Adiós a Antonio Gasalla: el humor de cada día

El último capocómico argentino falleció a los 84 años. En su desmesurada y dorada carrera, redefinió la comedia teatral y televisiva, convirtiéndose en un referente absoluto.

Argentina es tierra fértil para la risa. E incluso ha sido pródiga de capocómicos, esos artistas que alcanzan tal maestría indiscutida que llegan al peldaño más alto del humor: el de ser una leyenda. A estos últimos perteneció Antonio Gasalla, fallecido a los 84 años este martes 18 de marzo. Es más: quizás este actor fuera el último capocómico que nos quedaba, tras el adiós a Enrique Pinti, y mucho antes a Alberto Olmedo y Tato Bores.

Los habituados al stand up, ese género importado que se sustenta en ventilar anécdotas de la vida privada y que vive una explosión de representantes en toda la región, quizás miren con extrañeza a un cómico como Antonio Gasalla, que ante todo sabía guardar bajo siete llaves su vida privada. La enmascaró, más bien, con el arte de la performance: creando una fauna de personajes desmesurados, hipnóticos y excéntricos.

Digámoslo: inolvidables. ¿Qué son sino la abuela (antes Mamá Cora, celebrada en "Esperando la Carroza" en 1985), la maestra Noelia, la empleada pública, Soledad Dolores Solari o Bárbara Don't Worry, por nombrar solo algunos de esos arquetipos argentos que nacieron de sketches televisivos y que adquirieron una segunda vida en videos de YouTube y reels de Instagram?

El éxito de esos personajes no se basaba solo en su calidad actoral y su carisma frente a la cámara. Detrás había muchas horas de trabajo, porque los construía pacientemente con lápiz y papel. Solía escribir los textos con Enrique Pinti, fallecido en 2022, y luego lo hacía con Atilio Veronelli, quien murió repentinamente hace menos de un mes. ¿Hasta qué punto habrá afectado la desaparición de ese mundo inmediato a un Gasalla al que, afectado por la demencia desde hace cinco años, también se le iba evaporando el mundo interior? Probablemente nunca lo sepamos, porque el capocómico, siempre cauteloso con los periodistas (que no siempre lo trataron con buena fe), solía alejarse de la prensa insistentemente. A veces, no sin largar alguna de sus memorables puteadas. Se ganó así la fama de cascarrabias.

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Al cierre de esta edición, se desconocía la causa de su muerte, aunque probablemente estuvo relacionada con una neumonía severa de la que había sido dado de alta la semana pasada. La demencia senil progresiva, sin embargo, lo había recluido en su departamento ubicado en Recoleta y luego en un geriátrico. Antes, en enero de 2020, estados de olvidos y desorientación habían obligado a suspender la obra que compartía con su amigo Marcelo Polino en Mar del Plata. Fue un retiro de los escenarios bastante inmerecido.

Puntos altos de una carrera dorada

Sus inicios estuvieron emparentados con los del uruguayo Carlos Perciavalle, a quien conoció en la Escuela Nacional de Arte Dramático. En 1966 tuvo su primer éxito con "Help Valentino", obra que sería el primer semillero del café concert argentino, junto a Perciavalle, Edda Díaz y Nora Blay.

Uno de sus primeros papeles en el cine nos muestra, sin embargo, a un Antonio Gasalla distinto. En "La tregua" (1973, de Sergio Renán) interpreta un modesto papel secundario que se roba la pantalla en sus mínimas intervenciones. Se trata de Alfredo Santini, un oficinista tímido y delicado, con rasgos claustrofóbicos, que un día no soporta más las bromas insistentes de sus compañeros e irrumpe con un breve monólogo llamando a la libertad por fuera de esas cuatro paredes, dejando en evidencia la mediocridad de personas que no se animan a vivir la vida que deseaban realmente.

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Tuvieron que pasar 12 años para que "Esperando la carroza" (1985, Alejandro Doria) lo pusiera en la cumbre de la fama y lo convirtiera en un referente del humor casi de inmediato. Mamá Cora se ganó el corazón de lo todos por su fragilidad, su senil inocencia y multitud de ocurrencias. ¿Quién diría que confundir una mayonesa con flancitos sería el disparador del mejor collage que se ha escrito sobre la sociedad argentina? Después recuperaría el personaje y lo rebautizaría como la Abuela, que es el que estuvo presente en los ciclos de Susana Giménez.

"El mundo de Antonio Gasalla" (1988-1990, en ATC), "Gasalla '91" (1991, Telefe), "El palacio de la risa" (1992-1993, en ATC, y 1994-1996, en Canal 13) y "Gasalla en la tele" (1997, Canal 13) fueron algunos de los ciclos con los que hizo reír a todo el país, pero estuvo presente en la tele incluso en muchos más.

El último, decíamos, fue el programa de Susana Giménez, en donde por más de 15 años tuvo un segmento con su personaje de la Abuela. En 2017, se despidió de ese lugar sacándose la peluca y emocionándose ante la diva: "Siempre que trabajé con vos fue un disfraz, me parece que tenemos edad los dos para que hablemos como personas. Te quiero agradecer mucho, tengo recuerdos enormes".

El humor de Gasalla: no ATP

Gasalla no es apto para la generación de cristal. Sus sketches vienen de una época dorada (y libérrima) de la televisión, cuando el rating volaba por los aires y la "caja boba" era el plato que se servía en la mesa cada día. Eran años donde la corrección política todavía no se había inventado y parecía que todo en el humor era posible.

Así prosperaron personajes como la maliciosa nena Lorena o Edith, la periodista dentuda que detestaba a Fanny Mandelbaum y que moderaba las desopilantes peleas cuerpo a cuerpo de los personajes de turno de Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese. Quien mire esos sketches por YouTube, puede que sienta una nostalgia por un humor que ya no volverá, o se horrorice al ver cómo el estudio de ATC se convertía, en un abrir y cerrar de ojos, en una batalla campal. ¿Límites? Ninguno. ¿Sonrisas incómodas? Qué importaba.

Sobre ese estilo del humor argentino reflexionaba en una memorable entrevista que dio a la revista Crisis en 1989: "Sí, hay un patrón general, y después humores regionales con rasgos particulares, como sucede con los cordobeses o los santiagueños. Lo que nos caracteriza es un humor socarrón, es la cargada, el gusto por la broma pesada. No somos para nada ingenuos, si nos comparamos con la actitud que la gente de otros países tiene frente al humorista. En principio, puede decirse que tenemos una extendida raza de cómicos nacionales. Nombré a Parravicini, debo agregar a Marcos Kaplan, a Pepe Arias. Y se puede decir que hay un estilo de humor argentino que ha mareado prácticamente a toda América Latina. He visitado ciudades y países donde los cómicos se parecen en mucho a los nuestros, tal como eran hace cuarenta años, como un efecto de la difusión que alguna vez tuvo nuestro cine".

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Sus personajes también merecían comentarios de su parte. "Me cuesta hablar de lo que hago, explicar el fenómeno que supone que la gente se ría, saber qué busca la gente en un humorista. Por supuesto, como no soy tonto, hay cosas que las puedo elaborar en el momento en que las vivo, pero hay ocasiones en las que no puedo sacar ninguna conclusión. Evidentemente, luego de veintipico de años, casi treinta en esta profesión, he llegado a visualizar una suerte de patrón de eficacia de mi humor, fundamentalmente en relación al público porteño, que es el que más conozco. He ido al interior, pero la respuesta ante una figura que llega desde la Capital es diferente".

Seguía: "Por cierto que opino a través de mis personajes, que me expongo. Pero comentar la política cotidiana exige leer todos los diarios, todos los días, y yo no soy capaz de recordar el elenco de ministros y secretarios. No podría, no me interesa. La política, las declaraciones del día, como recurso humorístico se agota rápidamente, al segundo. Lo escribís hoy, lo tenés que decir mañana, y ya pasó. Y, de pronto, cuando hacés un humor tan enganchado con la coyuntura te supera la realidad. Hay cosas que uno lee que ya están redonditas, no hay que agregar ni quitar una palabra, y te hacen reír".

Antonio Gasalla recibió 5 premios Martín Fierro, un Martín Fierro de Oro (1994), premios ACE y Estrella de Mar, además de ser declarado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires, entre otras distinciones. Todas ellas juntas no hacen honor a un legado monumental.

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