideas en las que se recogen tradiciones filosóficas de Oriente y Occidente. El análisis de Han resulta sumamente fértil y proporciona explicaciones sobre cuestiones como la deshumanización, la digitalización y el aislamiento de las personas. Su mirada intercultural arroja luz sobre fenómenos complejos del mundo contemporáneo y ha encontrado un amplio eco entre público de diversas generaciones", describió el jurado de la Fundación el pasado miércoles.
El comunicado no termina de explicar el fenómeno de un filósofo que suscita tal entusiasmo entre los anaqueles de las librerías de todo el mundo que, desde hace por lo menos diez años, es un bestseller de su disciplina. Sus libros, en general breves, se agotan rápidamente, y su nombre se difundió incluso en las mismas redes sociales, donde sus demoledores pensamientos, cortos como aforismos, levantan la admiración de los incautos, por saber explicar de forma tan concisa fenómenos de la era digital.
Las claves de su filosofía
Nacido en Seúl en 1959, estudió Literatura Alemana y Teología en Múnich y se doctoró en Filosofía en Friburgo, con una tesis sobre Heidegger. Después, compartió pasillos con Peter Sloterdijk y terminó como profesor en la Universidad de Bellas Artes de Berlín. Pero lo suyo nunca fue el academicismo rígido: Han escribe para el lector común que sospecha que algo no anda bien en el mundo contemporáneo, pero no sabe cómo nombrarlo.
La Fundación Princesa de Asturias destacó su “mirada intercultural” y su capacidad para conectar con públicos de todas las edades. Es cierto: Han es un intelectual que trasciende generaciones y culturas, y puede amalgamar el budismo zen con el idealismo hegeliano sin contradicciones aparentes (una falta de rigor que le ha valido más de una crítica por parte de sus colegas). Por eso fue traducido a decenas de idiomas y premiado también en Francia y Austria.
Es que en un mundo donde la ansiedad se mide por likes, los vínculos caducan como stories y el rendimiento personal se ha vuelto en la nueva religión, este filósofo supo encontrar la forma de llevar la filosofía a las nuevas audiencias. Allá por 2014, cuando nadie hablaba de posverdad, Big Data o el internet de las cosas, sus nos alertaban sobre el mundo que estaba tomando forma.
En lugar de los extensos, y densos, libros filosóficos de antaño, él iba a lo breve. Un estilo que logra empatizar con la era de los 140 caracteres: sabe condensar sus ideas profundas en frases cortas, metáforas asombrosas, con líneas de razonamiento que serpentean en general hacia un desenlace con impacto garantizado. Si algunos autores supieron "narrar por knock out" en un cuento, él aprendió el término y hace lo mismo en la filosofía.
Pero además, Byung-Chul Han no se parece a ningún otro filósofo. No es un divulgador carismático a lo Slavoj iek, no hace shows como Darío Sztajnszrajber, no creó conceptos megapopulares como Zygmunt Bauman ni tampoco se oculta detrás de torres de libros en su despacho de profesor universitario . Es reservado, a veces críptico, y se niega a caer en la maquinaria de autopromoción que domina la industria de los libros (y donde él, en Herder Editorial, tiene su propia colección). Y, sin embargo, sus libros —con títulos como "La sociedad del cansancio", "La expulsión de lo distinto", "La agonía del Eros" y "Psicopolítica"— se venden como pan caliente, decíamos.
Sus afirmaciones pueblan sus libros como si fueran slogans que quedan resonando en la cabeza por mucho tiempo: "La sociedad actual no es una sociedad disciplinaria, sino una sociedad del rendimiento”, "el sujeto neoliberal es explotador y explotado al mismo tiempo”, "la sociedad del logro crea depresivos y perdedores", "ya no hay contra quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión". Sus diagnósticos no pretenden consolar: todo lo contrario, muchos piensan que es un pesimista sobreactuado.
Pero lo más provocador de Han es su denuncia constante del mundo hiperconectado. Para él, Internet no nos ha liberado: nos ha convertido en esclavos sonrientes. El smartphone, dice, no es una herramienta de libertad, sino un grillete disfrazado de entretenimiento: con cada like que damos, con cada dato que regalamos, nos estamos desnudando tal cual somos frente a nuestro pequeño "confesionario portátil" (otra de sus geniales metáforas). En "La sociedad de la transparencia" sostiene que vivimos en una época donde todo debe mostrarse, compartirse, medirse, optimizarse. Y esa exigencia constante de exposición nos roba el misterio, el silencio, la posibilidad misma de la profundidad.
Uno de sus textos más hermosos y perturbadores es "La agonía del Eros", donde plantea que el amor está muriendo porque el otro ha sido expulsado de nuestras vidas. Ya no queremos el misterio del otro, dice, sino versiones de nosotros mismos. Para él la pornografía reemplaza al erotismo, el sexo al deseo, la conexión al encuentro.
Pero su libro más icónico es "La sociedad del cansancio", donde disecciona cómo pasamos de la represión de la vieja escuela a una explotación más cool y voluntaria: ¿realmente somos libres cuando creemos estar eligiendo?, parece preguntarnos. Entre sus otros otros libros recomendables están "Psicopolítica" y "Topología de la violencia", entre otros.
Pero atención, que Han no se quedó encerrado en su cuarto oscuro de diagnósticos sombríos. En sus últimos textos hay un viraje inesperado: aparece la palabra “esperanza”. El espíritu de la esperanza marca un antes y un después en su obra, y su filosofía empieza a buscar oxígeno entre el smog de Berlín: el resultado fue su bellísimo e inclasiflicable ensayo-diario filosófico "Loa a la tierra", una joyita publicada en 2017.
Es un libro breve, lírico, que mezcla reflexiones filosóficas con apuntes de jardinería y poesía. Este diario empieza durante el invierno, cuando Byung-Chul Han se propone lo que parece imposible: que en su jardín haya flores en pleno frío berlinés. Como la filosofía, la jardinería puede ser un empeño difícil.
Desde la tierra pensó otro modo de habitar el mundo: más lento, más atento, más humano. En un diario que mezcla zen y mucha cultura germánica (Schubert, Hölderlin, Goethe, etcétera), Byung-Chul Han nos habla del tiempo, la belleza y la necesidad urgente de reconectar con la naturaleza. "Desde que trabajo en el jardín percibo el tiempo de manera distinta. Transcurre mucho más lentamente", escribe. Y poco después se emociona: "El jardín me aleja un paso más de mi ego".
Nos dice que no hay algoritmo que iguale la experiencia de cuidar un cerezo. Que no todo tiene que ser útil, vendible, compartible. Y que tal vez ahí, en esa inutilidad, esté el principio de una nueva forma de vida.