Escenario político
De Santa Cristina a Cristina Gandhi
Primero fue la culpabilización del otro, luego la santificación de sí misma. Ahora busca el acuerdo siempre que los otros admitan su culpa y que ella es una santa.
Primero fue la culpabilización del otro, luego la santificación de sí misma. Ahora busca el acuerdo siempre que los otros admitan su culpa y que ella es una santa.
Decidido a pelear por su enfermedad, se convirtió en un ardiente defensor de la vida y del derecho a decidir cuándo partir.
Para el peronismo clásico primero está la patria, luego el movimiento y al final los hombres (o mujeres). Para el peronismo posmoderno (o sea, el kirchnerismo) primero está Cristina, después el peronismo y por último el país. Al menos, así lo dice el cuervo Larroque.
Hasta ahora el atentado a Cristina no hizo más que profundizar la grieta, cuando se trata de una extraordinaria y única oportunidad para gestar todo lo contrario.
Fue la declaración del Senado lo más bueno de estas aciagas horas. Fueron los extremistas de ambos lados los sempiternos profetas del odio. Y, en el medio, el presidente formal de los argentinos, no fue ni chicha ni limonada.
En su defensa contra los alegatos de los fiscales, Cristina se mostró más auténticamente Cristina que nunca, tanto por lo que dijo, por cómo lo dijo y por lo que insinuó.
Un análisis detallado sobre la importancia del proceso judicial sin precedentes que tiene a la vicepresidenta Cristina Kirchner como principal acusada.
Cuando el kirchnerismo llegó al poder, adoptarían un discurso progresista a fin de justificar por izquierda la apropiación del Gobierno nacional.
La fiscalía demostró con contundencia que los Kirchner armaron en sus presidencias un gobierno paralelo donde centralizaban la corrupción.
El teorema de Luciani demuestra que al relato ideológico justificador del gran desfalco no se lo puede vencer con otro relato ideológico, sino con toneladas de datos.
El programa económico que mostró Massa aparece tan pequeño e insuficiente como la mise en scène que montó para darle algo de cobertura simbólica a su designación.
Del laboratorio frankensteiniano de Cristina surgieron varios monstruitos: Amado Boudou, Aníbal y Alberto Fernández. Ahora llega Sergio.
El nuevo “superministro” tiene que salir al ruedo a probar y probarse, mientras el poder de Alberto Fernández y Cristina Kirchner se disuelve como arena en las manos.
Es ahora o nunca. Massa tiene que salir al ruedo a probar y probarse si puede ser un buen aspirante en 2023. Y la prueba que se le exige es fenomenal.
El partido guapo y machote de la Argentina hoy parece un burguesito asustado frente a la crisis que él mismo provocó y por eso le echa la culpa a todos los demás, mientras se va borrando de su responsabilidad.
Nunca en décadas el país vivió un momento tan poco destituyente, pero tampoco vivió un gobierno que se quiera tanto destituir a sí mismo.
En los viejos tiempos dar la palabra era cuestión de honor. En los años 70 la palabra llegó a matar. Ahora las palabras ya no valen ni dicen nada. Sólo nos queda ser “todes”.
Nunca como por estos días Alberto demostró que le tiene muy poquito temor a Dios y muchísimo a Cristina, a quien le sigue cediendo hombres y banderas.
En Tecnópolis no los unió el amor sino el espanto ante lo que hicieron con YPF al confundir un Estado fuerte con un estatismo fofo y prebendario.
Alberto actúa como el dueño de casi nada, que para él es casi todo. Cristina intenta borrarse lo más posible de Alberto, aunque aun así se cree dueña de todo.
Cristina con su ideologismo extremo y Alberto con su oportunismo absoluto, inventaron un Putin con el cual creyeron que se podía jugar al TEG.
Alberto y Cristina saben que este matrimonio por conveniencia no da para más, y que entonces la única opción que queda es entre el divorcio o la promiscuidad.
Alberto Fernández fue a La Pampa a buscar apoyo político en su interna contra Cristina Kirchner. A cambio de ello agredió a Mendoza con singular bajeza.