No lo hagan por los adultos, pero sí por los niños

Más de 4 millones de integrantes de la infancia argentina sufre inseguridad alimentaria, situación que se traduce en el riesgo de que esos chicos tengan un bajo desarrollo físico y cognitivo. Fuerzas políticas, sociales y gremiales deberían unirse para superar ese estigma que no debería tener lugar.

“Nadie puede ser sensato con el estómago vacío”, escribió alguna vez la novelista británica del siglo XIX María Ann Evans, más conocida como George Eliot. Aunque consideramos asertiva la definición de la autora de “Middlemarch” y otras novelas, descartamos que la escritora haya pensado en las consecuencias de una mala alimentación en infantes.

La mala alimentación de niños tiene derivaciones gravosas para la sociedad, entre las que figuran el posible retraso en el crecimiento que eventualmente sufre el chico que no come con la frecuencia necesaria y ni con una dieta equilibrada y variada. En tal sentido, se puede esperar el debilitamiento del sistema inmunológico y una mayor predisposición a contraer enfermedades, del tipo de la obesidad, diabetes tipo 2 y afecciones cardiovasculares.

El último informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (ODSA-UCA) reveló que, en 2024, más de 4,3 millones de niños, niñas y adolescentes experimentaron inseguridad alimentaria, con 35,5% que sufrió algún tipo de dificultades y 16,5% en su forma más grave.

Este problema afecta a un tercio de la infancia argentina y se agravó por factores como la pobreza, la precariedad laboral y el desempleo.

El informe, titulado "Inseguridad alimentaria en la infancia argentina: un problema estructural observado en la coyuntura actual", analizó datos desde 2010 hasta 2024, periodo en que aumentó de manera alarmante la inseguridad alimentaria, con picos en 2018, 2020 y 2024.

La inseguridad alimentaria (IA), según el estudio, implica la falta de acceso regular a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales. Los hogares más afectados son aquellos encabezados por personas con trabajos informales o desempleadas, hogares monoparentales y núcleos familiares numerosos.

Por eso la asistencia a comedores escolares y comunitarios, así como la entrega de viandas, son las principales ayudas para paliar esta situación.

Hasta ahí lo más delicado y comprometedor del informe de la UCA, que, como sostienen los especialistas, “requiere soluciones estructurales y políticas públicas eficaces para garantizar el acceso a una alimentación de los niños y adolescentes del país”.

Para enfrentar eficazmente la inseguridad alimentaria infantil, tienen que tener vigencia, políticas públicas integrales basadas en la inclusión laboral, el fortalecimiento de programas de transferencia de ingresos como la AUH, y la construcción de sistemas de protección social intersectoriales.

La envergadura del problema, que obviamente también se registra en nuestra provincia, tiene que ser tomado por el Gobierno, federal y los estados provinciales, como una situación de emergencia nacional, en la que todos los actores depongan intereses y peleas partidarias y sectoriales, y abocarse a impedir de raíz que haya chicos que se alimentan defectuosamente y a intervalos.

Debería implementarse una lucha frontal y a fondo contra esta devastadora realidad, desde un frente común. No decimos que no sean atendidos los problemas de los habitantes en general, pero una meta indelegable debería ser sacar a los infantes de esta oprobiosa realidad, una causa sin bandos ni diferencias, en la que tendría que primar la unión de todos los argentinos, especialmente de las áreas oficiales de los gobiernos, de los que más pueden y de otros sectores, como empresariales y gremiales.

Por utópico que parezca la propuesta, urge hacer algo al respecto, ya que los pueblos que protegen a rajatabla a su niñez tienen un porvenir más digno, enriquecedor y feliz.

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