Todo aquel que haya asistido a un recital en vivo de Miguel Mateos, creo yo, guarda una duda secreta: es la de preguntarse si alguna vez esas canciones que el artista repasa una y otra vez en sus shows, fuera del repertorio más nuevo, van a “gastarse alguna vez”. Lo supongo porque es una pregunta que yo mismo me hago: oyente desde muy joven y admirador de la obra de este músico, celebro cada vez que incorpora algunas de sus gemas olvidadas en los conciertos, pero no por eso puedo decir que haya pasado alguna vez eso que la pregunta esconde como temor. Es decir: no. Estas canciones, talladas como un diamante, parecen inmunes a la erosión. Son, por eso, clásicos, y cuando suenan en la garganta de Mateos (una garganta privilegiada de 71 años que no ha mermado su caudal), suenan también en la garganta del público que las entona en voz alta, y también en sus corazones.
Todo esto viene a cuento del fabuloso recital que brindó Mateos con su banda este sábado, en el Arena Maipú. Una presentación más que especial, ya que en ella se propuso hacer (como decía el título del espectáculo) una retrospectiva en torno a Rockas vivas, su celebérrimo álbum en vivo, que está cumpliendo 40 años.
Ese disco, que se convirtió en el más vendido de la música popular argentina hasta 1992 y que está considerado el mejor disco en vivo del rock nacional, convirtió a Mateos y a su banda en estrellas, pusieron sus canciones en los oídos de toda la Argentina de su tiempo y se instalaron en la perennidad como lo hacen las grandes obras de arte.
Pero Mateos vino a repasar su historia, no sólo el disco. Por eso, restringió puntillosamente el arco de su repertorio en el concierto, para tocar no sólo íntegramente ese álbum (que incluía tres estrenos y todo el resto estaba conformado por una selección de sus tres discos anteriores). Lo que hizo fue también incorporar “lo que quedó fuera de Rockas vivas”, esto es, otras canciones de enorme potencia y vitalidad, que sólo por cuestiones técnicas o comerciales no se inscribieron en ese disco en el cual cada una de las pistas ya están instaladas en el bronce.
Por eso el show, que comenzó poniendo las cosas en claro con la interpretación de Va por vos, para vos (el primer hit de Mateos, incluido en el disco Zas), pero luego fue salteando por las canciones de Rockas vivas y sumando algunos clásicos no menos valiosos, algunos de los cuales, probablemente, no eran tocados por Mateos desde aquellos años 80.
MIGUEL MATEOS @simon_canedo-016
Miguel Mateos: el legendario rockero llega a Mendoza como parte de su gira Retrospectiva: Rockas vivas 1981-1985. Tocará el 26 de julio en el Arena Maipú.
Así, junto al arsenal imbatible integrado por Perdiendo el control, Sólo una noche más, Un poco de satisfacción, Extra, extra, Un gato en la ciudad, Huevos, Un mundo feliz y (por supuesto) Tirá para arriba, se sumaron, por una parte, otros éxitos de ese entonces, como Tengo que parar o Ana la dulce, perfectas canciones pop tan frescas que parecen actuales. Y, por otro, aparecieron joyas perdidas, como Tómame mientras puedas, Luces en el mar (un tema de jazz rock que Mateos introdujo con un divertido monólogo improvisado sobre el hecho que la inspiró), la poderosa Hijos del rock and roll (con un arreglo que, según dijo, por fin le hace honor), la pegadiza Mujer sin ley y una canción algo olvidada que, para juicio de este periodista, está entre las que mejor narran la desazón de un argentino en la agonía de la dictadura que acabaría en 1983: Su, me robaste todo.
Mateos fue tan prolijo con la propuesta que no incluyó canciones suyas que se salieran del arco temporal 1981-1985. Incluso bromeó por esa razón con parte de la platea que clamaba por que cantase Bar Imperio, ya que ese tema es de 1998. Pero hubo algunas excepciones para la propuesta. Por un lado, cantó Es tan fácil romper un corazón, canción que abría el disco 2 de Solos en América de 1986, pero que Mateos confesó que tenía escrita para la época de Tengo que parar (1984), aunque le faltaba parte de la letra. “¡Por qué no la metí en Rockas vivas!”, dijo, incluso.
Las otras excepciones, algo menos atinadas (me parece) fue incluir covers de temas de la época. “Porque se me canta”, se excusó. Ellas fueron The Power of Love (1985), de Huey Lewis and the News, la canción de Volver al futuro. La otra fue Everybody Wants to Rule the World (1984), de Tears for Fears, elogiada por Mateos por “su belleza y sencillez”. Hay que decir que ambas sonaron magníficas, sólo que, tal vez, uno hubiera preferido otras joyas poco transitadas por Mateos en vivo de su propio repertorio, como Ochentango, Exilio en París o Sólo fuego.
Lo que es, como se dijo, incuestionable, es que resulta imposible no sentirse avasallado por la perfección de las canciones que ofrece Mateos cuando pone lo más selecto en el escenario, en parte no sólo porque (como decíamos) su voz permanece intacta, sino porque tiene un grupo de músicos excepcionales, capaces de avasallar a la audiencia con su sonido y calidad. Allí están el guitarrista Ariel Pozzo (que, como siempre, apabulla sin transpirarse), el exquisito bajista Charlie Giardina, el espléndido tecladista Leo Bernstein, el reconcentrado guitarrista Juan Oliver Mateos (hijo de Miguel) y el “director de la orquesta”, el siempre fiel baterista Alejandro Mateos (hermano y compañero de toda la trayectoria del músico). A ellos se sumaron, en un total acierto, tres “caños”: un trompetista, un trombonista y un saxofonista, que potenciaron la fuerza en vivo que Mateos ya impone de por sí para un show que —tal vez— se pueda poner en el podio de lo mejor que ha traído Mateos a Mendoza en los últimos tiempos.
Un show que, como el público (después de dos horas) acabó embelesado por la música, la nostalgia y la perfección sonora, terminó quedando corto. Así que la banda tuvo que salir para regalar una canción más “absolutamente fuera de repertorio”, que fue Obsesión. Una pista emblemática de la etapa solista de Mateos y que acabó siendo una muestra, y sólo una, de la usina de clásicos que este tipo de 71 años ha sido capaz de regalarnos a los argentinos.