Entre las fantasías para escaparse en otoño, Fiambalá debe tener un sitial especial. Es que esos parajes en medio de la cordillera donde el adobe reina y las manos de los habitantes bendicen con sapiencia ancestral vasijas, tejidos y tallados, donde los vinos también son sabios, y la cordialidad es la moneda corriente, no debe pasar de largo por los anhelos del viajero curioso.
Muchos llegan atraídos por los Seismiles, esos volcanes titánicos que superan los 6 mil metros sobre el nivel del mar, cercanos al Paso de San Francisco que lleva a Chile y a las termas; su colosal belleza, las aventuras a las que dan lugar en el camino, entre estrechas quebradas y gargantas rocosas, ya sea trekking, escalada, andinismo, 4x4 o turismo de contemplación, se anuncian en páginas de Internet y folletos.
Pero sólo pisando ésta, la segunda zona más alta del mundo después del Cordón del Himalaya, se comprobará el valor de la experiencia, ésa que no se compra con ningún plástico.
Casi en la frontera, el poblado de montaña también revela su encanto: la inmensa quietud de sus calles es de esos lujos para atrapar. En derredor todas las cumbres y a poco los viñedos, que ya acaban su vendimia y fermentan sus caldos cada vez más afamados. Vale contar que la vitivinicultura es su principal fuente económica.
Entonces visitar una de esas bodegas es pertinente, muy lejanas a las monumentales construcciones de las top mendocinas y muy cercanas a nuestra idiosincrasia, de los que miran el cielo para rogar que llueva y en otras épocas para que no lo haga; del que toma los racimos y los acaricia cuando aún están verdes sus frutos, del que celebra el tono y el dulzor cuando se acerca la cosecha y vuelve a elevar la mirada, para agradecer.
La plaza es por donde pasa todo, como debe ser. Alrededor la iglesia, la policía la escuela, la Municipalidad, como debe ser. En toda edificación el adobe dice presente, delatando la edad de los muros, algunos con más de 2 siglos encima, como el templo parte de la Ruta del Adobe que engalana Catamarca.
Algunas casas con artesanías y vinos, otras con tejidos, las despensas y los locales de turismo por donde los gringos pululan. Más allá sólo montaña, ni más ni menos. Por allí a las dunas, indica un local con el dedo.
El camino es fascinante, como todo por acá, en un plano horizontal que tiene la cordillera de fondo, pronto el panorama se modifica y lo desértico se apodera de la visual. Arena y dunas, una invitación a perderse en sus dominios, a jugar con el niño interior, a rodar por las suaves laderas, invitación que nadie desoye.
Tras el juego, el camino y a unos 10 km las termas. Son 14 piletones escondidos en la grieta de la montaña para disfrutar de baños curativos durante todo el año y a cualquier hora. Las temperaturas oscilan entre 30° y 50°, y los servicios de alojamientos y restaurantes complementan la estadía saludable.
Pero hay mucho más por hacer. Entonces quizá el nuevo día lo encuentre con ganas de llegar al límite. Recordemos que Fiambalá es el último centro de servicios antes del Paso de San Francisco -150 kilómetros-, que lleva a Chile y a los paisajes más exquisitos de la región.
Es la Ruta Nacional 60 la que hace del asfalto una línea casi onírica en medio de tanta prístina naturaleza. El silencio parece escucharse, tanto como los latidos del corazón.
Quebradas, paredones, cuevas dibujadas, la silueta de los ríos Guanchín y Chaschuil en un largo trecho. Más tarde, los colores se hacen lugar entre cerros y llanos, entre puestos y llamas. En un ascenso sin descanso se toca el suelo a 4.500 metros de altura, allá en el paso.
El aire se hace escaso, los movimientos más lentos, pero la capacidad de sorpresa no disminuye. Eternas nieves sobre el azul lejano de las cumbres más altas y los contrastes de las laderas que aparecen cercanas, entre el marrón y los ocres. Los Seismiles, 14 ellos, se pueden contar, y quizá no se note pero es el Pissis el que los lidera.
Es considerado el volcán más alto del mundo y la segunda montaña más alta de América -sólo superada por nuestro Aconcagua-. Allí mismo se vive uno de esos momentos que se eternizarán en los recuerdos de viajes, en los cuales la inmensidad no empequeñece sino que obliga a agradecer al cielo, estar tan cerca.
Arenas que danzan
Un polvillo pálido se esparce por el asfalto, continúa la huella hacia los laterales. Salvo por los cerros que cubren el horizonte, el paisaje es desértico. Apenas algún arbusto perdido. Y en eso, las dunas.
Estos gigantescos montículos son un verdadero espectáculo a los ojos. Nacen a partir de la fuerza que ejercen los vientos sobre las rocas, que provocan la erosión de las mismas y su posterior transformación en polvo.
La lógica hace el resto. Con siglos y siglos de insistencia, el fenómeno ha convertido al oeste de Catamarca en un vergel de colinas de arena. Por su tamaño, varias de ellas configuran un atractivo turístico en sí mismo, lo que lentamente acrecienta la fama de los pueblos que las acogen.
Ejemplo de ello es Saujil. A tan sólo 15 kilómetros al norte de Fiambalá, la diminuta comarca alberga dunas de una magnitud asombrosa.
La visita no queda en observación, y los pocos visitantes que hasta allí llegan disfrutan lanzándose desde su cima. Con tablas de Sandboard (el equivalente al Snowboard en la arena) o a puro rodar, la diversión está garantizada.
Hay que subir hasta arriba, sentir el viento en la cara, y observar a lo lejos para caer en cuenta de la altura alcanzada. Lo mullido del terreno, no obstante, aplaca cualquier temor ante la caída.
Otra localidad generosa en dunas es Tatón, a 30 kilómetros de Saujil. En cualquiera de las dos, sorprenderse es parte inevitable de la experiencia. Pepo Garay
Más datos
La localidad de Fiambalá se localiza a más de 1.500 metros de altura y dista a 320 kilómetros de la capital de Catamarca. Sus antiguos moradores fueron los cacanos que denominaron a la zona con el nombre de Pianwallá, "penetrando en la montaña", de allí la actual derivación Fiambalá.
Artesanías. Una de las atracciones del lugar realizadas en distintos materiales: madera, piedra, barro y cuero. Además las mantas y los ponchos en lana de vicuña, llama u oveja.
¿Qué ver?
Iglesia de San Pedro. Data de 1770, una preciosura de altura que forma parte de la reconocida "Ruta del Adobe" que caracteriza al trayecto Tinogasta - Fiambalá. Fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1941. Cada 29 de Junio se celebra la Fiesta del Patrono (San Pedro).
Yacimiento Arqueológico de Batungasta, ubicado en la confluencia de la Quebrada de La Troya con el Valle de Abaucán fue declarado Monumento Histórico Nacional. Esta zona pertenecía al imperio Inca. En nuestros días se puede observar la disposición que obtuvo como ciudad cabecera, posteriormente tomada por los españoles.
Los Seismiles. Son volcanes que todos ellos superan los 6.000 metros de altura sobre el nivel del mar. De allí su denominación. Entre los más importantes debemos destacar el Monte Pissis de 6.882 msnm, el Volcán Ojos del Salado de 6864 msnm, el Walter Penck de 6.658 msnm, Nacimientos 6.480 msnm, Incahuasi 6.640 msnm y San Francisco 6.080 msnm.
Por allí la presencia de los ancestros se adivina, hay apus, centros ceremoniales y tumbas. En los cerros contiguos se practica escalada mientras se preparan para los volcanes. También salinas y salares, lagunas encantadas destino de safaris fotográficos o rutas de trekking.
Las Termas: En una bella quebrada ubicada entre cerros multicolores, a sólo 12 km de la ciudad de Fiambalá, con la cordillera como custodio, a 1.550 m.s.n.m., surgen aguas termo-minero-medicinales como un milagro.
Son las termas por las que llegan muchos viajeros quizá por el día, ya que se encuentran a 320 km de la capital de la provincia, San Fernando. Allí relax y tranquilidad extrema son posibles, el lugar cuenta con servicios y comodidades para disfrutar de una agradable estadía. Sus aguas están clasificadas: hipertermal, sulfatada, silicatada, alcalina bicarbonatada y clorurada débilmente.
Son altamente sedantes y relajantes del sistema nervioso, limpian los tejidos, desintoxican el organismo y permiten una mejora en la salud de los viajeros.