Santa Cristina

Para el peronismo clásico primero está la patria, luego el movimiento y al final los hombres (o mujeres). Para el peronismo posmoderno (o sea, el kirchnerismo) primero está Cristina, después el peronismo y por último el país. Al menos, así lo dice el cuervo Larroque.

Peronismo. Un vendedor con imágenes de Evita, de Cristina kirchner y de Perón, durante las manifestaciones de apoyo a la vicepresidenta en su domicilio del barrio porteño de Recoleta, antes del intento de magnicidio. (AP)
Peronismo. Un vendedor con imágenes de Evita, de Cristina kirchner y de Perón, durante las manifestaciones de apoyo a la vicepresidenta en su domicilio del barrio porteño de Recoleta, antes del intento de magnicidio. (AP)

La nota que escribimos el domingo anterior (titulada ”No es el odio, es el juicio”) intentaba decir con todas las letras lo que el kirchnerismo pensaba pero no podía explicitar directamente: que no era el odio lo que los preocupaba, sino el juicio a Cristina y que por ende la principal acción política K luego del atentado a la vicepresidenta, estaba siendo la de utilizar políticamente el atentado para frenar el juicio a Cristina. Lo nuestro fue una interpretación.

Lo que no imaginábamos es que a las pocas horas de aparecida la nota, el senador Mayans haría pública esa intención sin ningún pudor: dijo que si queremos paz social paremos el juicio de Vialidad. La advertencia fue por demás clara: si no se frena el juicio, a lo’ gorila’ lo vamo’ a reventá'. ¿Y quienes son los gorilas que hay que reventar? Los mismos del lawfare: políticos opositores, periodistas no oficialistas y jueces autónomos del poder político. Vale decir, la diabólica trinidad.

¿Y si a pesar de la amenaza de Mayans esta diabólica trinidad no anula el juicio? Pues allí aparece el intelectual castrista chavista K, Atilio Borón, que en Página 12 sostiene que “es necesario un castigo ejemplar para los perpetradores del frustrado magnicidio, pero también para sus instigadores”. Y para eso está disponible la ley contra el odio que desde 2017 rige en Venezuela a fin de encarcelar opositores, cerrar medios y echar jueces. Borón propone, para meter presos a los odiadores, que pasemos de una “democracia de baja intensidad” como es hoy la argentina, a una democracia de alta intensidad, como asegura son la cubana o la chavista.

Una ley del odio puede entenderse donde quedan secuelas del nazismo como en Alemania, o donde el racismo, la xenofobia y el fundamentalismo religioso están muy expandidos. Pero acá se busca castigar el delito de opinión o el derecho a juzgar.

Lo de Mayans es aparte de una clarísima amenaza de neto corte mafioso, un reconocimiento de que la paz social la impedirán ellos si no paran el juicio a Cristina.No se puede leer de otro modo. Impunidad o caos, dicen.

Viene al caso un hecho histórico: Menem en 1993 para lograr su reelección amenazó con traspasar todas las barreras de la paz social. Tanto hizo que Alfonsín, temeroso de que pudiera atentar contra la democracia, decidió negociar y darle la reelección que sólo el expresidente radical tenía el poder suficiente para dársela. Pero era falso, Alfonsín se equivocó, debido a que la solidez de la democracia, de la cual Alfonsín fue su principal gestor, no estaba en peligro por más tironeos que hiciera Menem.

Hoy pasa algo parecido, el kirchnerismo activamente y el resto del peronismo apoyando pasivamente por verticalismo o por temor de que ellos puedan ser los siguientes, quieren tensar la cuerda amenazando con hacer estallar la paz social si la juzgan a Cristina. Pero no tienen poder para ello, no lo van a lograr. Si intentan alterar la paz social o acusar de ello a sus adversarios, se les producirá un efecto bumerán. No hay que dejarse atemorizar. Quien es capaz de jugar con un hecho mayor como un magnicidio y ponerlo al servicio de un hecho menor como salvar de un juicio a una imputada por corrupción, más que peligroso es un... Mayans, por no decir otra cosa que puede sonar más ofensiva.

O sea, la paz social no podrá ser alterada por un acto violento como fue el del atentado, ya que la violencia política física tiene pocos antecedentes en 40 años de democracia. Acusarse de odiadores unos a otros, acá y en todas partes del mundo entre adversarios políticos, es algo usual. Pero en la Argentina no hay más odio político que en cualquier otro lugar. Hay grieta, bronca, indiferencia, hastío hacia la política, pero esas son otra cosa.

Lo que pasa es que este atentado surgió cuando se estaba realizando el juicio de Vialidad. Y al menos durante esta primera semana fue una tentación usarlo para ver si de paso hacían zafar a Cristina. No obstante, ya los más pícaros se empezaron a dar cuenta del modo estúpido en que reaccionaron frente al magnicidio y están tratando de dar vuelta las cosas convocando a un diálogo en el que definitivamente no creen ni creyeron ni creerán nunca, como lo han demostrado en todas sus anteriores gestiones.

Sin embargo, el Coyote, por más que fracase una y otra vez en su intento de cazar al correcaminos, jamás se rinde. Trasladado al caso argentino, si les falló la teoría del odio, ahora (escondiéndose bajo la coartada de un falso diálogo) irán tras otro intento de uso política del atentado: a partir de esta semana buscarán la santificación de Cristina. Algo en lo que ya estaban desde antes, pero ahora potenciarán al infinito con misas y veneraciones varias.

Ya lo dijo el cuervo Larroque: sin Cristina no hay peronismo y sin peronismo no hay país. Dando vuelta así la octava de las 20 verdades peronistas que dice: “En la acción política, la escala de valores de todo peronista es la siguiente: primero la Patria, después el Movimiento y luego los hombres”.

Con Larroque primero está Cristina (el hombre... o la mujer), después el peronismo y al final la patria. O sea, sin Cristina no hay peronismo, no hay democracia, no hay país, no hay patria, no existimos. Ella es el peronismo, si la atacan a ella los atacan a todos los peronistas. Ella es la democracia, si la atacan a ella atacan al sistema político todo. Ella es la Patria, por lo que los critican son unos cipayos. Y si ella es una santa, atacarla en ponerse en contra del mismísimo Dios.

Así, luego del atentado, la verdad kirchnerista expresada por Larroque pasa a ponerse al servicio de parar el juicio contra Cristina porque a alguien santificado no se lo puede juzgar.

Pero los efectos de tal patraña en la opinión pública no son los que imaginaban. o sea que los beneficiaría. Fue exactamente al revés.

Si el kirchnerismo afirma a través de sus políticos e intelectuales que Bullrich, Lanata y Luciani fueron los instigadores del atentado. o los más imbuidos de pensamiento mágico que fue directamente Macri el que le dio el revólver a los pochocleros, no podrán quejarse que sean tantos los que piensen que todo fue un armado para victimizar a la vicepresidenta.

En efecto, aunque la versión no tenga demasiado asidero, son cada vez más los que creen que el atentado no fue tal. Eso se debe a la permanente aplicación K de la fábula del pastorcito mentiroso. Mintieron tanto antes del atentado y luego del atentado quisieron poner esas mentiras al servicio del nuevo relato, que no hay muchas razones para que la gente crea en la veracidad del mismo, aunque sea improbable que fuera armado.

Con todo esto, la política se ha transformado en un delirio colectivo donde la verdad desapareció porque el relato la tapó enteramente. En este clima político gestado desde lo más alto del poder, lo razonable se vuelve inverosímil y lo no razonable totalmente creíble. Y en nada ayudará a recuperar la racionalidad política perdida el deseo de santificar a Cristina con movilizaciones partidarias y misas apologéticas del culto a la personalidad, en supuesto nombre de esa paz social que el senador Mayans no sólo buscó romper, sino que al día siguiente el presidente Alberto Fernández se sacó una intencional foto con él.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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