El notable desfile de personas frente al féretro del papa Francisco, en las tres jornadas de velatorio en la Basílica de San Pedro, fue claramente demostrativo del legado del pontífice argentino en cuanto a la importancia de la cercanía de la Iglesia Católica con la gente.
La multitudinaria respuesta premió la vocación aperturista del Pontífice y rindió homenaje a quien hizo sentir a millones de personas en el mundo como uno más en medio de las necesidades y urgencias que marca el diario vivir.
Francisco no fue un pontífice encargado solamente de promover la austeridad cristiana y la transparencia en el manejo de la Iglesia, algo que ya comentamos en un artículo editorial anterior, luego de la noticia de su muerte. Francisco trasmitió, y demostró, que con el método de la sencillez y el afecto es posible llegar a interpretar desde las altas jerarquías a los más necesitados de ser escuchados, como ocurre con un enorme porcentaje de la población mundial. Ejemplo no sólo para la Iglesia que condujo, sino para todos los ámbitos de convivencia.
Por otra parte, el Papa argentino destacó como pocos antes el rol de la mujer en el mundo, consolidando los movimientos que se pretenden para ella, con total e indudable justeza, lugares de preponderancia en determinados e influyentes ámbitos. En lo que respecta estrictamente a la Iglesia, dotó de responsabilidad en la toma de decisiones a mujeres religiosas capacitadas para ello, incluso por la necesidad de cubrir lugares vacantes.
Como bien han expresado otros medios y también analistas, Francisco fue receptivo a las realidades de la época. Así, reconoció necesidades de muchos que quedan al margen del contexto social, dándoles por parte de la Iglesia el cobijo justo para adaptarse a las urgencias de estos tiempos. Una forma de acercar a la religión sin tener que imponerla.
La impactante despedida vivida esta semana en el Vaticano también sirve para reconocer los esfuerzos de Francisco durante todo su papado para impulsar la paz entre los pueblos y promover, como ya hacía en Buenos Aires, el diálogo y la cercanía consecuente entre las religiones monoteístas. Ese convivir entre personas de religiones que admiten a un solo Dios pudo atenuar la tirantez que durante siglos marcó la vida de los diferentes credos.
Haber logrado ser muy querido y respetado por no católicos, intelectuales y universitarios en general es otra ratificación del éxito de su apertura. No se puede argumentar de ninguna manera que por aplicar dichas posturas haya descuidado el rumbo de la Iglesia; al contrario, acercó la Palabra a quienes mucho la resistieron antes.
Como bien han señalado en sus escritos quienes mucho lo conocieron, Jorge Bergoglio tuvo en la Argentina desafíos que en gran medida lo prepararon para ser elegido pontífice en aquel cónclave de marzo de 2013. Desafíos generados por la inestabilidad política y los desencuentros de tantas décadas en el país, como también por la necesidad de llegar, como hizo, a los sectores más humildes de las poblaciones a las que le tocó atender en su vida sacerdotal.
Un rotundo ejemplo de vida, basado en la sencillez, pero con convicción para romper moldes y llevar a la Iglesia a una próspera universalidad.