EE.UU. reconstruye vínculos y retoma liderazgos

Lo central de este encuentro de líderes de las principales potencias del mundo es que el camino de la diplomacia todavía existe y que es posible a través de él lograr objetivos trascendentes para la humanidad.

Imagen ilustrativa / Archivo
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La cumbre del G-7, en el sudoeste de Inglaterra, dejó en marcha una ambiciosa apuesta a escala mundial de las grandes potencias económicas representadas en ese organismo: la reconstrucción global de infraestructura y bienes en general en los países más golpeados por la caída económica que aún deja la pandemia. El plan se denomina “Reconstruir un mundo mejor” y tiene el liderazgo de Estados Unidos, que ahora, con la presidencia de Joe Biden, comienza a dar un giro fundamental en su relación con los países más desarrollados, de los que se fue separando durante los años de presidencia de Donald Trump.

Coinciden los principales analistas internacionales en que el triunfo electoral de Biden le permite al país del Norte regresar a paso rápido y firme a su función de líder de la diplomacia global tradicional, para lo cual su vínculo con los restantes países miembros del G-7 (Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y Gran Bretaña) es fundamental, indispensable.

Justamente, una de las prioridades del nuevo presidente estadounidense en lo referido a política exterior fue recomponer amistad e iniciativas conjuntas con Europa. El Viejo Continente, por su parte, aceptó sin reparos el regreso de su gran socio y aliado. El primer paso para volver a unir lazos de amistad y construir una impronta humanitaria que el mundo estaba reclamando fue la donación de vacunas contra el Covid-19. Estados Unidos dispuso de 500 millones de dosis y una cifra similar acordaron reunir los demás socios del Grupo de los 7. Paso inicial para comenzar a derrotar al virus y sus derivaciones, ya que la Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que se necesitarán 11 mil millones de inoculantes para poder superar a este mal en su totalidad. Por algo se empieza.

Lo central de este encuentro de líderes de las principales potencias del mundo es que el camino de la diplomacia todavía existe y que es posible a través de él lograr objetivos trascendentes para la humanidad.

Cuando asumió, en enero, Biden destacó enfáticamente el valor de la democracia. Fue una definición rotunda del nuevo presidente, que no dudó en criticar, sin nombrarlo, a su antecesor, Donald Trump, por sus arrebatos autoritarios y la transmisión de los mismos al resto del mundo. La cortante política exterior del republicano no hizo otra cosa que aislar a los dialoguistas e incentivar los personalismos. “Estados Unidos fue puesto a prueba y estuvo a la altura del desafío. Hoy celebramos el triunfo no de un candidato, sino de una causa: la causa de la democracia”, dijo aquel 21 de enero el primer mandatario estadounidense. Biden ponía fin así a un aislamiento impensado por el grueso de la clase política de su país.

La buena diplomacia es una herramienta fundamental para que los preceptos democráticos de un gobierno traspasen fronteras y prosperen en el mismo sentido. Este reacomodamiento del G-7 no sólo es un gesto de Estados Unidos hacia sus socios menospreciados por la administración previa de Trump; es un ejemplo a imitar en otros bloques regionales que, como el Mercosur, también trastabillan por la torpeza o arrogancia de ocasionales gobernantes de sus países miembros.

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