Antonio Di Benedetto, una fuerza viva - Por Liliana Reales

Antonio Di Benedetto, una fuerza viva - Por Liliana Reales
Antonio Di Benedetto, una fuerza viva - Por Liliana Reales

Hoy se cumplen 33 años de la muerte de Antonio Di Benedetto. Pasado tanto tiempo de la desaparición de una vida fuertemente marcada por una tragedia que también fue la de toda una nación, uno sigue preguntándose qué decir o qué escribir aún sobre nuestros muertos (sobre ese muerto). El filósofo Jacques Derrida pensaba que “estar muerto significa al menos esto: que ningún beneficio o maleficio, calculado o no, se debe ya al portador del nombre, sino únicamente al nombre, por lo cual éste, que no es el portador, es siempre y a priori un nombre muerto. Lo que remite al nombre no remite jamás a lo viviente”. Recordar esa frase aporta un cierto alivio porque nos ayuda a pensar que el portador del nombre Antonio Di Benedetto se encuentra para siempre a salvo de todo maleficio y también de todos los bien intencionados beneficios que sus críticos ensayamos con no poca laboriosidad, pero siempre más acá o más allá de lo que pensamos ser su obra e imaginamos haber sido su vida. Me refiero a esa gestualidad con que un crítico busca a su escritor sin nunca tocarlo.

Pero, por otro lado, el también filósofo francés, Gilles Deleuze, escribió algo que a veces recuerdo (habría que recordarlo siempre) cuando escribimos o hablamos sobre un escritor: “Mi ideal, cuando escribo sobre un autor, sería no escribir nada que pueda afectarlo de tristeza, o si está muerto, que lo haga llorar en su tumba. Pensar en el autor sobre el cual escribo, pensar en él tan intensamente que ya no pueda ser un objeto, y que ya no pueda identificarme con él. Evitar la doble ignominia de lo erudito y de lo familiar. Restituir al autor un poco de esa alegría, de esa fuerza, de esa vida amorosa y política que ha sabido dar, inventar...”. La verdad es que Deleuze fue un hombre apasionado por lo que hacía: escribir y dar clases en aulas que se le llenaban de alumnos atraídos no sólo por su extraordinaria inteligencia (Foucault lo llamó el filósofo del siglo) y espíritu anárquico, también por su jovialidad, por su alegría y por su afectuoso modo de enseñar. No es de extrañar, pues, que él haya tenido esa preocupación en relación a los autores de quienes hablaba.

Podemos imaginar que efectivamente las intenciones que mueven a muchos de los que escribimos sobre autores sean no afectarlos de tristeza o no hacerlos llorar en sus tumbas, como quería Deleuze. Pero estar a salvo de “la doble ignominia de lo erudito y de lo familiar”, ese es el camino más difícil para un crítico. Deleuze sabía muy bien lo que decía puesto que, si fuéramos por un segundo totalmente sinceros, tendríamos que aceptar que muchas veces o nos identificamos tanto con el autor que, al escribir sobre él, acabamos escribiendo sobre nosotros mismos o bien, al tratarlo con prolijos retoques de erudición acabamos por transformarlo en un “objeto”. ¿Cómo encontrar la justa medida? Restituyendo, nos dice Deleuze, restituyendo. De ese modo, estaremos volviendo a poner en su lugar un poco de la fuerza y de la vida política y amorosa que supo dar aquel de quien hablamos.

Aún hoy, después de 33 años de la muerte de Di Benedetto, habría mucho por restituir. En primer lugar, habría que hablar de la extraordinaria carrera de periodista del mayor narrador de Mendoza, porque si hasta hoy se lo conoce más por su trabajo ficcional, hay que insistir en restituirle el lugar que tuvo como periodista, profesión que desempeñó con la fuerza de la que hablaba Deleuze. Trabajó 34 años en su ciudad natal, de los cuales, 31 en Los Andes, diario del que fue subdirector hasta su detención por fuerzas del golpe militar de marzo de 1976. Estuvo preso un año y medio, primero en el Liceo Militar General Espejo de Mendoza y más tarde en la cárcel de La Plata de donde salió en octubre de 1978 y en diciembre de ese mismo año viajó a Francia y luego se radicó en España iniciando un exilio que duró casi 6 años. En 1984 regresó a Argentina y se instaló en Buenos Aires donde murió el 10 de octubre de 1986, víctima de un accidente vascular.

Sus lectores poco saben de sus años de exilio y muchas veces lo que se “sabe” no pasa de anécdotas, datos sin documentación, observaciones fugaces o memorias borrosas alimentadas por ciertos estereotipos de los cuales escritores como él no se libran con facilidad. Lo cierto es que, en esos 6 años de exilio, Antonio Di Benedetto continuó haciendo lo que mejor sabía hacer: escribir y dirigir un medio de comunicación, trabajando infatigablemente todos los días. Es vasta la obra producida por el mendocino durante su exilio, entre textos ficcionales y periodísticos. La preparación de la publicación de estos últimos está en curso y en este momento trabajamos en su edición. Es un legítimo trabajo de restitución (como lo fue, en 2016, la publicación de sus textos periodísticos aparecidos en Argentina) pues una vez venidos a luz podrá comprobarse fácilmente la vitalidad, la fuerza y la capacidad que ese hombre extraordinario tuvo de re erguirse y trabajar sin hacer ostentación, en ese silencio casi austero que buscó y encontró como premio tras haber soportado tanta violencia y tantas pérdidas. Es verdad que el exilio fue devastador. Que al dejar Argentina en 1978 dejó familia, amigos, casa, biblioteca, originales, archivo personal y su ciudad, Mendoza, de la que nunca había querido alejarse más que las temporadas de sus viajes al exterior, la mayoría por trabajo. Pero también es verdad que el exilio no lo venció porque no podría ser un vencido el que escribió una vasta obra durante aquellos años. Sus textos, su nombre, dan testimonio de ello. Y el tono de sus textos para periódicos también testimonian su vitalidad, su sentido del humor, cierta alegría tozuda de aquellos que en la adversidad no pierden la capacidad de la ironía, de la auto ironía y de reírse, disfrutar y sorprenderse con piezas de teatro, exposiciones, películas y todo el despertar de la cultura que por aquellos años posfranquistas agitaba a España.

Hay que restituir a su nombre una capacidad productiva extraordinaria en condiciones adversas. Cuando lo que parece irremediable asola (vida modesta, soledad, melancolía, nostalgia), sólo resta volver a erguirse y trabajar. Fue lo que hizo Di Benedetto en el exilio y al regresar a nuestro país. Siempre me pregunté por qué volvió, varios nos preguntamos lo mismo.

En Buenos Aires tuvo que recomenzar nuevamente y además de un puesto en la Casa de Mendoza, escribía notas esporádicas tal como un reportero en sus comienzos. Roberto Bolaño, que lo admiraba y por quien sintió un cariño sincero, admitió que le pareció lógico que Di Benedetto volviera a Buenos Aires a morir. Tal vez haya tenido razón, tal vez la muerte descarnada, el cadáver presente fue necesario para liberar el fantasma que treinta tres años después continúa recordándonos la verdadera ignominia cometida.

Dejemos que sus textos hablen, ellos cuentan y dan cuenta del nombre de aquel viviente que se llamó Antonio Di Benedetto. Por eso, restituir es necesario - y en eso estamos.

* Mendocina. Profesora de Literatura Hispanoamericana. Universidad Federal de Santa Catarina (Brasil)

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA