Hoy acontecerán en Mendoza elecciones locales en medio de lo que parece ser un cambio de época políticamente significativo a nivel nacional. De ser esto cierto, lo que se elija provincialmente este domingo (sea mantener a las coaliciones políticas existentes o cambiarlas por otras, sea equilibrar de un modo o de otro el poder) nada será lo mismo, por lo que la responsabilidad del nuevo gobierno local deberá ser adaptar Mendoza a los inesperados tiempos del porvenir. Pero a la vez -más allá de lo nacional- se deberá actualizar una provincia que necesita muchas reformas para recuperar lo mejor de sí misma, ya que la decadencia nacional que no ha hecho sino incrementarse durante lo que va de todo el siglo XXI, no ha dejado de afectarnos a los mendocinos. Y esto también se expresa políticamente, como se ve en las conformaciones electorales que se presentan hoy para ponerse a disposición del voto popular.
Siempre, por una razón u otra, se continúa reconstituyendo electoralmente la Mendoza de las tres fuerzas que se equilibran mutuamente para evitar el predominio excesivo de alguna. Pero esta vez lo diferencial es que la tercera fuerza surgida (que en las PASO salió segunda en cantidad de votos) es en lo esencial una escisión del oficialismo actual. Como que desde el gobierno mismo haya reaparecido la polémica política e ideológica sobre la identidad de Mendoza.
El sector oficialista se autopercibe como la expresión presente de las ventajas institucionales que durante décadas han puesto a Mendoza por encima del promedio nacional. Mientras que el sector disidente cree que esas instituciones han sido afectadas negativamente por un intento de concentración de poder que ellos se ofrecen a limitar.
Los oficialistas hablan de sus méritos en haber logrado boletas únicas, reformas judiciales, limitación de la reelección de los intendentes y otros aportes suyos al fortalecimiento institucional. Los disidentes mencionan la ocupación de las instituciones de control por parte del caudillismo que, para ellos, viene peligrosamente creciendo en la provincia.
Vale decir, esta vez se ha hecho bastante explícito un debate permanente en la provincia que tiene que ver con el modo en que se fue construyendo Mendoza. Y no solo Mendoza, sino la “idea” de Mendoza, que está muy incorporada en el interior profundo del alma colectiva de los mendocinos.
Años atrás, en este mismo espacio, escribimos una columna en la que hablábamos de la “invención” de Mendoza, cuyas ideas centrales rescatamos para aprovechar este domingo electoral en pensar la provincia y pensarnos a nosotros mismos a fin de construir un voto lo más consciente y racional posible. Un voto que haga de este tiempo que parece será de cambios sustanciales, un avance en serio hacia un futuro mejor para todos.
La invención de Mendoza...
Para la provincia de Mendoza -y para los mendocinos- es difícil saber hacia dónde mirar a modo de espejo de lo que queremos ser o no ser. Si miramos hacia el este vemos las tierras fértiles de la pampa húmeda que hasta acá no llegan. Hacia el oeste vemos la cordillera que nos oculta el mar. Al sur observamos más desierto y más piedra. Y al norte vemos principalmente feudos, cacicazgos, patronazgos; casi un revival de las montoneras del siglo XIX como correlato interior del país centralista y preconstitucional que estamos reconstruyendo.
Así estamos (o somos) entonces los mendocinos en el contexto nacional. No podemos tener mar ni pampa. Ni queremos ser desierto ni feudo.
Por otra parte, si miramos al pasado, nuestra historia no nos permite recordar sólidas ascendencias. Siendo, quizá, demasiado artesanal y burguesa para dotarnos de nobles linajes. Menos aún puede Mendoza mirarse a sí misma porque sólo se las verá con su aridez geográfica, sus vientos, sus sismos y granizos.
Es tierra de dificultades en el país de la supuesta promisión.
Pero, precisamente por no poder ser un paraíso natural, Mendoza optó a lo largo de su historia por devenir un paraíso artificial entre las piedras. Una construcción (a veces más conscientemente, otras más inconscientemente, pero siempre en la misma dirección) del intelecto y de la voluntad, no de la naturaleza. Una provincia que no pudiendo ser la pampa de los trigos y las mieses, se negó a ser un mero desierto de piedras infinitas. Un proyecto constitucional en medio de las montoneras. Un intento de autonomía frente al centralismo dominante. La invención de la civilización en continua lucha contra la barbarie natural, sea ésta geográfica o cultural.
Entonces, la Mendoza moderna es, más que una provincia, una “idea” de provincia, imaginada y construida por una suma de voluntades. Una estructura política sin caudillos pero con elites que formaron un sistema gobernado por instituciones y no por patrones. Una estructura económica donde la reforma agraria no fue el proyecto sino el precedente porque la división de la tierra estuvo antes y siempre se impuso a su concentración. Y una estructura cultural donde conservadurismo y progresismo se hicieron sinónimos porque en Mendoza lo primero que se debe conservar es el progreso.
Por todo lo dicho, para “hacer” Mendoza, primero se la debió “pensar”, porque se trata de una construcción artificial en pugna contra la naturaleza inhóspita e incluso en pugna contra las tendencias históricas dominantes en el país,
Una especie de pacto fundante que generación tras generación debemos -implícita o explícitamente- ratificar. Y que, hasta hace poco, supimos razonablemente mantener.
... y su necesaria reinvención
La paradoja es que los fundadores históricos del modelo mendocino decidieron construir un artificio que rompiera con nuestro determinismo geográfico y cultural, pero, particularmente en lo que va del siglo XXI, aparecen tendencias que tienden a acabar con ese sano artificio para volver al estado de naturaleza, sin que nadie, por ahora, se le oponga con toda la seriedad debida.
Como si una especie de cansancio cultural impregnara a la actual generación de mendocinos. O una incerteza metafísica acerca de las potencialidades del modo de vida que elegimos y del cual ahora parecemos dudar.
Así como en lo económico ha habido y sigue habiendo intentos desmesurados de acumulación del poder en contraposición con nuestra lógica histórica, en lo político ocurre que los distintos oficialismos no suelen ser reemplazados por algo que los supere sino que sucumben víctimas de sus propias falencias y divisiones. Como que los hombres no hicieran la historia, sino que la historia los determinara a repetirla al no poder hacerla progresar.
En síntesis, ante la crisis de nuestras elites que cada vez encuentran más dificultades para definir estratégicamente a la provincia y concretarla en esa dirección, las instituciones creadas por nuestras anteriores elites son las que aún, con dificultades, siguen manteniendo lo que queda de la mejor Mendoza. Pero tarde o temprano las instituciones sucumbirán si no se las actualiza. Si no las utilizamos para “reinventar” Mendoza como se hiciera en los mejores tiempos.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar