El desierto de Atacama en Chile frecuentemente es citado como ejemplo gráfico de la contaminación generada por la fast fashion (moda rápida), y su evocación no es metafórica. Además de caracterizarse por ser el lugar no polar más árido de la Tierra, también es famoso por ser un vertedero clandestino de ropa. Extensos kilómetros de arena son cubiertos por toneladas de prendas en desuso o que, incluso, nunca llegaron a utilizarse y son desechadas con la etiqueta puesta.
Las vistas aéreas captadas por drones son contundentes: la naturaleza queda bajo un manto textil, un cementerio de ropa olvidada que no hace más que graficar (en parte) el costo ambiental de la moda y la importancia de virar hacia un consumo y una producción más sustentable, tema sobre el que las estadísticas alertan hace décadas, pero que no hace muchos años está en agenda.
La Fundación Ellen MacArthur, creada en 2010 con el objetivo de acelerar la transición de gobiernos y de empresas hacia una economía circular, realizó un informe que, así como el cementerio de ropa en el desierto, golpea con su dureza.
“Cada segundo, el equivalente a un camión de basura de textiles se tira o se quema. Con esto, se pierde un valor estimado de 500 millones de dólares americanos por año, debido a que la ropa apenas se usa y rara vez se recicla”, apunta.
“Si nada cambia, para 2050 la industria de la moda utilizará una cuarta parte del presupuesto mundial del carbono”, sigue.
Además de generar desperdicio, de acuerdo con un relevamiento realizado durante una Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo, la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo.
“El sector de la moda libera medio millón de toneladas de microfibras al océano cada año, lo que equivale a más de 50 millones de botellas de plástico. Estas microfibras se esparcen por el océano y se terminan convirtiendo en parte de las cadenas alimenticias de su fauna y su flora, con las devastadoras consecuencias que esto supone para la biodiversidad del mar”, suma La Fundación Ellen MacArthur.
“Slow fashion” y triple impacto para combatir la “fast fashion”
Además de las clásicas dos y cuatro colecciones al año, muchas marcas incluyen ahora nuevas cápsulas en el medio. Las nuevas tendencias se presentan en ciclos cada vez más cortos que “obligan” al consumidor a comprar más. Hoy no es extraño que las tiendas ofrezcan entre seis y ocho colecciones al año, y esta superproducción suele condicionar, además de la calidad de las prendas, las condiciones laborales de las personas que las fabrican.
“Zara, una de las principales marcas de moda rápida, puede lanzar una línea de ropa en un plazo de entre siete y 30 días, y reponer las prendas más vendidas en las tiendas en apenas cinco días. Estos procesos son posibles gracias a la presión a los proveedores para que entreguen sus productos en plazos cada vez más apretados. Inevitablemente, esto se traduce en prácticas medioambientales irresponsables y en el recorte de los costes laborales”, cita como ejemplo la ONG ambientalista en su informe Puntadas tóxicas: El oscuro secreto de la moda (2012).
La slow fashion (moda lenta) surge como contracara a esta corriente que fomenta el consumo y la producción desmedida, y se ubica bajo el concepto de moda ética y sustentable (o sostenible) que atiende al triple impacto: responsabilidad medioambiental, social y económica.
María Eugenia Correa, doctora en Ciencia Sociales (UBA) con una Maestría en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (Idaes), sostiene en diálogo con Número Cero que el término “moda sustentable” es tan amplio que abordarlo implica tener en consideración múltiples factores/actores que participan de esta enorme industria.
“Si bien el término, por definición, hace hincapié en contemplar lo ambiental, lo económico y lo social (triple impacto), en realidad el sistema es mucho más complejo. Tiene que ver también con la publicidad, la distribución, la producción, con el modo en el que se obtuvieron las fibras con las que se trabajan, con cómo son esos cultivos, si los trabajadores están contemplados en condiciones dignas de trabajo, y más”, precisa. Y reconoce que esta “amplitud” del término hace que el consumidor muchas veces no logre discernir cuándo un emprendimiento es realmente sustentable o no.
“Estamos en una etapa de mucha confusión. Es muy complejo, amplio y multidimensional el término, y esto presta a la confusión. La sustentabilidad/sostenibilidad es un modelo de desarrollo que no solamente tiene que ver con los materiales, se aplica a todas las áreas que están involucradas en el proceso productivo de la prenda y su distribución”, precisa Correa.
Y reconoce: “Es muy difícil alcanzar un emprendimiento, empresa o producto que sea 100 por ciento sustentable. Porque es muy difícil contemplar todas estas variables, no sé siquiera si es factible plantearlo, pero es un camino que se va andando. Por lo pronto, es muy importante que se haya empezado a tomar conciencia porque veo que tiene un efecto expansivo, es notorio cómo creció el interés en este último tiempo”.
“Los emprendedores chicos generalmente empiezan por algo. Trabajan con proveedores y talleres con condiciones dignas de trabajo, o con materiales orgánicos, o bien trabajan sin stock, entre otras cosas. Empiezan por algo, y esto ya es un avance. El tema es que hablamos de modos de vida, comportamientos y hábitos de consumo que están muy arraigados. Al ser una cuestión cultural, histórica, no se puede cambiar de un día para el otro”, apunta.
La difícil tarea de querer ser consumidor responsable
La periodista y analista de tendencias Gaba Najmanovich asegura que en medio de la confusión etimológica y los engaños publicitarios englobados bajo el término greenwashing (acciones de marketing destinadas a crear una imagen ilusoria de responsabilidad ecológica), el consumidor que busca ser responsable está en un lugar “bastante incómodo”.
“En el exterior hay aplicaciones que califican sustentablemente a las marcas y se puede recurrir a ellas para estar informado, pero en Argentina no tenemos estos recursos. Depende de la investigación que haga cada uno. Es muy incómodo discernir si nos dicen la verdad o nos mienten, y en este mar de confusión es cuando la conveniencia resulta mejor que la sustentabilidad y la gente se termina cansando”, apunta.
“Mientras no haya estándares internacionales de etiquetado, cada uno podrá decir lo que quiere. Todo va a cambiar cuando empecemos a usar el etiquetado de carbono, eso ayudará realmente a que el consumidor pueda elegir qué comprar en función del impacto ambiental que tienen los productos. Actualmente, esta información no es tan fáctica, sino más bien bastante difusa, y eso hace que sea muy fácil engañar. Acá aparece el tema del greenwashing, decir que algo es sustentable cuando en realidad no lo es”, explica.
“Que utilicen materia prima reciclada no convierte a un emprendimiento en sustentable, que sea vegano, no implica que sea sustentable, hay muchos otros factores por considerar. Si tu deseo es tener la escarapela de consumidor responsable, no deberías descuidar ningún aspecto del triple impacto. A mí me gusta pensar más en la idea del activismo imperfecto, porque el activismo perfecto puede ser un poco abrumador e impide la acción. Cada uno verá hasta dónde puede llegar”, sostiene Najmanovich, quien destaca el poder de la moda circular como un primer acercamiento a un cambio sustentable.
“La moda circular es algo que está creciendo en Argentina, y esto une mano a mano a consumidores y a marcas en el cambio. Empezamos a hablar del alquiler de ropa, de la compra y la venta de ropa de segunda mano, de reparación de productos. Como consumidores, es importante empezar a pensar en la longevidad de los productos que queremos comprar. Si buscamos disminuir nuestra huella de carbono, lo mejor que podemos hacer es prolongar la vida útil de nuestros productos. Reparar, revender, ya hay marcas que incluso reciben prendas usadas a cambio de descuentos u otros beneficios”, apunta.
¿Ser sustentable está de moda?
“No está mal que ser sustentable sea una tendencia. Las tendencias son patrones de comportamiento social, nos dicen para dónde va el mundo, hablan de expectativas y deseos de los consumidores. Si una marca quiere ser relevante tiene que escuchar las tendencias. Por este motivo, muchas se están subiendo a la ola de lo ético y lo sustentable. La pregunta que hay que hacerse es: ¿son realmente sustentables? Tienen que poder darle soporte fáctico a sus dichos”, explica Najmanovich.
En este sentido, María Eugenia Correa agrega que es “clave” que las marcas que trabajan de manera sustentable lo informen, y sigue: “La fashion revolution busca que haya un mayor conocimiento, una mayor claridad sobre los agentes y procesos involucrados en la creación de una prenda. Antes la mugre quedaba debajo de la alfombra; hoy se busca transparencia. Empieza a emerger un nuevo modelo social y de vida que contempla más los derechos, las minorías, la diversidad, el género. Se empiezan a poner en escena valores que antes no eran contemplados. El comercio justo, la trazabilidad, la transparencia, cuando quizás lo que predominaba antes era todo lo contrario”.
“Estamos en un momento en el que vemos como nuevos valores se van mezclando con los viejos, y ambos van a convivir hasta que alguno caiga. Las nuevas generaciones nacen con esta transición, empiezan a educarse, criarse, a recibir estos valores que no predominan, pero que empiezan a circular. Las revoluciones no se hicieron de un día para el otro, pero soy muy optimista. Ya empezó, no hay vuelta atrás, el camino es ese y está claro”, analiza.