La diplomacia incluye una fuerte dosis de hipocresía. En ese terreno, la hipocresía no es un defecto sino, una virtud. La historia de la diplomacia explica, además de la relevancia del “fondo”, la importancia de las “formas” en las relaciones internacionales. Y las formas a veces imponen actuar de manera hipócrita, porque ser sincero podría perjudicar el vínculo, dificultar el diálogo y obstruir entendimientos.
No es importante lo que un gobernante piense de otros gobernantes. Mucho menos si coincide o no en términos ideológicos. En la escena internacional un gobernante no está para representarse a sí mismo o a la facción política que lo apoya ni a la ideología que profesa, sino para representar al país que confirió ese mandato. Por cierto, tanto su pensamiento como su partido y su ideología deben guías en los mensajes y propuestas que formule. Pero guiarse por ellos no es lo mismo que atarse a ellos.
Es algo que Javier Milei recurrentemente evidencia no comprender. El presidente parece creer que es un mérito expresar sus sentimientos y posiciones políticas como le plazca, a pesar de ser obvio que, si la diplomacia ha hecho de la hipocresía un instrumento clave, es porque los impulsos, emociones y sentimientos personales de los funcionarios no sirven en el terreno de las relaciones internacionales.
A esa sinceridad puede expresarla, en todo caso, en el trato personal con los otros mandatarios, pero no frente a micrófonos y cámaras.
Milei y el presidente brasileño cometen un estropicio al interactuar con la ostentada frialdad con que lo hicieron durante esta cumbre del Mercosur, salvo en el saludo final. A favor de Lula da Silva está el hecho comprobable de que sólo con su par argentino actúa secamente. En la reunión realizada en Buenos Aires, saludó con visible cordialidad a todos los demás mandatarios, y así lo hizo siempre.
En cambio Milei no sólo sobreactuó frialdad con su par de Brasil, sino también con los demás presidentes que están políticamente más cerca del jefe del Planalto. Además, ha insultado públicamente a los presidentes de Colombia y de España.
Fue controversial que Lula usara este viaje para visitar a Cristina Kirchner en su prisión domiciliaria. Pero Milei viajó a Brasil para participar en eventos de la ultraderecha y reunirse con Bolsonaro, estando éste procesado por delitos muy graves.
En todo escenario internacional, el líder de los ultraconservadores argentinos incurre en sobreactuaciones de la diferencia ideológica que lo separa de los líderes que no comparten su ideología. También sobreactúa la coincidencias ideológicas con otros líderes, lo cual es igualmente inconveniente para las relaciones exteriores de un país.
Como en una eterna adolescencia política, Milei practica una diplomacia ideológica y actúa por imitación de Donald Trump, un rompedor serial de tratados internacionales suscritos por Estados Unidos y un maltratador de mandatarios de otras posiciones ideológicas, a quienes tiende emboscados en el Despacho Oval de la Casa Blanca para descargar sobre ellos su inaceptable “honestidad brutal”.
Imitando al magnate neoyorquino que sacudió comercialmente a los socios de su país, Canadá y México, sacó a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático, amenazó varias veces a los aliados en la OTAN y rompió el acuerdo alcanzado en el 2015 por Barak Obama y el entonces presidente iraní Hassan Rohani sobre el programa nuclear persa, además de bombardear ese país asiático sin la autorización del Congreso, Javier Milei planteó públicamente en términos de amenaza lo que podía plantearse de otro modo.
En la mesa de deliberaciones es correcto proponer, argumentar y debatir los puntos en disidencia. Pero usar términos altisonantes al hablar en el tramo del encuentro cubierto por la prensa, no es bueno para la deliberación en marcha.
El presidente argentino describió una “cortina de hierro” dividiendo las posiciones en el Mercosur y dijo que Argentina marcha con el grupo hacia sus metas o marchará en solitario; o sea romperá el acuerdo comercial que nació junto con la recuperación de la democracia en la región.
Además de las pérdidas que implicaría para el país perder las ventajas que el Mercosur otorga en la crucial relación comercial con Brasil, amenazar con sacar del Mercosur a la segunda economía más importante a pocos meses de que Europa apruebe el acuerdo de integración que Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay llevan 30 años negociando con Bruselas, fue innecesario y contraproducente.
Muchas veces hubo disidencias entre los presidentes de Mercosur, pero nunca se expresaron mediante amenazas de ruptura. Fernando Collor de Mello fue un presidente neoliberal de Brasil, y no planteó sus posiciones de manera agresiva. Tampoco lo hizo jamás, durante sus dos gobiernos, Fernando Henrique Cardoso, uno de los más brillantes estadistas liberales de América Latina.
Tanto Jorge Batlle, como Julio Sanguinetti y Luis Lacalle Herrera expresaron en las cumbres sus puntos de vista liberales muchas veces críticos, sin subir el tono ni usando palabras que generen tensiones.
A la posición que ahora expresó Milei en forma de amenaza, Luis Lacalle Pou la planteó desde el principio de su gobierno, pero con el tono y los argumentos de quienes buscan generar consensos, no rupturas.
*El autor es politólogo y periodista