27 de julio de 2025 - 00:05

Cristo Redentor de los Andes, el monumento que unió a dos países

El Cristo Redentor se alzó en la cordillera como símbolo de paz entre Argentina y Chile, su historia y permanencia.

En lo alto de la cordillera, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, se levanta uno de los monumentos más simbólicos de Sudamérica: el Cristo Redentor de los Andes. Su historia está atravesada por la fe, la diplomacia y un deseo profundo de hermandad entre Argentina y Chile.

El historiador Julio Fernández Peláez, apasionado narrador de la historia mendocina, dejó un relato minucioso de todo lo que ocurrió antes, durante y después de la inauguración del monumento el 13 de marzo de 1904. En su texto se basa esta crónica.

La idea surgió en medio de una época complicada, con tensiones limítrofes entre ambos países. En lugar de más conflictos, hubo una apuesta valiente por la paz. La chispa la encendió Ángela Oliveira Cézar de Costa, quien propuso levantar una gran imagen de Cristo en lo más alto de los Andes. El gesto pretendía sellar simbólicamente el acuerdo entre las dos naciones. “¡Aquello sí que sería digno del monumento que merecía la paz tan ejemplarmente concertada!”, escribe Fernández Peláez sobre aquel impulso original.

Subir una estatua a los 4.000 metros

El proyecto no era fácil. El escultor argentino Manuel Alonso fue el encargado de modelar la figura de Cristo, trabajo que le llevó cuatro años. Fue financiado por suscripción popular, y el costo total fue de 20.000 pesos de entonces, algo así como 30 a 40 millones de pesos actuales. Una vez terminada, la estatua fue desarmada, trasladada en tren hasta Mendoza y desde allí a lomo de mula por 185 kilómetros, hasta alcanzar la cima.

La estructura completa —incluyendo pedestal y base— mide doce metros y pesa 350 toneladas. Por dentro, tiene una sólida armazón de acero. Fue pensada para resistir huracanes, nevadas y temperaturas extremas. Está ubicada justo en la línea divisoria entre Argentina y Chile. No podría haber un lugar más simbólico.

La ceremonia: una fiesta en la cordillera

El 13 de marzo de 1904 fue un día histórico. A la cumbre subieron delegaciones militares, políticas y religiosas de ambos países. En un gesto cargado de sentido, los soldados argentinos se ubicaron en tierra chilena y los chilenos en suelo argentino.

Se celebró una misa al aire libre y hubo discursos, entre ellos uno del padre Pablo Cabrera que conmovió a todos los presentes:

“¡Panorama del amor! Tierra, aquí está Jesús. Las auras de la Paz me fijaron aquí. Cristo, el Pacificador Supremo, sella y coloca bajo su égida los Pactos de Amistad Eterna, que hoy se juntan dos Repúblicas hermanas”.

Las banderas flameaban, las bandas militares tocaban, y las montañas nevadas ofrecían un marco natural imponente. En medio de ese paisaje, la figura del Cristo miraba al noroeste, como quien custodia ambos lados de la cordillera.

Una cordillera sin trincheras

Pero la estatua no era solo una hazaña técnica. Lo que verdaderamente importaba era su mensaje. En palabras del propio Fernández Peláez:

“Como Rey que vigila a sus dominios, quedás aquí Señor, tendiendo vuestras miradas de amor sobre la América entera. Y cuando las futuras generaciones suban por estos desfiladeros […] no encontrarán como en las Termópilas estas piedras teñidas con sangre, sino dedicadas a la paz”.

Más que una estatua

El Cristo de los Andes no es solo una figura de bronce en la montaña. Es un recordatorio de lo que puede lograrse cuando se elige el diálogo en lugar del enfrentamiento. Aquel día de 1904, soldados que podrían haber estado en trincheras se dieron la mano. Y en lo más alto de los Andes quedó sellado ese gesto. “Aquí rendimos la vida porque cedemos la patria. Leyes eternas regirán hasta que estas cumbres y este bronce se desplomen”, se lee en el mensaje final de esa jornada.

Más de un siglo después, la estatua sigue allí. De pie. Con los brazos abiertos. Como un guardián silencioso de la paz.

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