Escrito en la alcoba

Hay siempre un límite difuso: ¿existe la buena literatura erótica?, ¿qué la divide de la pornografía?, ¿sus contenidos excitan? El arte del erotismo y la sensualidad narrativa en la ficción tiene una larga historia: de los sátiros antiguos a las páginas h

Escrito en la alcoba
Escrito en la alcoba

Dejemos en paz a Bataille y al Marqués de Sade. No abusemos de Henry Miller ni de Anaïs Nin. Ya ellos supieron dar cuenta de la genealogía del erotismo occidental hasta el XX.

Este revival, en cambio, está protagonizado por autores de los que conocemos apenas las iniciales o seudónimos olvidables. Son, sin embargo, los que destacan en las librerías con caligrafías brillantes, llamando a la tentación de tanto imaginario en llamas.

“Cincuenta sombras de Grey” es eso: el puntapié erótico de un nuevo fenómeno editorial. ¿Novela romántica con sexo explícito? Puede que ahí estuviera el hueco.

Vamos por tomos. En el primero, aparece ya una dedicatoria (“Para Niall, el amo de mi universo”) que se amplía en los agradecimientos: “A mi marido, Niall, gracias por aguantar mi obsesión, por ser un dios doméstico y por hacer la primera revisión del manuscrito”. E.L. James, la autora felizmente casada, fue incluida en la lista anual de la revista Time como una de las cien personas más influyentes del mundo.

¿Cómo es que esta señora, que vive tranquilamente en el oeste de Londres con su esposo y sus dos hijos adolescentes, puede transformarse en el fenómeno más influyente del erotismo actual?

La exitosísima trilogía de James es, de hecho, el liro más vendido en toda la historia de Gran Bretaña. Y obviamente propició toda una serie de libros de temática erótica cuya escritura abusa de puntos suspensivos y monólogos interiores vertiginosos combinados con cándidos diálogos.

Secuelas que van desde “Diario de una sumisa”, la novela de Sophie Morgan que despliega el vínculo sadomasoquista de la trilogía de James hasta “Cincuenta sombras de Gregorio”, de Rosella Calabro, en clave de parodia.

Entre los hits también se ubica “El infierno de Gabriel”, de Sylvain Reynard (“El éxtasis de Gabriel”), otro desprendimiento de “Cincuenta sombras...” que, acaso, tiene un doble espesor: lo escribió un hombre que firma con un seudónimo de mujer y explota el morbo en el ámbito pedagógico, la universidad.

¿Qué hay detrás de este éxito de ventas? ¿Es mala o buena literatura? ¿Excita? ¿No fue acaso Isabel Allende una bestseller vitalicia?  Imaginen que la chilena ya publicó “Amor”, una compilación temática con pasajes eróticos sacados de todos sus propios libros. ¿Qué autor se ha dado ese placer? Pocos.

“Mi vida sexual comenzó temprano, más o menos a los cinco años, en el kindergarten de las monjas ursulinas, en Santiago de Chile”, es la confesión de la autora de “Eva Luna”.

Volviendo: “Cincuenta sombras...” nació como un relato erótico basado en la saga “Crepúsculo” que, para muchos, se caracterizaba precisamente por la falta de vena de su protagonista, por esa contradicción en su conducta que lo volvía, por poco, un vampiro vegano.

Originalmente, los nombres de los protagonistas de “Cincuenta sombras...” eran, incluso, Isabella y Edward, protagonistas de la ultrafamosa novela vampírica. “Cincuenta sombras...” nació, entonces, como una fan fiction craneada por fanáticos (entre los que se contaba E.L. James) entre los años 2009 y 2011, y al que podía accederse de forma gratuita en Internet a través de la página fanfiction.net.

El nombre que E.L. James le dio inicialmente a la saga fue “Master of the Universe”. Luego, la autora y sus editores empezaron a realizar una adaptación de los escritos originales, eliminando las referencias a la trama de la saga “Crepúsculo” y cambiando el nombre a “Fifty Shades”.


Erotismos eternos
Se ha dicho que el amor es un invento de los trovadores. Pura poesía que nació en Provenza, alrededor del siglo XII, por cortesanos que suspiraban en jardines mediterráneos, entre ocio, pelucas y escotes.

Así que más seguro es hablar del deseo, ese fuego ingobernable que en todas las mitologías vino a agitar los órdenes del mundo. Y de Eros, el pequeño dios griego flechero, que se la pasa prendiéndonos fuego para nunca obtener lo que queremos.

¿A qué llamamos erotismo? “Es la aprobación de la vida hasta en la muerte, la diferencia que separa al erotismo de la mera actividad sexual es una búsqueda psicológica independiente del fin natural dado en la reproducción”, dice Georges Bataille, gurú de estos asuntos en ese libro capital que es “El erotismo”, una definición que también plasmó a través de la literatura en obras notables donde casi siempre el sexo convive con el algún cadáver, como es el caso, por ejemplo, de “El azul del cielo”.

Bataille decía, en consecuencia, que en el matrimonio no hay erotismo porque no hay poder de transgresión, en tanto es el “marco de la sexualidad lícita”.

Vamos al erotismo actual, que también tiene récords: la orgía más grande del mundo, por ejemplo, sucedió en Japón, donde doscientos cincuenta hombres y doscientas cincuenta mujeres mantuvieron, de manera simultánea, relaciones sexuales.

La mujer que detenta el record de mayor cantidad de coitos por día es la actriz porno estadounidense Lisa Sparxxx quien, en 2004, se acostó con 919 hombres en sólo veinticuatro horas, con mínimos descansos de cincuenta y ocho segundos entre uno y otro.

De estos números da cuenta “La pasión erótica (Del sátiro griego a la pornografía en Internet)”, del uruguayo Ercole Lissardi; que se aventura en esa tradición que proviene de la era de los faunos.

Dice el libro de Lissardi: “Una de las tradiciones más antiguas y sólidas de la cultura de Occidente, tanto en el pensamiento como en el arte, se refiere al amor en tanto vínculo espiritual y exclusivo. Pero ese paradigma amoroso no es el único que en Occidente se ha ocupado del eros”.

El principio que ocupa al autor es el paradigma fáunico. Así, pretende detallar las representaciones de que han sido objeto la sexualidad en Occidente. Pues, aunque ha sido rechazado y reprimido por las instituciones que regulan la vida, el pensamiento y la sensibilidad, el paradigma fáunico no ha dejado de ser una alternativa para el sujeto a la hora de elegir sus opciones.

Lissardi propone en “La pasión erótica” remitirnos a la figura del fauno, la del Don Juan y la de Casanova. A diferencia del amor que suele ser exclusivo y personal, el impulso fáunico “genera la manía coleccionista”.


Ni una sola palabra de amor
Los faunos solían atacar mudos y violentos a las doncellas distraidas en lo profundo del bosque. El demonio del catolicismo, en cambio, es más susurrador: desliza bajito al oído de los fieles las frases de la tentación.

Don Juan, que está apenas basado en un personaje histórico, parece hablar desde un deseo superior que lo domina. Al fin, Casanova lo enuncia, por eso se convierte en un símbolo de la diversidad sexual de finales del XX. Es que, a diferencia de la cuota de maldad, perversión y hasta cierto masoquismo de Don Juan, Casanova logra dejar un excelente recuerdo en cada uno de los personajes que pasaron por su alcoba.

¿De qué literatura erótica se alimentó “La pasión...”? Libros como “Trópico de Cáncer”, de Henry Miller o “Supermacho”, de Alfred Jarry. También de obras pictóricas como el “Fauno Barberini”, notable escultura griega restaurada por el artista en el siglo XVII. ¿Y que hay de Internet? En el último capítulo, dedicado a porno en la red, Lissardi analiza fotografía, arte contemporáneo y cine, con el clímax de la escena inolvidable de “El último tango en París”.

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