A sus 70 años, Carlos Acosta se hizo viral tras ser visto haciendo jueguitos con la pelota en las calles de La Colonia, Junín. Detrás de ese momento, hay una historia de una pasión inigualable por el fútbol, plagada de anécdotas increíbles.
A sus 70 años, Carlos Acosta se hizo viral haciendo jueguitos con la pelota en La Colonia, Junín. Una historia de pasión inigualable por el fútbol.
A sus 70 años, Carlos Acosta se hizo viral tras ser visto haciendo jueguitos con la pelota en las calles de La Colonia, Junín. Detrás de ese momento, hay una historia de una pasión inigualable por el fútbol, plagada de anécdotas increíbles.
En ese momento no existe otra cosa que no sea la pelota. La hace saltar de un pie al otro, la domina con la rodilla, la pica en el suelo para volver a arrojarla por los aires. Juega como siempre, sin que nada más importe. Ni los autos, ni las bocinas, mucho menos los gritos de aquellos curiosos que lo graban con el celular en la mano.
“Mis hijos me dicen ‘papi ya basta’, pero no puedo dejarlo. Si es un día lindo, no me voy a quedar sentado adentro, me pongo la ropa y salgo a jugar, porque es lo que amo. Nunca tomé ni fumé, por eso le doy gracias a Dios por poder hacer lo que hago”, se sinceró a sus 69 años Carlos Acosta, el protagonista de un video viral que recorrió las redes sociales, y que lo muestra haciendo payanitas en la vereda.
No se trata de un hecho aislado, o de una novedad para los vecinos. Diariamente lo ven pasar, le sacan charla de fútbol, y le tiran buena onda para que no deje de alimentar ese amor por el fútbol. “La gente de La Colonia está acostumbrada, me vio toda la vida corriendo por acá con la pelota: en la plaza, en San Cayetano, o por el Parque Descanso, donde está la Negra, mi señora”, aportó sobre una rutina diaria que comenzó allá lejos y hace tiempo.
El Landuchi, como es conocido por todos, nació con la pelota debajo del brazo en el seno de una familia de bajos recursos, pero llena de cariño. Desde que pudo patear hasta nuestros días, la redonda ha sido su fiel amiga y confidente, la que le ayudó a comer en momentos complicados, y lo llenó de gloria saliendo goleador y campeón con múltiples equipos de la Zona Este. Se trata de una de esas leyendas que sólo parecen surgir de la pluma de algún hábil cuentista, pero que están ahí, rondando por las calles, regando los caminos con la magia del deporte más lindo del mundo.
Su carrera, entre Inferiores y Primera División, incluye a Atlético Club San Martín (donde salió campeón en cuarta), Medrano (donde jugó Regional junto a Tamagnone, y el Huevo Lucero, entre otros), Paso Los Andes, Mundo Nuevo, Centro Deportivo Rivadavia, Junín, Beltrán, Club Espejo, Tres Porteñas, y La Horqueta, entre otros tantos cuadros. “Los clubes que yo he ido a jugar y me dieron de comer, no me olvido”, remarcó Acosta sobre su inagotable trayectoria semi-profesional y amateur.
No terminó el primario, y aprendió a leer y escribir gracias a sus compañeros de equipo. “Cuando empecé a jugar, mis compañeros le decían al árbitro que yo no sabía firmar y me ayudaban a hacerlo. Por eso los amo tanto como al fútbol, esas son las cosas que te quedan”. Más adelante, cuando comenzó a trabajar en La Campagnola para aportar dinero a su hogar, también recibió ayuda: “Se hacían campeonatos donde jugaban todas las fábricas, y yo salí goleador y campeón. Llevé el trofeo y eso me ayudó para quedarme. Ahí hubo gente que me ayudó a aprender a leer”, agregó.
Ese trabajo posibilitó que su situación económica mejorara, pero también fue el causante de que no pudiera dedicarse de lleno a su gran pasión. Según contó, rechazó ofertas de San Luis, y La Pampa, por miedo a renunciar y quedarse sin su sustento diario. Sin embargo, nunca dejó de jugar y de destacarse en torneos barriales, o ligas amateurs.
Todavía era un adolescente cuando uno de esas competencias barriales le permitió cumplir un sueño: jugar en el Atlético Club San Martín, donde integró la Cuarta División de Roberto Molina. “Jugamos una final en la cancha del club. Ganamos 4-3, y metí 3 goles, y la gente de San Martín me convocó para las inferiores. No llegué a jugar en Primera, pero colaboré con salir dos años campeón en Cuarta del club que amo”.
En esas épocas, los años dorados del Chacarero, Landuchi alcanzó a enfrentar a los monstruos Albirrojos, en algunos entrenamientos. “Llegué a patearle a Tamagnone y Reggi, y jugar contra ellos para la cuarta. En las tribunas de madera se juntaba mucha gente a ver los entrenamientos los días jueves, y yo estaba ahí adentro de la cancha. En aquel tiempo estaba lleno de cracks, como el Chupete Márquez”, aportó.
Sin dudas, uno de los momentos más hermosos que le regaló el deporte fue haber compartido cancha con Mario Alberto Kempes. Ya en la década del 90, el Matador vino a Mendoza a jugar un amistoso invitado por Leopoldo Jacinto Luque. Enfrente estuvo Landuchi, que hasta intercambió unas palabras con el crack: “Les metí dos goles, me abrazó y me preguntó por qué no había ido a jugar a otro lado. Yo no podía renunciar a la fábrica, y no me daban permiso. Esa es la explicación”, contó.
Las palabras comienzan a atropellarse, las piernas se mueven a un ritmo frenético por debajo de la mesa, y de manera inevitable los ojos se posan sobre ella, que lo llama con su canto de sirena. Es la señal para retirarse. Claro, la tarce está hermosa, el sol penetra con sus rayos la ventana, y es imposible pensar en otra cosa que no sea jugar. Y allá se fue Carlos Acosta, revoloteando con la pelota en los pies, enamorado como pocos, ignorando que el mundo sigue girando.