10 de diciembre de 2017 - 00:00

Otra antinomia argentina: amar u odiar a Maradona - Por Fabián Galdi

El magnetismo que produce Maradona excede los límites del raciocinio. provocativo y mordaz, la ironía domina el centro de su comunicación.

Vladimir Putin nunca pierde la oportunidad de mostrarse ante el afuera como uno de los hombres más poderosos del planeta. Apenas un leve cuan imperceptible uso del lenguaje gestual convierte al presidente ruso en la personificación de un emperador que no necesita calzarse una corona para confirmar su poder.

Abre su casa, ahora, a lo largo de nueve meses tal como si se le hubiera gestado un descendiente desde el punto de vista del plano simbólico: la Copa del Mundo es una ventana de Rusia hacia cada uno de los cinco continentes.

Y fue entonces cuando el primer día de este diciembre se acercó -decidido- hacia la figura más controvertida que ha dado el fútbol en poco más de un siglo. Se puso a la par del invitado estrella y le dio a su rostro un matiz de serenidad y satisfacción.

A su lado, Diego Maradona se había convertido en el epicentro de los flashes y las cámaras televisivas, mientras los grabadores fracasaron en el intento de recoger unas palabras de quien había elegido un pintoresco moño amarillo para adueñarse del máximo protagonismo en el sorteo del programa para el Mundial de fútbol.

El anfitrión debió acomodarse a las circunstancias: esta vez la atracción principal no era él, sino su visitante. Lo presumía y lo confirmó en el mismísimo Palacio Estatal del Kremlin, nada menos.

El magnetismo que produce Maradona excede los límites del raciocinio. Despojados de toda aproximación lindante con el chauvinismo, hay que decantar que el ser humano que se muestra tal como es transita sin escalas desde el desapego a las normas hasta el revulsivo emocional que suele guiarlo sin estar mediatizado por la reflexión o el protocolo.

Provocativo y mordaz, la ironía domina el centro de su modo de comunicación. Carismático y procaz, su personalidad ancla en el concepto que los especialistas denominan psicología de la atracción, en la cual los rasgos de seducción externa tienen una importancia mayor que el propio contenido del mensaje que se quiere emitir. Para él, la forma toma más preponderancia que el fondo.

Muy sagaz, enfatiza sus frases con la intención de provocar un efecto movilizador en las emociones del otro. Lejos de negarlo, es manipulador y lo disfruta intensamente.

Maradona encarna el metro patrón del triunfador a cualquier precio en el inconsciente colectivo argentino. La prueba más contundente en el imaginario masivo son sus dos goles a los ingleses en 1986.

Hasta los británicos incorporaron el concepto de "La Mano de Dios" como una señal de que la piratería esta vez les tocó en carne propia. Inclusive, tras el reciente sorteo del Mundial, los dos diarios deportivos más influyentes en Inglaterra titularon "Hand of God" cuando Diego mostró la cinta con la palabra "England" salida del copón.

Sin embargo, el segundo de sendos tantos en el Estadio Azteca tiene ganado el derecho a ser unánimemente considerado como "El gol del siglo" y sin dudas el más estéticamente logrado en la historia de los mundiales. Casi un símbolo de cómo convive la dualidad dentro de la misma persona, sea por el motivo que fuere.

El propio protagonista de ese tajo en la historia futbolística se jacta de esa ambivalencia y gusta de ejercer control, porque así acumula poder. Busca poseer, alimentar su orgullo y se reconoce obsesivo por ser el mejor. Así entra en escena con la fuerza de quien no se da lugar para el fracaso.

Y en esa exposición de egocentrismo se autogenera un enemigo, lo idealiza como tal y lo ataca con la intención de dejarlo exánime. Le da vía libre a quienes lo demonizan y contraataca sin medir límites. Patea el tablero cuando le place y no se avergüenza ni consulta con asesores de imagen qué, cuándo, dónde y cómo decir lo que quiere.

¿Cuántos Maradona hay en Maradona? Antinómico y descontracturado, su azarosa existencia le fue marcando el territorio en el cual hizo pie luego de enfrentarse con circunstancias adversas que más de una vez pusieron en riesgo su propia vida.

Los entornos que lo blindaron para sí en diferentes etapas se le fueron instalando en derredor cual si fuera la resultante de una ley del eterno retorno -en modo nietzscheano- para actuar como sanguijuelas en etapas pródigas y en buitres cuando le tocó descender a los abismos.

Con una simplificación rayana en la soberbia y la satanización, la opinión pública ilustrada lo ataca despiadada y morbosamente. Él le responde desde la sátira fumando habanos en un yate y mostrando el tatuaje del Che.

¿Hasta qué punto los argentinos tenemos incorporado el maradoneanismo sin asumirlo como tal? La vocación por generar antinomias de todo tipo resurge de tanto en tanto al individualizarse patrones culturales a los cuales ubicamos en un extremo o el otro. El imaginario destructivo colectivo parece formar parte de nuestros genes.

Amamos u odiamos a Maradona sin términos medios cuando él, con sus actitudes y tomas de posición, parece decirnos a cada rato que sólo nos apartan las cuestiones de forma pero que -por el contrario- las de fondo nos acercan más de lo que creemos, aunque nos duela admitirlo.

LAS MAS LEIDAS