De 1983 a 2023. De la política como ilusión a la parábola del buen ladrón

En 1983 nadie creía que la democracia duraría tanto tiempo sin interrupciones, pero tampoco nadie suponía que nos daría materialmente tan poco. En 1983 la política y los políticos eran las herramientas principales de transformación social, hoy se los ve como el obstáculo a todo cambio. Pero no está el reemplazo salvo el outsider que vino a luchar solito contra la casta. Aunque ahora debe apelar a la parábola cristiana de la conversión del buen ladrón para encontrar en la casta lo que no existe en ninguna otra parte.

La asunción  de Javier Milei desde el balcón de la Casa Rosada. (Twitter)
La asunción de Javier Milei desde el balcón de la Casa Rosada. (Twitter)

En 1983 una dictadura se terminaba y empezaba la democracia que aún tenemos viva sin interrupciones en este 2023. Pero nada de lo que esperábamos en aquel entonces pasó al término de estos 40 años. Si hay algo de lo que teníamos muchas dudas es de cuanto tiempo podría mantenerse en pie la República electiva luego de 5 décadas de constantes interrupciones institucionales. No lo sabíamos, y albergábamos muchos temores de futuros golpes por efecto de la mera inercia destituyente. Pero, sin embargo, en el caso de que esta vez sí pudiera sobrevivir la creación del voto popular, sin lugar a dudas nos mejoraría la vida. La fe democrática incluía comer, sanar y educar con excelencia. Pues bien, aconteció exactamente lo contrario en ambas cosas: sobrevivió 4 décadas la democracia, pero no nos mejoró la vida materialmente en ningún aspecto. Hoy somos mucho más pobres que antes.

En 1983, a diferencia de 1976,1989 o 2001 el gobierno no cayó antes de tiempo. Se fue por cansancio, por agotamiento, por una sociedad harta de tanta mediocridad que al poco tiempo, con el juicio a las juntas constataría que el horror no había sido un “exceso” como decían los militares salientes (y por eso querían el indulto) sino un plan sistemático y genocida de exterminio. En ese sentido nada que ver con el recambio democrático de 2023 de un gobierno elegido por el pueblo a otro gobierno elegido por el pueblo, pero sí mucho que ver en cuanto al agotamiento de la sociedad ante tanta mediocridad. En ambos casos llegamos cansados, gastados, luego de tantas desilusiones individuales y colectivas. Ni el regreso de Perón pudo reconciliar a la Argentina consigo misma ni el regreso de la democracia pudo reconciliar a la Argentina con el progreso. Fracasamos las dos veces y, por ende, desde 1973 a 2023, estamos en casi todo 50 años peor. Aunque, seamos justos, sin la violencia política que felizmente exorcizamos con bastante éxito desde 1983. Y eso no es un dato menor. Una evaluación positiva necesaria pero bajo ningún punto de vista suficiente.

En 1983 la palabra “política” (entendida como participación en la cosa pública de la mayoría posible de ciudadanos) era más que valorada. Tanto que nos convertimos en el país de Occidente con la mayor cantidad de afiliaciones a los partidos políticos. Fueron sobre varios millones de nuevos afiliados que se construyó la base para la edificación de una nueva clase política sustancialmente renovada. Que venía de abajo, sobre todo de la clase media, no de las estructuras tradicionales del poder real, ni siquiera de la partidocracia sobreviviente. Ya ni revolución ni dictadura, ni violencia para un lado ni para el otro. La pax democrática era el nuevo modo de entender la política. Constitución, República, adversarios en vez de enemigos eran palabras que de tan olvidadas aparecían como creaciones originales del tiempo que empezaba a nacer.

Exactamente al revés, en 2023 la palabra “política” es quizá la más vituperada de todas, junta a la palabra “políticos”, vale decir los sujetos de la política que son los mismos o los continuadores de aquella nueva clase política tan alabada en 1983. Hoy son los más sospechados e incluso condenados de todos los sectores sociales. El gobierno que asumió en 1983 lo hizo contra la dictadura militar, el que asumió en 2023 lo hizo contra la casta política. Nada en este sentido que mayor diferencia entre 1983 y 2023. Nada.

En 1983 la sociedad votó contra la dictadura, pero también sin querer volver a la democracia previa a la dictadura, vale decir la de 1973-1976, cuyos dirigentes sobrevivientes estaban seguros que el pueblo los votaría nuevamente a ellos para continuar la interrumpido por el golpe. Pero el voto popular hizo borrón y cuenta nueva con todo. Incluso con un peronismo que volvía sin cambio alguno y que, para peor, en nombre de la pacificación nacional se proponía aceptar el indulto que los militares proponían para sí mismos. Si bien llegamos a la democracia no tanto por la lucha popular (que no fue tanta) sino por el cansancio moral y el fracaso de Malvinas, de a poco, en el renacer electoral, la sociedad fue cambiando ese hastío por un entusiasmo creciente que lo llevó a esperanzarse por lo que venía, a lo cual Raúl Alfonsín expresaba en ese entonces mejor que nadie.

En 2023 la mayoría de la sociedad votó contra un régimen que se inició en 2003 y que en nombre de la justicia social nos hizo retroceder 20 años en ella y en todo lo parecido a ella. Tanto que le ganó un ignoto candidato que invitó a todos, incluidos los más humildes, a rebelarse contra la justicia social. Y le hicieron caso en una magnitud inimaginable.

Una similitud a medias es que tanto en 1983 como en 2023 los mariscales de la derrota fueron peronistas que no supieron entender el nuevo sentido de los tiempos y se convirtieron en grandes conservadores del espíritu corporativo, faccioso, caudillista y tribal que aún sobrevive en el interior de la mentalidad argentina. En aquellos tiempos los grandes perdedores fueron, tras la pátina supuestamente prolija de Luder, gente como Herminio Iglesias (el que quemó el cajón), Lorenzo Miguel o Vicente Leónidas Saadi. Hoy lo fueron Cristina Fernández, Aníbal Fernández y Sergio Massa. Señal de que el peronismo, que se supone portador de la historia, ha sido arrasado otra vez por la historia. Y ahora deberá hacer algo más profundo que una mera renovación partidaria, ahora deberá, cuando menos, rectificar su motor porque se encuentra más fundido que desactualizado.

Otra gran diferencia entre aquel entonces y ahora es que ya no hay recambio, o si lo hay es mínimo. Ya no están los millones de nuevos afiliados sobre los cuales tender la caña de pescar o la red para capturar a los mejores y ponerlos a cargo del autogobierno, vale decir del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Ahora no hay casi nada que pescar fuera de la política, y dentro de ella la sociedad ha condenado a casi todos sus integrantes. Tanto es la cosa que para poder gobernar, Javier Milei tiene que reemplazar el rezo laico de Alfonsín llamando a la participación ciudadana con la Constitución en la mano, por la parábola religiosa del buen ladrón. Como Cristo crucificado que al compartir el suplicio con dos ladrones, convocó al reino de los cielos a uno de los dos ladrones, a ese que quizá puede haberse arrepentido de sus pecados, pero cuya virtud fundamental fue aceptar a Dios e inclinarse espiritualmente ante él. Al menos eso es lo que interpreta Milei del relato del buen ladrón: todo aquel miembro de la casta que acepte las ideas de la libertad bienvenido será al reino de los cielos. No le pide tanto arrepentimiento como conversión. Con lo cual viejos conocidos reaparecen en la escena política, la mayoría con sus pecados a cuestas pero perdonados por necesidad, o porque los pecados que ellos cometieron cuando fuera su tiempo político, hoy parecen menores frente a los pecados de los que se acaban de ir de la administración del Estado. De Barrionuevo a Barra hay lugar para todos los que estén dispuestos a dar el paso, ya que en la conversión está el indulto y, de portarse bien, hasta el perdón definitivo de los pecados. Hoy Milei está pescando uno por uno. por ende con caña más que con red, en el mar de los pecadores, frente a la mirada tolerante pero expectante -¿y porqué no, desconfiada?-, de una sociedad que ha depositado sus ilusiones en ese presidente que asumió de cara al pueblo y de espaldas a la casta.

Lo que sí podría verse como una gran diferencia es la actitud frente a la dictadura militar, porque en 1983 prácticamente toda la sociedad le dio la espalda (aunque en gran medida por la derrota de Malvinas) y ahora, en 2023, algunas ideas del nuevo gobierno, en particular las que sostiene la vicepresidenta Villarruel, hablan otra vez de que en ese tiempo se vivió una guerra y que en toda guerra hay excesos, cuando el consenso democrático habla de un plan sistemático de exterminio. No de excesos sino de efectos buscados. No de guerra sino de genocidio. Sin embargo, y más allá de los pensares de algunos miembros ideologizados del gobierno, lo más posible es que la mayoría de la sociedad no haya cuestionado con su voto ningún consenso democrático, sino la intolerancia ideologista de los últimos 20 años que dejó de dividir (como se hizo en el Nunca Más) entre víctimas y victimarios, para hacerlo entre buenos y malos, entre héroes y villanos. Cuando, a diferencia de esta concepción, durante el Juicio a la Junta Militar en 1985 -es conveniente recordarlo- no sólo se condenó a los jefes militares de la represión, sino a los jefes guerrilleros por sus crímenes. Por eso todo parece indicar que la sociedad está más en búsqueda de una desideologización (para un lado y para el otro) de un tema universal como son los derecho humanos que de una reivindicación de lo indefendible. De ser así, universalizando el tema, más allá de las intenciones de algunos actores políticos presentes, estaríamos frente a una evolución democrática y no hacia una involución.

En fin, establecemos tantas diferencias como coincidencias entre las dos históricas fechas en pos de una legítima comparación que nos pueda ayudar a repensar el futuro. En particular, y aunque no es bueno estar refundando el país con cada cambio de gestión presidencial, hay casos en que sí los amerita. 1983 fue uno de ellos. Había que empezar todo de nuevo porque un sistema político entero (aún más allá de la dictadura militar) se había agotado del todo. Ahora ocurre algo parecido en el sentido que, aún en democracia, un sistema político entero que adoptó la actitud de régimen hegemónico, también parece haberse agotado del todo.

Pero para cambiarlo, no basta con cambiar un pasado por otro, sino que es necesario cambiar el pasado por el futuro. Ni a Alfonsín le sirvió mucho intentar recuperar su república radical perdida en 1930, ni a Milei le servirá mucho intentar recuperar su república liberal perdida en 1916. En vez de seguir dividiéndonos históricamente entre buenos y malos (cambiando a los buenos por los malos y viceversa según cada ocasión), sinteticemos de una buena vez nuestra historia sumando todo lo mejor de cada momento y excluyendo lo peor. Para que esa historia nos deje en paz y nos permita mirar hacia adelante y hacia afuera de una vez por todas, en vez de seguir esclavizados al estigma impotente de lo que tantas veces quisimos y nunca pudimos ser. Quizá ese sentido conciliador, de síntesis histórica, hoy no esté en el espíritu por el momento faccioso de Milei (en eso no se diferencia de sus antecesores, aunque reivindique el signo ideológico contrario), pero tal vez anide en una sociedad cansada de ver pelear por arriba entre sí a los que siempre producen los mismos pésimos resultados por abajo.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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