"Ahora que tengo el título voy a reforzar mi recuperación”

Damián Blangetti (28) sufrió hace un año un accidente en Cancún que lo dejó casi paralizado. Con gran esfuerzo y voluntad, esta semana se recibió de ingeniero. <b>Su historia, contada en primera persona</b>.

"Ahora que tengo el título voy a reforzar mi recuperación”
"Ahora que tengo el título voy a reforzar mi recuperación”

Un año puede considerarse mucho tiempo para algunas cosas o apenas una brisa para otras. Pero para Damián Blangetti en ese lapso transcurrió una vida entera. O, mejor dicho, un renacer y volver a empezar prácticamente de cero.

El 24 de abril de 2012, este joven que hoy tiene 28 años dio el salto que -sin saberlo- cambiaría su vida. Literalmente, porque saltó en una

playa de Cancún, hizo un mal cálculo y golpeó contra un montículo de arena al caer.

El accidente le ocasionó una grave lesión cervical que lo dejó prácticamente inmóvil, aunque a fuerza de esmero y voluntad se ha recuperado una enormidad.

Exactamente un año después de esa fecha clave, el 24 de abril pasado este fanático de San Lorenzo y de las camisetas de fútbol rindió su última materia de Ingeniería en Sistemas en la UTN. Y hace apenas cinco días aprobó el proyecto final que le permitió recibirse, más allá de toda adversidad.

“Tenía pensado dedicarme de lleno a la recuperación pero como me dieron la posibilidad de rendir en mi casa, la aproveché”, cuenta Dami a Los Andes en su casa de la calle Perú.

De aquel fatídico día en la playa mexicana recuerda absolutamente todo (“nunca perdí el conocimiento”, aclara) y hasta se detiene a pensar que si su familia, sus amigos y toda la cadena solidaria que envolvió su caso no se hubiesen conectado de la forma en que lo hicieron, probablemente hoy el desenlace sería distinto.

“Nadie me quiere decir qué voy a poder mover como máximo. Pero yo estoy seguro de que en un 80% depende de uno mismo cómo y cuánto me pueda recuperar. Si te relajás y te quedás estancado en algo, ahí se acabó. Pero yo tengo todo el tiempo del mundo para trabajar y no voy a aflojarle sólo porque alguien me diga que no voy a poder avanzar más”, reflexiona con tranquilidad y con una sonrisa dibujada en su rostro.

Antes y después

En abril de 2012, luego de soportar los meses más duros del verano trabajando, llegaron sus vacaciones y Damián viajó con nueve amigos más a la paradisíaca Cancún, en la costa mexicana. “El 24 a la mañana, como era el penúltimo día, habíamos ido a comprar los regalos y souvenirs que íbamos a traer. Nos íbamos al día siguiente”, recuerda.

Con la idea de aprovechar hasta el final el último día de playa, Dami y sus amigos se instalaron en la del hotel con una idea inocente: sacarse fotos saltando en el mar, intentando que la instantánea capte el momento exacto en que ellos volaban por el aire.

“Saltó Jonathan (uno de los amigos) y yo salté después. Caí más horizontal que él y pegué con las piernas en un montículo de arena que no se veía y ahí me lesioné. No sentí dolor, pero sentí como el hormigueo que te da cuando te pegás en el codo y se te adormece. Lo sentí en todo el cuerpo”, sigue relatando acostado en su cama especial.

Lo que siguió después fue mucha vorágine y desesperación pero, por sobre todas las cosas, demasiada burocracia. De esa que parece no entender de emergencias ni de que una vida está en juego.

"Se llenó de gente la playa y llamaron a la ambulancia. Llegué a la clínica de Cancún, me hicieron unas placas y el médico vio que me había fracturado la cervical y se me estaba comprimiendo todo. Me operaron de urgencia porque podía tener problemas respiratorios”, continúa.

Lo que siguió después de la primera operación fueron vueltas y más vueltas, dimes y diretes que podrían haberse evitado desde el vamos. El seguro médico que Damián había contratado para el viaje no quiso hacerse cargo de la internación y continuar en esa clínica le costaba a la familia Blangetti 9 mil pesos diarios.

Así, lo trasladaron a otra clínica (en la que no pudo quedarse porque no tenían respirador) y llegó finalmente al hospital público de Cancún. “Me dejaron tirado una hora ahí y le dije a mi papá, que había viajado a verme, que me sacara cuanto antes”, acota.

Cuando parecía que nada podía complicar aún más las cosas, un feriado bancario en Argentina echó por tierra la posibilidad de hacer una transferencia de dinero.

“Me dejaron en coma inducido y en Mendoza y en todo el país se empezaron a mover mis amigos y toda la gente para juntar plata, pero el problema es que no podían mandarla. Yo ya estaba trabajando en (la empresa) Globalis en ese momento y recuerdo que unos socios de mi jefe que estaban en México pudieron pagar los 17 mil dólares que se necesitaban para pagar una avioneta que me llevase de Cancún al DF y cuando pasó el feriado, les transfirieron la plata desde acá”, se explaya Damián.

El 1 de mayo, ocho días después del accidente, Blangetti llegó a la capital mexicana, donde fue operado nuevamente. para evitar la compresión de su columna maltrecha. El 20 de mayo llegó por fin a Buenos Aires. Allí su estadía se prolongó otros cuatro meses, acompañado en todo momento por su papá, Domingo, y los estudios se sucedieron uno tras otro.

“Descubrieron que de México había traído varias bacterias interhospitalarias y en total, contando las de ese país, me hicieron siete operaciones.

En Buenos Aires hacía kinesiología y fui recuperando la fuerza y movilidad en los brazos y los hombros, así como también la respiración. Estando allá me pude sentar por primera vez y volver a bañarme en una ducha. Esperaba ansioso ese momento, fue un gran alivio para mí”, cuenta.

A Mendoza llegó en setiembre del año pasado y pasó otros siete meses internado en una clínica.

Damián, hoy

El ahora ingeniero Blangetti pasa sus días en la habitación que le han acondicionado en su hogar. Lejos quedaron ya aquellos años en los que soñaba con estudiar Educación Física y en los que asomaba su interés por el Diseño Gráfico.

Aún trabaja para Globalis pero está de licencia ("me han dicho que me están esperando para cuando vuelva"). Por eso, con mucho esmero y voluntad, aprovechó para recibirse. Con ese objetivo cumplido, ahora va por otro. "Puedo mover bien los brazos, las muñecas y lentamente la cabeza. Pero apenas me pasó no podía mover nada. Ahora que tengo el título voy a reforzar con kinesiología y un gimnasio especial para la recuperación", confiesa.

Está esperando que llegue la silla de ruedas especial que ha encargado para poder empujar él por sus propios medios y hasta promete que ni bien la tenga viajará a Buenos Aires para ir a alentar al "Ciclón, el club de sus amores.

Consciente de la envidiable fortaleza y voluntad que mantuvo desde el principio, destaca con humildad que nunca precisó de ayuda psicológica y que no estuvo siquiera cerca de bajonearse. "La terapia que hacía incluía una psicóloga, pero terminábamos hablando de todo un poco", recuerda.

"Me he encontrado con muchísima gente que ha tenido lesiones similares. A esa gente yo le recomiendo que no se rindan", dice.

Justo cuando la charla llega al final, su madre entra a la habitación con la noticia que esperaba desde hace días: el cartero llegó con un paquete con más camisetas de fútbol y hasta un short que muestra orgulloso. Un mero aporte para su infinita colección.

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