30 de abril de 2025 - 00:00

El Papa Francisco, VAR de la Historia

Francisco, el Papa párroco, ha estado al lado de los más humildes, con un estilo pastoral directo y compasivo, como si fuera el párroco universal de cada barrio, de cada periferia, de cada alma necesitada.

En el último medio siglo, la Iglesia Católica ha vivido un proceso de apertura, introspección y cercanía que se refleja en los tres pontificados recientes. Juan Pablo II, el Papa peregrino, llevó el mensaje de la Iglesia a todos los rincones del planeta, derribando muros ideológicos y físicos, y convirtiéndose en un protagonista clave de los grandes procesos históricos del siglo XX. Le sucedió Benedicto XVI, el Papa catequista, quien profundizó en la doctrina, reafirmó la fe y la tradición, ofreciendo a una Iglesia global una sólida brújula teológica frente a los desafíos del relativismo contemporáneo. Y finalmente, Francisco, el Papa párroco, ha estado al lado de los más humildes, con un estilo pastoral directo y compasivo, como si fuera el párroco universal de cada barrio, de cada periferia, de cada alma necesitada.

Ahora, el mundo se prepara para recibir a un nuevo sucesor de Pedro. Y no se trata simplemente de elegir al nuevo líder la Iglesia Católica. El Papa es también un jefe de Estado, el soberano de la Ciudad del Vaticano, y como tal, un actor influyente en la política y en las relaciones internacionales. Su voz es escuchada en los foros más importantes, sus gestos tienen impacto geopolítico, y sus decisiones repercuten extramuros. En un contexto global crecientemente polarizado, el Papa actúa como el "VAR" en el fútbol: observando desde una perspectiva más elevada, interviene cuando las jugadas se tornan dudosas, injustas o violentas. No dicta las reglas, pero recuerda su sentido profundo. No impone castigos, pero llama al fair play global.

El próximo pontífice no tendrá un camino fácil, sea conservador, moderado o progresista. El mundo que lo espera está marcado por desafíos inminentes y profundos:

El avance de las nuevas derechas, que apelan a una renovación de los nacionalismos económicos y culturales, han posibilitado que ganen poder en los escenarios locales con repercusión mundial y deslegitiman el globalismo sin fronteras como forma de “convivencia política”.

La crisis de los grandes bloques económicos, como la Unión Europea o el Mercosur, en una época donde la globalización retrocede, las alianzas se resquebrajan y los intereses nacionales predominan.

Las migraciones masivas, que alimentan políticas de cierre de fronteras, discursos xenófobos y el resurgimiento de gobiernos proteccionistas que ven al otro como amenaza. A la par del proceso de islamización que Europa está viviendo desde hace por lo menos dos décadas y que paulatinamente busca cambiar las raíces milenarias de Occidente.

Frente a este escenario, el próximo Papa no podrá contentarse con marcar una continuidad ni con imponer una ruptura. Su misión será trascender a la Historia como el Papa del equilibrio. Deberá sostener el diálogo entre la tradición y la modernidad, entre la compasión y la firmeza, entre la identidad y la apertura. Este tiempo precisa de un pontífice que, como equilibrista sobre el alambre del tiempo, sepa caminar con firmeza sin caer en los extremos, ofreciendo al mundo un testimonio de paz, justicia y sensatez en medio del desconcierto.

El nuevo Papa no será solo un pastor, ni solo un estadista. Será un signo. Un signo de que aún es posible un liderazgo que una, que repare, que escuche y que proponga. Un signo de que, incluso en tiempos de confusión, el espíritu del Evangelio puede seguir siendo un faro para la humanidad.

* El autor es profesor de Historia de la UNCuyo.

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