La filosofía crítica como desengaño de las ideologías

En las democracias actuales vivimos a merced de nubes ideológicas que inciden en cada una de las acciones públicas de una sociedad. Una filosofía crítica puede ayudar a ese desengaño.

El mito de la caverna, de Platón: una de las alegorías más célebres e iluminadoras de la historia.
El mito de la caverna, de Platón: una de las alegorías más célebres e iluminadoras de la historia.

La culpa pueden tenerla las tantas acepciones del término “filosofía”, sus diversos sentidos y usos. Pero también su desprecio. Y la ignorancia. Sin embargo, tal vez pocas veces como hoy se ve tan necesario tener a mano el arma de la filosofía crítica.

Y es que los ciudadanos de las democracias homologadas actuales, en especial aquellos que vivimos en ciudades y ejercemos el “poder” del demos en el voto —pero también en grupos de trabajo, comités escolares, uniones vecinales— y los que, además, disfrutamos de la isegoría aristotélica en foros de debate o redes sociales, esos ciudadanos del presente vivimos inmersos en nubes ideológicas, que inciden en cada una de las acciones públicas.

Ahora bien, las ideologías que pueblan estas sociedades nunca son meras “visiones del mundo”, exentas de cualquier otra función que no sea ofrecer un color de cristal a través el cual mirar el mundo. No: las ideologías se dibujan a partir del enfrentamiento con otras ideologías, a las que niegan o rechazan. De ese modo, tales ideologías consiguen dar cohesión a unos grupos humanos frente a otros grupos. Tienen, así, un fin, que persigue planes y programas políticos, sociales, culturales, sostenidos o alimentados por esas ideologías.

Esta es la razón por la cual desde el marxismo (para el que la lucha de clases era el conflicto fundamental de las sociedades humanas) la cuestión de las ideologías resultaba tan importante. Marx distinguía a las “ideas de las clases dominantes” como las “ideas dominantes” y se preocupaba por subrayar que “la clase que tiene a su disposición los medios para la producción material goza con ello, a un tiempo, de la capacidad de disposición sobre los medios de producción espiritual, de tal modo que las ideas y pensamientos de quienes carecen de medios de producción espiritual le vienen, por término medio, sometidos”.

Ahora bien, el acierto de Marx estaba en no hablar de las ideologías como algo puramente subjetivo, individual, sino como algo que está funcionando en un contexto social. Ese acierto era destacado por el filósofo español Gustavo Bueno al decir que “las ideologías (…) quedarán adscritas, desde Marx y Engels, no ya a una mente (...), sino a una parte de la sociedad, en tanto se enfrenta a otras partes (sea para controlarlas, dentro del orden social, sea para desplazarlas de su posición dominante, sea simplemente para definir una situación de adaptación)”.

Pero ya antes de Marx desde la filosofía se hablaba de abordar críticamente (filosóficamente) a las ideologías. Por dar sólo un ejemplo, en su clásico Teatro crítico universal, el padre Feijoo advertía en 1726: “Es el pueblo un instrumento de varias voces, que si no por un rarísimo acaso, jamás se pondrán por sí mismas en el debido tono, hasta que alguna mano sabia las temple”.

Así, pues, ¿por qué cobraría importancia abordar, como lo hacen Feijoo, Marx o Bueno, entre otros tantos, la cuestión de las ideologías desde la crítica filosófica?

La primera respuesta es que se hace necesario, precisamente, porque las ideologías tienden al dogmatismo y al idealismo. Tienden al primero, en lo referido a la parte práctica de esa ideología (la elección por el candidato al que se va a votar, los programas educativos que se van a implementar, etc.), y tienden al segundo, con la parte discursiva (en el ejercicio de la isegoría: el uso de la libertad de expresión).

Es esa deformación o, en metáfora musical, “desafinación” la que se debe “templar” —Feijoo dixit—. El papel que una filosofía crítica, inmersa en el presente, debe ejercer ante la crítica es, otra vez en términos de Feijoo, el de “desengaño” de esos errores que deforman la realidad; desengaño que llevará a mostrar de qué modo una ideología está actuando en las sociedades según sus intereses de clases.

Hoy en día esas sociedades son impulsadas a realizar acciones puramente ideológicas, acciones estas de magnitudes muy diversas. Algunas ideologías, por caso, pueden radicalizarse tanto que lleguen a poner el riesgo la propia supervivencia de una sociedad. Un buen ejemplo son las ideologías separatistas, que reivindican una ruptura de la nación política, impulsando a acciones que pueden ir desde un plebiscito en busca de una “independencia” (la ideología aquí ocultará el absurdo de que sólo una porción de la nación a desmembrar esté pretendiendo hacerlo, y no toda) hasta atentados terroristas en pos de quebrar el equilibrio social. Otro ejemplo son las ideologías de género. Otro más: las ideologías que creen que el epítome de la libertad es el mercado, sacro rector de todas las cosas.

Una filosofía crítica y actualista ayudaría, en estos casos, al desvelamiento de las verdades que se predican ideológicamente en ese presente, en la denuncia de los espejismos de esas ideologías, de sus ilusiones. La filosofía crítica, en una de esas “democracias occidentales” del presente, tendría un doble rol: criticar las nebulosas ideológicas de estas democracias y las del fundamentalismo democrático, como también apuntaba Gustavo Bueno.

En suma, el papel que puede asumir una filosofía crítica en relación con las ideologías no sería otro que aquel que expresó Platón en su célebre mito: salir de la caverna, donde sólo se ven sombras proyectadas (las ideologías), y luego volver para iluminar (con la antorcha de la filosofía crítica) a los que siguen allí encerrados.

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