Un trabajo reciente dado a conocer por la sede en Mendoza del Observatorio de la Deuda Social, dependiente de la Universidad Católica Argentina (UCA), determinó que entre 2020 y 2022 la población en situación de pobreza se mantuvo estable en el Gran Mendoza.
Según el informe, que Los Andes brindó en forma exclusiva, el indicador pasó de 44,8% a 44,7%. Similares proporciones se obtuvieron con el trabajo sobre la situación de indigencia, que pasó de 8,9% a 8,5%.
De acuerdo con los responsables del estudio, el no empeoramiento de la situación obedeció, principalmente, al importante crecimiento económico observado en el año 2021 y 2022 con respecto a 2020, además del aumento del empleo formal y la asistencia social por parte del Estado.
Queda claro que 2020 fue el año en el que impactó la cuarentena por el coronavirus, con un cese generalizado de actividades que se extendió durante varios meses en la mayor parte del país. Fue, por lo tanto, lógico el repunte un año después.
Mendoza, de algún modo, marcó una excepción, ya que sus autoridades, siempre consiguiendo la autorización de la Nación, fueron flexibilizando las distintas actividades comerciales y productivas para que el efecto negativo en lo económico y social no se extendiese indefinidamente.
Por otra parte, el gobierno provincial pone en valor los efectos de su programa Mendoza Activa como herramienta para la generación de actividades que fomenten el empleo privado. Es un aporte valioso.
De todos modos, no cabe ninguna duda de que el contexto económico sigue afectando a las clases sociales más vulnerables y también acentúa la caída de los sectores más bajos de la clase media.
Esta situación, lamentablemente enquistada, también pone en evidencia que la dirigencia política, en general, no sólo la que temporalmente tiene la misión de gobernar, no advierte a pleno la situación.
Y si lo advierte, carece de las ideas necesarias a fin de encarar líneas de acción para encaminar una solución o un paliativo.
Son tiempos de menor consumo y de mayor endeudamiento de las clases medias. En ese marco, el deterioro social es muchas veces imposible de evitar, lo que hace, lamentablemente, inevitable el camino hacia la pobreza. El impulso que tradicionalmente significó para nuestro país la existencia de una clase media fuerte comienza a desaparecer con el agravamiento de medidas que, como el gigantesco asistencialismo estatal, sustituyen a la generación de empleo y la vocación por el trabajo.
Ya lo hemos señalado desde esta columna: en cuatro décadas de democracia la política argentina no fue capaz de consensuar líneas de acción para salir a atemperar las situaciones más acuciantes de los argentinos, empezando por la pobreza.
Datos tan elocuentes le otorgan a la ciudadanía el derecho a dudar de la capacidad de gestión de sus representantes, a los que elige periódicamente mediante el voto.
Por ello la pobreza sigue siendo la gran deuda de la democracia en estos 40 años. Por lo tanto, los números estadísticos que marcan una cierta estabilidad en cuanto a la pobreza en esta provincia no deben ser para festejar, sino para alentar de una buena vez debates demorados sobre cómo mejorar las perspectivas económicas.