“Un solo brote de justicia, justifica arar un desierto”. E. 51
Hay en Buenos Aires y en distintas ciudades argentinas una cantidad de calles, de las que el origen de sus nombres es desconocido por muchos.
Por ejemplo Boyacá… Carabobo… Junín… Pichincha… Ayacucho. Y todas estas tienen un denominador común.
Fueron batallas desarrolladas casi en una misma zona de América Latina. Y en cada una de esas batallas las tropas fueron llevadas a la victoria por un hombre singular llamado Simón Bolívar o por uno de sus lugartenientes llamado José Antonio Sucre, del que también hay una calle en Buenos Aires en el barrio de Belgrano.
Bolívar había ascendido a general teniendo sólo 30 años, y fue además escritor, político, gobernante y sobre todo un auténtico patriota.
Sobrellevó una desventaja no fácil de superar, salvo por una voluntad inquebrantable como la que poseía y una inteligencia superior, pues había perdido a su padre a los tres años y a su madre a los nueve años.
Bolívar había nacido en Caracas (Venezuela) un 24 de julio de 1783. Sus tutores lo llevaron siendo un adolescente a estudiar a Francia y a España.
Tenía 22 años y no había regresado aún a su Venezuela, sometida al poder Español. Y presenciando en España –en el puerto- la partida de un contingente de tropas españolas que viajaba a Venezuela su patria, Bolívar se adelantó gritando: -”Juro por mi honor y por mis padres que no descansaré mientras viva, hasta que no haya roto las cadenas con que España nos oprime”.
Algunos funcionarios oyeron su reclamo. Entonces fue detenido pero como lo supusieron un desequilibrado, permaneció sólo 24 horas en la cárcel. Pero no era un demente. Era sólo un hombre digno. Y la dignidad es tan noble que siempre compensa las pérdidas que causa…
Dos años después, a los 24 años regresó a Venezuela. Había leído ya a los grandes escritores, había madurado y estaba inflamado de patriotismo auténtico, ese patriotismo que sólo lucha por ideales, nunca contra otros ideales, sino contra injusticias.
Pasaron 3 años más en los que agrupó a otros venezolanos que sentían como él. Comenzó a efectuar reuniones secretas. A los 27 años, ya nombrado Coronel, sintió que era el momento de la acción. Y entonces llegaron las batallas que antes mencioné.
Sufrió también reveses militares. Y dijo: “lo injusto, puede vencer a lo justo en 100 batallas. Pero siempre perderá la última”. Y esta últilma con Bolívar vencedor fue la batalla de Carabobo, un 24 de junio de 1821 que consolidó definitivamente la independencia de Venezuela. Antes ya había liberado a Colombia.
Al año siguiente logró que también Ecuador se independizase; y tres años después creó la República Independiente de Bolivia que se denomina así en homenaje a su apellido, Bolívar.
Queda por mencionar un capítulo no del todo claro para los argentinos. Y es el hecho que Bolívar, que en Perú donde solo acabó con los últimos focos realistas, porque San Martín hizo la tarea más significativa, Bolívar quedó como protector de ese país.
Todos hemos leído en algún libro de historia que cuando se encontraron estos dos grandes de América, San Martín le cedió el honor de finalizar la tarea emprendida y que Bolívar por vanidad o afán de figuración aceptó tal privilegio. Es posible aunque no seguro. Ya conocemos la humildad y renunciamiento de San Martín. Pero este último detalle sobre Bolívar –aún siendo cierto- no empequeñece la figura del patriota venezolano. Porque “las debilidades de los grandes no los disminuyen. Los humanizan”. Y no olvidemos que cuando juzgamos a alguien, sólo juzgamos a una parte de ese alguien.
Bolívar tenía sólo 47 años, cuando sintió que su vida se iba extinguiendo. Una enfermedad pulmonar implacable, además del asesinato de su amigo más querido, el mariscal Sucre y el fracaso de su proyecto de una federación de países que habían sido antes colonias españolas, lo abatieron definitivamente. Y un 17 de diciembre de 1830 moría este preclaro ciudadano de América.
Y un aforismo para Simón Bolívar y su visión profética: “Los visionarios marcaron caminos. Pero fueron los primeros en recorrerlos”.