El automóvil había sido comprado por la pareja en 2016, cuando todavía residían en Milán. Está valuado en 300 mil dólares.
Wanda Nara y Mauro Icardi debían encontrarse en un juzgado de Milán para avanzar con su divorcio, pero la empresaria decidió transformar la cita judicial en una declaración que dejó a todos atónitos. Frente a fotógrafos y cámaras, Nara bajó de un Lamborghini Huracán Spyder rosa, el mismo que había compartido con el futbolista una década atrás.
El Lamborghini, adquirido por Icardi en 2016 cuando jugaba para el Inter, fue en su momento un emblema de la pareja. Valuado en cerca de 300 mil dólares, apareció por primera vez en redes como símbolo de su relación.
En ese entonces, Icardi escribió que el vehículo representaba "los colores que llevamos adentro". Con el paso de los años, y el traslado de la pareja a París por el fichaje del delantero en el PSG, el auto mantuvo su lugar como objeto de alto valor para la pareja. Incluso fue el medio elegido para pasear a Susana Giménez por la capital francesa en la entrevista que siguió al escándalo conocido como Wandagate. El auto, entonces negro, era todavía una extensión compartida. Ahora, con el ploteo rosa, pasó a ser signo exclusivo.
El Huracán Spyder tiene especificaciones técnicas que lo ubican entre los deportivos de alta gama. Sin techo rígido, con apertura automática en 17 segundos a menos de 50 km/h, mejoró en un 50% la carga aerodinámica en relación a su antecesor. “Diseñado para cortar el aire y fusionarse con el cielo”, dice Lamborghini. Pero ya no representaba a la pareja: era el vehículo de una mujer que reclamaba visibilidad. Ahora condensaba el gesto de apropiación de Wanda.
La disputa por los bienes, según informó el programa LAM, incluyó al menos seis vehículos: un Lexus LC 500 híbrido, una Cadillac Escalade, un Mercedes Benz, una Ford Raptor, y un Bentley que sigue en París. El Lamborghini no estaba en ese inventario, lo que sugiere que quedó en manos de Wanda.
En paralelo, Icardi llegó con un rostro serio y sin declaraciones. La escena, entonces, se polarizó entre el silencio y el espectáculo. No hizo falta hablar: el sonido del motor V10, el vestuario, el color y el contexto hicieron del ingreso de Nara una escena meditada. No se trataba de firmar un cierre, sino de exhibir una continuidad en otros términos.