Natalio Funes
“Tu ayuda aliviará nuestro dolor”, afiche cartel que acompaña la campaña para buscar a Natalio Funes.
El cartel incluye una imagen de Natalio con su equipo de montaña, un llamado en dos idiomas -“Tu ayuda aliviará nuestro dolor” / “Your help will ease our pain”- y los números de contacto en Perú y Argentina. También señala que cualquier hallazgo puede notificarse en la Casa de Guías de Alta Montaña de Huaraz.
Así comenzó a tomar forma una estrategia de comunicación directa con quienes podrían recorrer el glaciar Tocllaraju, a más de 6.000 msnm. Imprimieron carteles con un pedido claro: estar atentos, mirar con atención. Cada cartel lleva el rostro de Natalio y un mensaje dirigido a quienes caminan la misma montaña.
El primer grupo de colaboradores partirá el 25 de mayo. Son andinistas mendocinos que recorrerán la ruta hacia el glaciar por el sendero del Ishinca, y serán los encargados de colocar los carteles en puntos clave: el ingreso al Parque Nacional Huascarán, el refugio Ishinca (a más de 4.300 msnm), el campamento base del Tocllaraju, el memorial con la cruz en homenaje a Natalio, zonas de acampe, hostels de Huaraz (como El Tambú), casas de alquiler de equipo de montaña, el centro cívico y un supermercado local.
Natalio Funes
En la cumbre, con los brazos en alto. Natalio en plena travesía. Tenía 22 años, y estaba en la etapa final de su formación como guía internacional de alta montaña.
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Además, Graciela dio un paso más: publicó por primera vez un video en su cuenta de Instagram (@graciagracielacarmen), donde les habla directamente a los montañistas. Les pide que, si suben, si ven algo, si notan una silueta, una forma, un color que no encaja, por favor avisen. Su mensaje ya fue visto por más de 50.000 personas.
En paralelo, impulsan un nuevo pedido: acceder a imágenes satelitales actualizadas del glaciar para poder comparar con registros previos. El objetivo es que desde el aire, puedan detectarse indicios que en tierra pasaron inadvertidos.
Natalio Funes
Alma de Diamante. Familiares de Natalio junto a la bandera que recorre cerros y caminos.
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El día que no volvió: el accidente, las dudas, la búsqueda
“Subimos al lugar. Hicimos cuadrículas en el hielo. Al otro día, todo estaba tapado de nuevo. La montaña no te espera”, recuerda Miguel Funes, papá del joven andinista.
Natalio partió hacia Perú el 26 de junio de 2013. Había estado allí en otras oportunidades, pero esta expedición tenía un propósito distinto, rendir su último ascenso técnico para recibirse como guía internacional de alta montaña. Su objetivo era el Tocllaraju, un cerro de 6.034 msnm, ubicado en la Cordillera Blanca.
Natalio Funes
Campamento base del Tocllaraju. En este glaciar, la familia Funes busca a Natalio desde 2013.
Junto a su compañero y amigo Leonardo Rasnik, en los días previos hicieron travesías por el Urus y el Ishinca, como parte del entrenamiento de aclimatación. Esperaban que el tiempo mejorara para intentar la cumbre por una ruta más técnica, menos frecuentada.
El 8 de julio, fecha estimada, algo sucedió en la montaña. Las versiones hablan de un posible derrumbe de bloques de hielo o una avalancha, pero nunca se confirmó. Lo cierto es que no volvieron. La carpa seguía montada, intacta. Sus pertenencias, también. Fue otro andinista quien, al notar una silueta inusual sobre el glaciar, dio aviso.
“Nos avisan que había habido un accidente. Que habían encontrado un cuerpo. Que estaban bajándolo. Salimos inmediatamente con mi hermano. El viernes ya estábamos en Huaraz”, cuenta Miguel.
Cuando llegaron, la patrulla de montaña había logrado recuperar el cuerpo de Leonardo. En su mochila estaba la cámara con las últimas fotos tomadas. En una de ellas se ve, a lo lejos, un bulto que podría asociarse, por sus colores, a una mochila. O un cuerpo.
Natalio Funes
Refugio de Ishinca, 5 de septiembre de 2013. En el día del cumpleaños de Natalio, su familia llegó al lugar donde estuvo por última vez. En la imagen: Antonio Roller (guía), Teresita Funes, Miguel Funes, un arriero local, Graciela García y Virginia Funes.
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Según relatan Miguel y Graciela, la patrulla peruana prometió regresar, pero nunca lo hizo. Esperaron varios días en Huaraz para que el operativo continuara. Pero al ver que no había voluntad real de seguir buscando, decidieron actuar. “Dijeron que lo harían. Pero no lo hicieron. Así que armamos una patrulla nosotros. Con los amigos, con los que estaban ahí. Subimos igual”, cuenta Miguel.
Durante la búsqueda, improvisaron una cuadrícula sobre el glaciar. Escarbaban donde suponían que podía estar. Al día siguiente, todo volvía a estar cubierto de nieve. Llevaron un detector de metales, pero no pudieron usarlo ya que interfería con los grampones y otros elementos metálicos. Las paredes del glaciar descargaban bloques constantemente. El riesgo era permanente.
En el descenso, trajeron una estaca que Natalio habría usado como anclaje. Fue el único rastro físico que pudieron recuperar. La patrulla oficial dio por terminada la operación. A eso se sumaron contradicciones en los informes, elementos faltantes y la sensación de abandono. “No confiábamos. Nos decían cosas que no cerraban. Nos quedó la sensación de que nadie quería seguir buscando”, relata Miguel.
Unos meses después, regresaron al cerro en familia. Subieron Miguel, Graciela y sus hijas, Teresita y Yuyi. No como montañistas, sino como padres y hermanas. Quisieron estar ahí, recorrer el mismo sendero que vio a Natalio. Desde entonces, vuelven cada año. A veces en avión, otras veces en un motorhome que ellos mismos acondicionaron, con colchón, cocina y baño. Recorren pueblos, rutas, refugios. Y siguen buscando.
“Sabemos que es casi imposible que no esté en el glaciar. Pero por estas cosas es que necesitamos verlo. Aunque sea para saber. Para poder elegir qué hacer con eso”, dice Graciela. “Lo seguimos buscando porque no podemos no hacerlo, es lo que nos mantiene el espíritu.”, agrega Miguel.
Montañista nato
Tenía 22 años cuando la montaña lo abrazó por última vez. Era el menor de tres hermanos, hijo de una familia marcada por la educación, la solidaridad y el compromiso. Nació en San Carlos, donde aún lo recuerdan como un pibe querido, compañero, luminoso. Estudió en la Técnica de La Consulta, dio pasos en el estudio de Arquitectura, pero eligió otro camino: la montaña, el hielo, las cumbres. Quería ser guía internacional de alta montaña.
Natalio Funes
El sueño del guía. Natalio trabajó como porteador en el Aconcagua.
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Había trabajado como porteador en el Aconcagua. En una temporada fue el primero en asistir a un montañista estadounidense con discapacidad que sufrió hipotermia. Lo rescató antes de que llegara la patrulla. Le salvó la vida. Con esa recompensa, pagó el pasaje para que ambos, Leo y él, pudieran viajar juntos a Perú. “Así era él”, dice Miguel.
Era curioso, valiente, generoso. Soñaba con ir al Everest, y aunque su madre temía por él, no se lo decía. “Yo siempre tuve miedo. Pero era su vida. Porque a los hijos uno les da alas”, confiesa Graciela. Incluso admite, entre risas y ternura, que boicoteó ese viaje al Everest como pudo.
Natalio era el que armaba juguetes nuevos desarmando los viejos. El que, a los seis años, ya escalaba barrancos. El que cuidaba a los demás en la montaña. El que tenía una camarita y lo registraba todo. Ese archivo, más de 10.000 fotos en un disco extraíble, es hoy uno de los mayores tesoros de la familia.
“Era feliz. Muy feliz. Alegre, curioso, inteligente. Nos decía: ustedes viven en un foquito. Ustedes no saben lo que es la vida, tienen que viajar”, cuenta Graciela. “¡Y mirá si no nos ha hecho viajar…!”, agrega Miguel.
Natalio Funes
Natalio, dentro de la carpa, sonrisa de montaña.
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Tras el accidente, el pueblo entero se movilizó. Juntaron fondos, organizaron expediciones, se turnaron para acompañar.
Graciela lo sigue buscando como si estuviera vivo. Lo dice con claridad, con fuerza: “Sé que racionalmente no debería. Pero lo hago. Porque esa es mi necesidad. Porque somos humanos. Porque quiero saber dónde está”, reconoce
Miguel, en cambio, lo nombra a través de una canción.
“Para mí, todo lo que canta León Gieco en ‘Las Ausencias’ es Natalio. Cada estrofa describe cómo se vive una ausencia. Y como dice esa canción, las ausencias florecen. Siempre florecen”, reconoce.
A doce años del accidente, la montaña sigue sin dar respuestas. Pero ellos siguen yendo. Ahora también lo buscan en las redes, en los ojos de otros, en los pasos ajenos. Porque hay búsquedas que se vuelven parte de la vida. Y hay amores que no admiten descanso.
“Yo creo que tenemos el derecho, pero también la obligación, de encontrarlo. Si lo logramos, me gustaría llevar algo suyo a todos los lugares que soñó: la Torre Eiffel, el Everest, Arenales, Punta Negra. Lugares que lo hicieron feliz. Porque él era un tipo muy feliz”, cierra su madre.