La resurrección de los ateos católicos

“Así como el que aprende un nuevo idioma tiene ‘acentos’ del idioma materno, el ateísmo de alguien inmerso en un contexto de una religión determinada tendrá también sus coloraciones”.

El etólogo inglés y "ateo célebre" dijo esta semana que se reconoce como "cristiano cultural".
El etólogo inglés y "ateo célebre" dijo esta semana que se reconoce como "cristiano cultural".

Las recientes celebraciones de Semana Santa fueron no sólo un derroche de días feriados sino un buen escenario para ver el peso actual de tales celebraciones en cuanto a su núcleo original, esto es, el religioso. En un país como Argentina –heredero de un imperio católico (el español) y con una tradición fundante como sociedad en el que esa influencia ya no sólo religiosa, sino cultural, ideológica, legal e histórica– no resulta extraño que se honre con feriados las fechas con contenido religioso, específicamente cristiano, tales como el Viernes Santo, el Día de la Inmaculada Concepción o la Navidad. Celebraciones estas que en nuestro país (y no sólo en el nuestro, sino en muchas sociedades políticas más) se universalizan para todos los habitantes del suelo argentino, sean católicos, judíos, musulmanes, o ateos. Esto se ve a las claras cuando, aunque aquí se profese la libertad de cultos, no se universaliza el Rosh Hashaná judío o el Hégira musulmán (sólo les cabe a quienes profesan esa religión y bajo el marco de días no laborables, distintos de los feriados).

Como fuere, lo interesante de estas fiestas es no ya sólo apreciar el debilitamiento del catolicismo en la asistencia masiva a sus rituales (abundan, al parecer, los “no practicantes”) sino también ver el rol que les cabe a los ateos en tales fechas.

Aquí no resulta vano advertir que “el ateísmo se dice de muchas maneras”, es decir, que no hay una sola clase de ateísmo. Primero están los ateísmos que se dan mutuamente entre las religiones del Libro, es decir, al cristianismo, el islamismo y el judaísmo. Como apuntaba en un artículo el filósofo José Manuel Rodríguez Pardo, “lo que distingue a esas religiones ‘de libro’ no es su afirmación del Dios monoteísta, sino su dogmática o normas reveladas. Alguien puede ser creyente musulmán pero ateo respecto al Dios del cristianismo, aquel que se encarnó en Cristo y murió crucificado”.

Pero también hay otras clases de ateísmo. Tantas que para detallarlas haría falta un espacio mayor que el de esta columna, así que vamos a ir al grano: desde hace mucho tiempo ya, hay ateos esenciales (aquellos que niegan filosóficamente no ya sólo la existencia sino la posibilidad de Dios) que se declaran “ateos católicos”. Esta definición no es nueva y desde hace ya un siglo al menos aparece en textos y expresiones de personalidades públicas. A pesar de su falta de novedad, ha tenido un resurgir polémico este año.

Y es que hace poco el célebre ateo Richard Dawkins, famoso etólogo inglés, declaró públicamente: “Yo soy (ateo, pero) cristiano cultural”. Como era de esperar causó revuelo que tan luego él, que dos décadas atrás encabezó un movimiento de crítica atea a la religión y publicó el best seller El espejismo de Dios, él justamente, insistiera: “Creo que culturalmente somos un país cristiano (N. de la R: anglicano). Me llamo un cristiano cultural”.

Yo, que soy ateo y he leído ese libro de Dawkins, puedo decir que sus análisis de las religiones y el ateísmo son ciertamente burdos y de trazo grueso, por más que acierte en alguna que otra cuestión. Pero en esta declaración de su ateísmo cristiano no hay mucho para criticar: es de lo más sensata.

Aun así, genera confusión en algunos. Me ha pasado, en lo personal, desear las felices navidades “como ateo católico” (que soy) y que crean que estoy en medio de un juego surrealista. ¿Cómo es posible que alguien sea ateo y se llame católico? Mi amigo Santiago Armesilla (doctor en Economía, escritor, politólogo y “youtubero”) lo explicaba en un video: “El ateísmo católico es una toma de partido a nivel filosófico-teológico, religioso, cultural, antropológico, histórico y político. El término sirve para calificar a aquellas personas que, siendo ateas, se reconocen como culturalmente católicos, herederos y defensores del tipo de sociedad política que ha organizado la Iglesia Católica Apostólica Romana”.

El filósofo español Gustavo Bueno (1924-2016), autor de una notable filosofía materialista de la religión y que ofreció un lúcido análisis de los tipos de ateísmo en su libro La fe del ateo. decía allí que “el ateo católico [...] se distingue de un ateo musulmán, de un ateo judío, de un ateo zen o incluso de un ateo puro (que no comparte en proporciones significativas ni costumbres ni juicios de valor, ni opiniones, ni aliados con ninguna religión determinada”.

Y es que, así como el que aprende un nuevo idioma tiene “acentos” del idioma materno, el ateísmo de alguien inmerso en un contexto de una religión determinada tendrá también sus coloraciones. Por eso uno puede ser ateo esencial total y ateo católico, quiera esto último o no. Lo será, incluso, aunque acuda a ese espamento ridículo de la apostasía oficial (pedir que la Iglesia lo borre de los libros de bautismo). En mi caso, jamás me he plegado a dicha apostasía, reduciendo la mía a la negación de la esencia y existencia de Dios. En cambio, no he apostatado de los sacramentos del bautismo y la confirmación que recibí, ni me ha molestado casarme por Iglesia o bautizar a mis hijos como parte de una tradición.

Sucede que, como ateo católico, soy insoluble en agua bendita, y puedo respetar los ritos, aunque no tenga fe; valorar a la Iglesia como institución histórica; admirar y aprender del aporte de los grandes teólogos católicos; afirmar que el catolicismo es la religión más racional, etc. Todo eso muestra no sólo mi respeto, sino mi poca eficacia para que se caiga algún santo del altar cuando me ve entrar a un templo.

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