Nos costó más de 50 años (1930- 1983) para comprender que con golpes de Estado no se puede cambiar las mentalidades, ni las visiones estrechas que no quieren superarse, ni destruir odios, ni mitos, ni prejuicios, ni las injusticias, ni la pobreza, ni apaciguar los rencores, ni la reconciliación, ni interrumpir el nudo estructural de nuestro subdesarrollo, sino más bien se cae en la imaginación de ver un país próspero que le falta madurar.