Trazos autobiográficos de José Francisco de San Martín

Pocos años antes de ingresar a la posteridad, San Martín escribía una extensa misiva en la que relataba una breve biografía de su carrera pública. A continuación, algunos de los tramos más importantes de tan interesante carta.

Dos años antes de morir, radicado en Boulogne sur Mer, el Libertador de América, José Francisco de San Martín, con 70 años de edad, escribía una interesante carta al entonces presidente de la República del Perú, Ramón Castilla y Marquesado. El otrora Protector del Perú recibía frecuentemente cartas de los altos dignatarios de los países que había liberado en América, muchos de los cuales habían actuado en la Campaña Libertadora.

Reservado y hasta parco, como lo había sido toda su vida, solía abrirse al diálogo tanto personal como epistolar a partir de alguna anécdota y/o recuerdo que su interlocutor supiera evocar, y de ese modo desencadenar una charla franca y fraterna con el anciano Titán de los Andes.

En esta oportunidad San Martín iniciaba esta carta, fechada el 11 de setiembre de 1848, diciendo: “Respetable General y señor: su muy apreciable y franca carta del 13 de mayo la he recibido con la mayor satisfacción (...) Usted me hace una exposición de su carrera militar bien interesante; a mi turno permítame le dé un extracto de la mía”.

Como pocas veces en su largo exilio, San Martín está dispuesto a realizar una breve síntesis de su biografía; recordemos que, a diferencia de Belgrano y de otros próceres, no escribió sus memorias y muy pocas veces aportó datos para ser biografiado.

Sin embargo la confianza y respeto que le despertaba este compañero de armas peruano lo llevó a relatar lo siguiente: “Como usted, yo serví en el Ejército Español, en la Península, desde la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel de caballería. Una reunión de americanos, en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar.

Yo llegué a Buenos Aires a principios de 1812: fui recibido por la Junta gubernativa de aquella época, por uno de los vocales con favor y por los dos restantes con una desconfianza muy marcada: por otra parte, con muy pocas relaciones de familia, en mi propio país, y sin otro apoyo que mis buenos deseos de serle útil, sufrí este contraste con constancia, hasta que las circunstancias me pusieron en situación de disipar toda prevención”.

En estos primeros párrafos San Martín explica la trascendental decisión de retornar a América y cuenta brevemente la sospecha que despertó su llegada, sospecha que por otra parte le acompañaría toda su carrera pública, llegando a asegurar en algún momento que “el nombre del General San Martín ha sido más considerado por los enemigos de la Independencia que por muchos de los americanos a quienes ha arrancado las viles cadenas que arrastraban”.

En otro interesante párrafo continúa diciendo: “En el período de diez años de mi carrera pública, en diferentes mandos y estados, la política que me propuse seguir fue invariable en dos solos puntos: (...) la de no mezclarme en los partidos que alternativamente dominaron en aquella época en Buenos Aires, a lo que contribuyó mi ausencia de aquella capital por el espacio de nueve años. El segundo punto fue el de mirar a todos los estados americanos en que las fuerzas de mi mando penetraron como estados hermanos interesados todos en un santo y mismo fin. Consecuente a este justísimo principio, mi primer paso era hacer declarar la independencia y crearles una fuerza militar propia que la asegurara. He aquí, mi querido general, un corto análisis de mi vida pública en América; yo hubiera tenido la más completa satisfacción habiéndola puesto fin con la terminación de la guerra de la independencia en el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el general Bolívar me convenció (no obstante sus protestas) que el solo obstáculo de su venida al Perú con el ejército de su mando no era otro que la presencia del General San Martín, a pesar de la sinceridad con que le ofrecí ponerme bajo sus órdenes, con todas las fuerzas que yo disponía”.

Escuetamente, como era su costumbre, San Martín explica los objetivos sobre los que asentó su misión y justifica su retirada de la escena americana a partir de la entrevista de Guayaquil. El líder de los Andes recuerda en este párrafo el importante paso al costado que tuvo que dar para que la independencia americana pudiera ser finita.

Y lo justifica exponiendo: “Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima, paso que no solo comprometía mi honor y reputación, sino que me era tanto más sensible cuanto que conocía que, con las fuerzas reunidas de Colombia, la guerra de la independencia hubiera sido terminada en todo el año 23. Pero este costoso sacrificio, y el no pequeño de tener que guardar un silencio absoluto (tan necesario en aquellas circunstancias) de los motivos que me obligaron a dar este paso, son esfuerzos que usted podrá calcular y que no está al alcance de todos el poderlos apreciar”.

Finalmente, San Martín explica al presidente del Perú las razones que lo motivaron al ostracismo voluntario de su patria, diciendo: “De regreso de Lima, fui a habitar una chacra que poseo a las inmediaciones de Mendoza: y este absoluto retiro, ni el haber cortado con estudios todas mis antiguas relaciones, y sobre todo la garantía que ofrecía mi conducta desprendida de toda facción o partido en el transcurso de mi carrera pública, no pudieron ponerme a cubierto de las desconfianzas del gobierno que en esa época existía en Buenos Aires: sus papeles ministeriales me hicieron una guerra sostenida, exponiendo que un soldado afortunado se proponía someter la República al régimen militar y sustituir este sistema al orden legal y libre. Por otra parte, la oposición al gobierno se servía de mi nombre, y sin mi conocimiento ni aprobación, manifestaba en sus periódicos que yo era el solo hombre capaz de organizar el estado y reunir las provincias, que se hallaban en disidencia con la capital. En estas circunstancias, me convencí que, por desgracia mía, había figurado en la revolución más de lo que yo había deseado, lo que me impediría poder seguir entre los partidos una línea de conducta imparcial: en su consecuencia, y para disipar toda idea de ambición a ningún género de mando, me embarqué para Europa”.

En esta última cita el Gran Capitán manifiesta por qué no pudo terminar sus días en América, pues tal como lo había referido en diferentes oportunidades, su deseo más íntimo era concluir su vida como agricultor en su chacra de los Barriales, “La Tebaida”, aquí en Mendoza, en la “inmortal provincia de Cuyo”, aquella que convirtió, a partir de su liderazgo y carisma, en la Cuna de la Libertad.

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