Jimena Néspolo: un relato en clave mendocina

La escritora porteña nos acerca un texto ambientado en nuestra provincia, en donde vivió por temporadas.

Jimena Néspolo: un relato en clave mendocina
Jimena Néspolo, reconocida escritora porteña.

La escritora porteña Jimena Néspolo tiene mucho contacto con la provincia de Mendoza.

Conoce el territorio, es una de las grandes estudiosas del novelista orgullo del terruño, Antonio Di Benedetto, y está casada con el hijo de un notable artista plástico mendocino.

Nació en la ciudad de Buenos Aires, pero vivió su infancia en el campo. Volvió a la ciudad a estudiar la carrera de Letras y luego regresó al campo con sus hijos a buscar historias.

Publicó varios libros de poesía, ensayos y novelas, y edita la revista Boca de Sapo. Su volumen de cuentos “Las cuatro patas del amor” fue galardonado en la 59a edición del premio Casa de las Américas (Cuba). Junto a Marta Vicente, su suegra, publicó el libro álbum “Niñas” (Adriana Hidalgo, 2010) y “La cabeza del muerto” (Boca de Sapo, 2012).

Su ensayo “Ejercicios de pudor. Sujeto y escritura en la narrativa de Antonio di Benedetto” (2004, ed. Adriana Hidalgo) fue galardonado en Argentina con los premios del Fondo Nacional de las Artes y a la Excelencia Cultural en Letras. Desde 1999 dirige la revista “Boca de Sapo. Arte, literatura y pensamiento”.

Jimena Néspolo vivió temporadas en Mendoza.
Jimena Néspolo vivió temporadas en Mendoza.

Uno de los rasgos más distintivos de su obra es la capacidad de compartir intereses entre varios géneros, poesía, narrativa y ensayo, que conviven y se nutren entre sí. “Una cierta cuota de azar y otra de necesidad hicieron que aprendiera a escribir ficción escribiendo ensayo académico”, explicó alguna vez en un reportaje.

Su novela “Mundo Orco”, galardonada en el Premio Futuröck 2022, está próxima a publicarse.

Algunos de sus relatos, como “Mi amigo Napoleón” y este que publicamos ahora, “Días de carnaval”, tienen descripciones de lugares y personas de Mendoza, en razón de que la escritora ha pasado temporadas en nuestra provincia, ya que está casada con un hijo del dibujante, artista plástico e ilustrador mendocino Luis Scafati, “Fati”.

“Días de carnaval”, por Jimena Néspolo

Me comprometí a llevar a mi amigo al aeropuerto esa misma tarde. Era tiempo de que Napoleón volviera a sus asuntos y yo a los míos: a él lo esperaban las agitaciones de los mercados europeos y a mí… los aceites. “¡Joder! ¡Ahora entiendo un mogollón por qué a ti todo te refala!” Napoleón se esforzaba en hablarme en gallego, para marcar la distancia de los más de veinte años que había vivido en el exterior, pero entre los costurones se le colaba el gaucho salvajón, ese que hace tintinear la matraca de La Refalosa por puro divertimento.

Hacía un calor infernal y la noche no prometía sosiego. La mujer de Ricardo explicaba cómo bailar la samba, movía el culete emplumado al ritmo de la comparsa en medio del sambódromo improvisado en la Peatonal Sarmiento. Yo intentaba seguir la marcha con el paso justo, el apropiado, pero en realidad no podía dejar de contar los días que faltaban para que mi amigo se fuera. Ni embadurnándola en espuma de carnaval, lograba impedir que mi Santa escuchara sus greguerías y se encendiera como La Menorá en el templo de Jerusalén. Sin poder sumergirlo en agua bendita, o hacerle el submarino o cualquier otra delicia castrense festejada por ahí, nos esforzábamos en seguir con el jaleo de la Plaza Independencia. “¡Querida, Napoleón se atusa pero no acusa!” —alentaba yo a mi Abeja Reina para que no le clavara su aguijón.

Pero debo explicarme: si bien al momento se había sustraído de todas las discusiones con éxito, cuando Napoleón se negó a firmar la carta pública que mi Santa estaba impulsando para que este año fuera elegida una persona sexo-disidente como Reina de la Vendimia, ardió en llamas. “Muy chulo, pero vamos, ¡un trava no es una mujer!” —se opuso mi amigo. Fue al ñudo intentar que entrara en razones. Todas las estampitas que mi corazón coleccionaba volaron por el aire de la hagiografía y la disputa: la Virgen Cabeza, la Virgen del Gran Poto, la Virgen del Chiribitil, la Virgen Villana que día a día aquilata sus fieles… “¿Reinas? ¡Diréis machos mamarrachos!” Tuve que anteponerme entre mi Santa y mi amigo para que aquello no terminara en tragedia.

Dediqué la jornada siguiente a hacerle conocer mi pequeño emprendimiento olivícola de Maipú; quería que mi amigo Napoleón probara los aceites variopintos que fabricábamos y los beneficios a la salud que su uso trae aparejado: aceite con brillos de Mirtha, aceite con chispas de gato escaldado, aceite con fragancia de nenúfares o de wachiturros, etc. Me esforcé en explicarle que el aceite de oliva está ligado a la santidad, desde tiempos inmemoriales, desde los tiempos en que el barbudo Noé soltó una paloma que volvió con una rama de olivo para sellar un nuevo pacto. Pero a mi amigo Napoleón no le interesaba Yahvé ni el aceite sagrado de la unción; sólo le interesaban las emulsiones y, en su refalar, festejaba que en mi emprendimiento también fabricáramos cremas nutritivas. Por eso, antes de dejarlo en el aeropuerto y despedirnos, le regalé varios potes, que se apresuró en meter en su gran valija.

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