Empezaron siendo siete, ahora son más de 40. Empezaron cocinando unas pocas porciones, ahora entregan más de 1.500 y quieren seguir aumentando ese número "porque las necesidades son cada vez más, día a día".
Empezaron con pocas porciones y ahora reparten 1.500 en Rivadavia y siguen creciendo. Eran siete, y ahora son más de 40 personas que se dividen roles y salen a los barrios a repartir comida.
Empezaron siendo siete, ahora son más de 40. Empezaron cocinando unas pocas porciones, ahora entregan más de 1.500 y quieren seguir aumentando ese número "porque las necesidades son cada vez más, día a día".
Son un grupo que, hace poco más de un año, comenzó a darles de comer "al menos una vez por semana" a familias carenciadas de barrios periféricos de Rivadavia. Entre ellos está el padre Daniel Caballero, el "Padre Dany", el sacerdote influencer, ya famoso por el uso que les da a las redes sociales para mostrar las acciones pastorales, propias y de la comunidad.
El origen fue en un retiro del movimiento católico Emaús, en Godoy Cruz. Los rivadavienses que participaron de ese encuentro quedaron con ganas de hacer algo juntos. Y esa inquietud le dio origen a esta campaña solidaria, que se concreta, todas las noches de martes, en entrega de platos de comida caliente y nutritiva para los vecinos de tres grandes barrios periféricos de la ciudad de Rivadavia.
Hasta hace dos semanas, la base era la casa de José Vered, un vecino de esta ciudad del Este mendocino que hace ya tiempo tenía la costumbre de darles algo de comer a todo aquel que pasara por la puerta de su casa con alguna necesidad.
El grupo se sumó a Vered, pero ya con la idea de ir a los barrios. Tanto creció el grupo y la demanda que, hace dos semanas y por iniciativa del padre Daniel, se mudaron a un espacio cedido por la parroquia en la iglesia principal de Rivadavia, la San Isidro Labrador.
Después de instalar gas y luz, de pintar el lugar y equiparla con mecheros, mesón de trabajo y estanterías de acopio de mercadería, hace 15 días el grupo de "la olla más famosa del Este" comenzó a trabajar desde allí.
"Empezamos el 13 de mayo del año pasado, entregando pocas porciones", recuerda Leonardo Videla (34), que es pintor de oficio y miembro del grupo original que hizo el retiro de Emaús.
"Primero nos sumamos a José Vered, que ya les daba de comer a gente que vive en la calle y que comía en la vereda", rememora.
Leonardo dice que, entonces, el desafío fue: "Pongámonos a cocinar y vamos hacia donde vive la gente que necesita".
Todo empezó así. En las primeras salidas no fueron muchas las porciones entregadas. Rondaban las 500 "en dos ollitas chicas", según recuerda Mauro Scalonia, quien es el responsable máximo de la cocina por ser chef. "Ahora ya son 1.500 porciones, cocinadas en cinco ollas de 150 litros cada una", detalla.
Si se cuenta a todos los que trabajan para "la olla", son muchos más de 40. Porque hay que sumar a las parejas, a los que se suman eventualmente, a los que aportan el tiempo que pueden.
Hay quienes se llevan las verduras a su casa para lavarlas o pelarlas y las traen ya listas. Hay quienes viajan a buscar las donaciones, los que limpian, los que acomodan, los que coordinan. Cada quien hace lo que puede de acuerdo a sus posibilidades, pero siempre cumpliendo con el compromiso ya asumido.
"Todo ha aumentado en este año: los que donan y los que necesitan", advierte Leonardo Videla. "Al comienzo, no nos conocía nadie y nosotros poníamos la plata para comprar casi todo. De a poco, eso fue cambiando y cada vez recibimos más donaciones. Pero, como la demanda también crece, siempre estamos necesitando", describe este mendocino solidario.
Se podría decir que el grupo no se parece a cualquier otro grupo de amigos que se junta un día a la semana a jugar al fútbol, a jugar al truco o a beber cerveza. Los códigos son los mismos, el clima es el mismo. Bromean entre ellos, se hacen chanzas, se ríen con ganas. Pero están trabajando con seriedad y método, porque saben que esta noche de martes hay cientos que los esperan y, muchos, muchísimos, son niños.
-Falta sal ¡Nos quedamos sin sal! – advierte uno.
-Andá a pedirle al padre Dany- responde otro.
-¡Está dando misa ahora! - replica el primero.
-¡No importa! Te le ponés enfrente y le decís: ¡Cortá todo, que nos quedamos sin sal!
Entonces, todos largan la carcajada. La sal aparece, sin necesidad de interrumpir al cura. Alguien salió corriendo a comprar. Todavía no son las 8 de la noche y hay negocios abiertos en el centro de Rivadavia.
"Como en todo grupo, también hay alguna discusión cada tanto. Pero siempre son discusiones constructivas porque no perdemos nunca de vista que el objetivo es ayudar a gente que la está pasando muy mal", dice Rodrigo Gil, "El Chori", que es enfermero el resto del día pero ahora, entre otras cosas, en el responsable de administrar la mercadería.
"La necesidad ha crecido en el último año, pero creo que la necesidad siempre ha crecido, en cualquier época", dice, casi filosofando.
"La idea de esto es compartir, dar un servicio a quien necesita. Y es bueno que acá haya un espacio en donde uno pueda dar", acota.
José Andrada tiene 57 años, es productor de seguros y uno de los promotores originales de esta olla solidaria. "Primero nos juntamos para apoyar a José Vered en lo que hacía en su casa y después decidimos aumentar el desafío", explica.
Sostiene que "es fantástico ver cómo la gente colabora". "En este momento tan complejo, donde parece haber tanta agresividad e individualismo, hay muchísima gente que quiere ayudar a otros", rescata.
Es noche de cuarto menguante y está bastante nublado. Es una noche oscura. Y fría. De a una, las camionetas han salido con su carga de ollas hacia los barrios. Casi siempre van de a dos vehículos, para acompañarse, complementarse y resolver cualquier contratiempo. Además, casi siempre en una van solamente la fruta, las galletas y lo que pueda conseguirse para entregarle a los niños. Los chicos son la prioridad.
Las luces de las camionetas parecen despertar a un enjambre, a un hormiguero. Aparecen de todos lados, primero los niños, después las mujeres, a veces los hombres. Vienen con potes de helados, algunos con tuppers, otros con ollas. Hasta algunos con tazas, con jarros, con platos.
Una niña, que quizás no llegue a los 4 años de edad, trata de abrirse paso con su plato de chapa. Esta descalza. Es muy delgada. Morena. Sonríe y sólo por esa blancura se la ve claramente. Carga su plato con el guiso espeso. Recibe la recomendación de ir con cuidado, de no quemarse. La entrega es alegre pero, como ahora, se hace un silencio que se parece mucho a un nudo en la garganta.
El padre Dany hace lo que debe hacer: saluda a todos, casi siempre por el nombre. Conversa con cada uno, pregunta por cómo están, hace un listado mental de necesidades. Él sabe quién es quién, qué hace, cómo es su familia, cuáles son sus urgencias.
En este momento Dany es el sacerdote, pero principalmente, es la conexión que tienen estas familias con el resto de la comunidad y la posibilidad de resolver un trámite, un pedido, una necesidad.
Los niños corren, ríen, reclaman una manzana, preguntan y conversan. Como si todo fuera un juego. Como si el frío y el hambre también lo fueran.
En un momento, tres del grupo de la olla solidaria caminan delante de las camionetas, hasta el próximo punto de entrega. Parecen los Reyes Magos. Unos reyes sin disfraz, ni incienso, ni oro, ni mirra. En cambio, llevan una olla con papas, cebollas, fideos, arroz, un poco de pollo que suma proteínas. Caldo, mucho caldo. Caliente, sabroso, espeso. Y toda su entrega, compromiso y corazón.
La olla más famosa de Rivadavia está bien organizada, pero siempre falta más. Es que las necesidades aumentan
Entonces, toda donación es bien recibida. Desde alimentos hasta utensilios de cocina. Todo es necesario.
Contactos:
Donaciones de mercadería: +54 9 2634 72-4907 (Rodrigo Gil)
Colaboraciones en efectivo: Alias: SERVICIO.RVIA (José Eduardo Andrada)