Mozos mendocinos, esos que saben mucho más que servir una mesa

Son parte del elenco de las ciudades y tienen historias muy distintas. Hay muchos en Mendoza, desde jóvenes hasta experimentados. Todos dicen amar su oficio.

Melanie Piedras tiene grandes sueños y pone toda su vitalidad al servicio de un tradicional café de la Ciudad. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Melanie Piedras tiene grandes sueños y pone toda su vitalidad al servicio de un tradicional café de la Ciudad. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Cada mañana, cuando llega al café de España y Espejo, Melanie Piedras, de 24 años, deja todos sus problemas de lado y se vuelca de lleno a su trabajo. Ella es moza “con todas las letras”, por eso considera que su empleo es su vocación.

Es que ser mozo no se trata sólo de tomar pedidos y llevar la bandeja a la mesa. Implica tener aptitudes para ese oficio, como eficiencia, rapidez, cordialidad, educación y, por qué no, en estos tiempos raros, el poder de escucha.

Más allá de la experiencia, la edad, el uniforme y los tiempos que corren, el ser camarero constituye un arte imposible de desarrollar sin verdadera pasión.

La misma que le vuelca Melanie, aunque sea consciente de que no todo es color de rosa y de que las propinas, máxime en tiempos de cuarentena, se redujeron considerablemente. Pero ella sigue buscando el lado bueno: vive con sus padres en Las Heras así que el sueldo completo va a su bolsillo y además sabe que es joven y tiene un camino por delante.

Además, su trabajo se convirtió en un lugar donde construye vínculos permanentemente. Porque sus clientes son sus amigos.

“La gente mayor está muy sola y un gesto agradable o una pregunta simple da pie para que me cuenten cómo le fue en la farmacia, el banco o el PAMI”, resume.

Melanie no se desempeña en cualquier café. Porque el Jockey Club, donde trabaja, fundado en 1942, es acaso uno de los más antiguos de Mendoza y va camino a la quinta generación de propietarios.

Un tradicional punto de encuentro donde se han generado innumerables historias que trascendieron la provincia. Tanto, que le ha valido en su momento denominar a esa esquina “Pedro Alonso”, el nombre de su fundador.

Desde las 7 hasta las 20 los locales se llenan de empleados y clientes que merodean, entre el aroma inconfundible del café con medialunas matizado con charlas, trabajo e innumerables encuentros… y desencuentros.

“Mozo es cualquiera, pero atender adecuadamente y lograr que un cliente me salude con un beso en la frente no tiene precio”, diferencia la joven y vuelve a la carga: “A los viejos nadie los escucha”.

Se despide y deja un mensaje: “La situación está difícil, todos lo sabemos, pero las propinas son para nosotros muy importantes: dependemos de ellas”. Y confiesa su sueño, el de inaugurar algún día su propio local gastronómico. Pero por ahora falta. Tiene juventud y mucho, muchísimo camino por recorrer.

Hugo Martínez dice que la profesión le ha hecho ganar amigos.
Hugo Martínez dice que la profesión le ha hecho ganar amigos.

Más amigos que Roberto Carlos

Hugo Martínez, con 40 años de trayectoria en el rubro, no cambiaría por nada su trabajo. Entre las muchas vivencias buenas, están los amigos que cosechó con el tiempo.

“Gracias a mi oficio tengo más que Roberto Carlos”, bromea, aunque advierte que la vida de todos los locales dio un vuelco con la pandemia y que los turistas, su principal fuente de ingreso, desaparecieron.

“Los chilenos son los mejores propineros”, expone, con la sabiduría que le dieron los años y dice que esa población se ha reemplazado, en parte, con visitantes de provincias aledañas.

Hugo, quien es oriundo de Rivadavia y atiende un café y restaurante de San Martín al 1400, opina que el porcentaje de las propinas, del 10 por ciento, debería establecerse también en Mendoza. “Hoy es una sugerencia, pero debería ser ley”, sentencia, seguro de lo que dice.

 Alejandro Pérez cafetero del reconocidos Café Jockey Club.
Alejandro Pérez cafetero del reconocidos Café Jockey Club.

La rejilla y la sonrisa

A escasos metros, Bautista Pacheco, quien siempre fue camarero, debutó hace un mes en un bar nuevo -uno con mucho estilo- también situado en la avenida mendocina más comercial de todas.

“Es duro abrir y ‘remar’ en medio del Covid-19, y más ahora, cuando las salidas se restringen nuevamente por terminación de DNI. Así y todo, elijo este trabajo”, aclara.

Para Bautista, si un mozo no tiene poder de comunicación, buena presencia y cordialidad, debería dedicarse a otra cosa. “Esto es un mundo aparte y se escucha de todo. La política, el desempleo y la falta de dinero son los problemas que hoy preocupan a la gente”, se sincera. Por eso, alerta, es tanta la importancia de poner el oído cuando la situación amerita.

En sus años de mozo –porque ha trabajado en varias cafeterías—acumuló anécdotas a montones. “Hace un tiempo me hice amigo de un ‘aventurero’ que recorría todo el mundo. Recién había llegado de África, y me hablaba de que podríamos conocer cafeterías de Estados Unidos”, recuerda.

Justo empezó la pandemia y no se animó a tanto, pero asegura que sumar saberes en otros países sigue siendo una cuenta pendiente. “Porque, en definitiva, me ayudaría a regresar a mi país con más experiencia y bagaje de conocimientos”, señala. “Eso es lo que tomé de ese cliente y amigo, su sano consejo de probar nuevas vivencias todos los días”, dice.

Bautista apura la marcha porque las mesas lo llaman. “¿Qué no le debe faltar a un buen mozo? Su rejilla y su sonrisa”, finaliza.

Rosario Galdeano comenzó hace poco y trabaja en el café de una galería.
Rosario Galdeano comenzó hace poco y trabaja en el café de una galería.

En un cafecito situado al fondo de Galería Kolton, Rosario Galdeano, que vive en Colonia Bombal, hace sus primeras armas como moza, en el horario inicial del día: de las 8 a las 16. En realidad, no le quedó otra: rindió en la universidad para ingresar a la carrera de Contador Público y, como no entró, salió a buscar trabajo.

“Acá me tomaron enseguida y me adapté rápido con las bandejas, pero eso sí: no me pongo de acuerdo con las raspaditas o las pinchaditas”, cuenta, entre risas.

Los sueldos de los mozos varían, dependiendo de si trabajan media jornada o jornada completa. Con las propinas pueden obtener entre $500 y $1.000 pesos. Un mozo promedio no percibe más que $25.000 pesos al mes.

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