Las acequias: el oasis que le ganó al desierto

Canales, cauces y cunetas no solo son parte del patrimonio provincial, sino también el sistema de riego que mantiene viva a nuestra tierra.

Las acequias: el oasis que le ganó al desierto
Las acequias: el oasis que le ganó al desierto

La palabra Cuyo significa “tierra de las arenas”, descripción precisa de la aridez de esta parte del Oeste argentino. Esta característica de nuestro suelo nos resalta la importancia vital del agua y de la red hídrica que sostiene a los tres oasis en Mendoza.

Las acequias, canales y cauces de riego mendocinos son parte del paisaje asimilado por los habitantes como propio y natural. Sin embargo es importante destacar que sin esta ingeniería hídrica -perfeccionada a través de los años- no sería posible para los seres humanos habitar la zona.

Esta historia comienza con los huarpes, distribuidos en la provincia, que heredaron de los incas un sofisticado método de riego.

Los periodos de sequía hicieron que los pobladores nativos diagramaran una conexión de acequias y canales para poder desarrollar sus cultivos. El regadío de tierras fue posible no sólo por  la unión de acequias, sino también gracias a lo que se denomina riego “a manto”. Este sistema consiste en inundar un predio a partir de una acequia proveedora.

Acequias y mantos estaban netamente interrelacionados y eran óptimos para el cultivo del maíz, poroto, zapallo, papa y otras hortalizas que constituían la base de la alimentación huarpe y de las familias de los pueblos originarios cuyanos que vivían cada una junto a los cursos de agua.

A mediados del siglo XVI irrumpieron los españoles, quienes fueron testigos de una ingeniería hídrica de avanzada. En 1561 Pedro del Castillo llegó al valle de Huentata, tomó posesión de las tierras donde ya existían cuatro grandes acequias llamadas Allayme, Tabal, Guaimaien y La que pasa por este pucará, que proporcionaban agua a la población local.

Más tarde, los conquistadores mismos incorporarían ese sistema de canales para la circulación del agua, destinada a bebida y a regar los campos sembrados.

El aluvión de 1757 dio origen al Tajamar como derivador de aguas hacia el norte del casco urbano colonial y también fue el colector aluvional resguardando a la acequia de Tabalqué . Luego se acelerarían procesos relacionados con la instalación de agua corriente en las casas debido a las malas condiciones de salubridad detectadas por el mal uso de las acequias, que recibían también la descarga de los líquidos cloacales.

En su libro, "De los caciques del agua a la Mendoza de las acequias", el arquitecto e investigador del Conicet Jorge Ricardo Ponte se refiere a la finalización del siglo XIX con la llegada de una inmigración que impactó en la provincia por el crecimiento de la población y un nuevo tipo de cultivo:  la vid. También genera una reconversión económica que abandona el cultivo de forrajes para ser reemplazado por la vitivinicultura y otros más rentables, que provocaron un alto consumo de agua destinada al riego y al uso de la población.

La Ciudad de Mendoza mostró en esos años los primeros árboles plantados en la calle, regados por un sistema de acequias que a su vez se utilizaban para abastecer a las chacras y viñedos de los alrededores.

Hacia mediados del siglo pasado la provincia se consolidó como la conocemos hoy. La construcción de los accesos Este y Sur en la década del ’70 alteró el sistema de acequias secundarias que debían atravesar por debajo de la nueva construcción y que por su alto costo de inversión esas obras no se hicieron y se desfuncionalizó toda una red construida a través de los años.

Del legado huarpe actualmente continúan vigentes el viejo Zanjón -actual Canal Cacique Guaymallén-, que atraviesa la ciudad de norte a sur y que es un colector aluvional además de ser un canal de riego. Posee un recorrido de veintidós kilómetros desde su origen hasta llegar a la ciudad de Mendoza.

También sigue efectivo el canal Tajamar, que desde 1912 circula entubado debajo de la calle San Martín, y la acequia de Allayme, de la que solo queda una pequeña hijuela que nace en Carrodilla y finaliza a las pocas cuadras.

En "Historia del regadío. Las acequias de Mendoza", Ponte menciona que "las acequias, canales y zanjones de Mendoza son el soporte de una identidad ambiental de Mendoza". No sólo constituyen el soporte productivo de la zona sino también deben interpretarse como un patrimonio cultural para que se asuman todas las responsabilidades correspondientes a los bienes culturales de una comunidad e incluso las nuevas construcciones deberían apuntar a conservar su aspecto primigenio. Según expone, la provincia sería un caso único en el mundo de una ciudad con acequias urbanas en todas sus calles que a la vez coexisten con el sistema de cunetas rurales.

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