En 1810 el Imperio Español –aquel en el que no se ponía el sol y dominaba desde la península ibérica hasta el continente los designios del mundo–, había empezado a resquebrajarse. De hecho, el sistema ejemplar, y aún hoy admirable, de España en América, en donde los territorios del hemisferio occidental eran parte del mismo imperio, había empezado a mutar en algunos sitios para transformarse en la contracara rapaz: las colonias. Y es que las Indias (o América) no fueron originalmente colonias, como equívocamente se las considera, sino que formaban parte de la corona española y en ocasiones sus habitantes tenían mejor pasar que los de Europa.
Pero en los territorios americanos, a principios del siglo XIX, ya pasaban cosas. La guerra de España contra Inglaterra, especialmente: ya en dos ocasiones, heroicas, por cierto, el territorio español del sur de América había resistido los embates ingleses de 1806 y 1807. Pero los intereses británicos de dominio mundial no cejaban, así que tras las derrotas invasoras estos buscaron otras alternativas para conseguir su plan de dominio, al menos comercial.
El plato quedó servido cuando Sevilla cayó en manos de otro enemigo, Napoleón. La noticia llegó a este lado del mundo y se estableció en Buenos Aires el primer gobierno patrio. Los porteños se congregaron en la Plaza de la Victoria, hoy conocida como Plaza de Mayo, y expresaron su voluntad al Cabildo, formando luego la Junta Provisoria Gubernativa del Río de la Plata, también conocida como Primera Junta.
Este fue el comienzo del proceso revolucionario que llevaría a la declaración de independencia el 9 de julio de 1816, pero antes abriría las puertas al comercio por el que estaba pugnando el Imperio Británico. Pacho O’Donnel, reconocido divulgador de Historia, sostiene que “el objetivo de los sucesos de Mayo no fue la independencia. Sí estaba en la mente de algunos, pero la idea principal era defenestrar a Cisneros como virrey, porque él aseguraba la exclusividad del comercio con España”.
O’Donnel ha explicado en un escrito que “en Buenos Aires los grupos económicos se fueron dividiendo en dos fracciones: los monopolistas y los exportadores. Los españoles pertenecientes al primer grupo querían mantener el privilegio de ser los únicos autorizados para introducir y vender los productos extranjeros que llegaban desde España sobrevaluados, porque los compraban a otros países como Francia e Inglaterra para después revenderlos en América”. Por contrapartida, “los productores, en su gran mayoría criollos, tanto agrícologanaderos como de las rudimentarias, pero pujantes industrias del vino, del cuero, del tasajo, del tejido, querían comerciar directa y libremente con Inglaterra”, explica el también psiquiatra.
Patricio Lons, periodista y autor de un canal de Historia en YouTube que lleva su nombre, es incluso más directo a la hora de expresarlo: “En principio los sucesos de Mayo no fueron considerados una revolución, sino que esto empieza a considerarse así alrededor de 1860. La gente que depuso al Virrey, lo puso como presidente de una Junta. Pero fueron los grupos más duros, relacionados con el comercio británico y por lo general contrabandistas, los que quisieron sacar al Virrey porque esas eran las exigencias inglesas”.
Según Lons, “el Imperio Británico se construyó sobre los despojos que quedaron del Imperio Español. Los ingleses querían conquistar tanto nuestros mercados internos como los que poseíamos en Asia. Recordemos que la moneda que se acuñaba en el Potosí, llamada Real de a 8, era la moneda internacional de la época”.
Por eso los sucesos de Mayo, que conformaron el “primer gobierno patrio” de la naciente Argentina, sirvieron de provecho a los intereses de la corona británica, que operaba incluso con “agentes ingleses en Buenos Aires que apuraron la situación”. Tal como apunta el periodista, “además, en el Río de la Plata había cuatro buques de la Armada inglesa presionando a sus agentes en la ciudad”.
Sin embargo, así como los propios congregados en el Cabildo de Mayo movían sus piezas ocultando algunos intereses (hay incluso una teoría llamada “la Máscara de Fernando VII”, en alusión a los que decían defender los intereses españoles, pero no era así), los británicos armaron lo que Lons llama “el lobby perfecto”: “Los ingleses jugaron a dos puntas. Por un lado apoyaban a España contra Napoleón, de paso, cada vez que expulsaban a franceses de algún lugar de España, destruían toda la industria española que encontraban. Por otra parte, aumentaban su influencia en sectores de la burguesía comerciante y contrabandista de Buenos Aires. Lo primero que hizo la Junta fue decretar el libre comercio, pero claramente a favor de Gran Bretaña, y el decreto lo redactó Alexander Mackinnon, que presidía la British Commercial Room en Buenos Aires y cuyo secretario era Mariano Moreno, nombrado también secretario de la Junta del 25″. Por si eso fuera poco, “el otro paso importante fue otorgarle a los ingleses el practicaje del Río de la Plata, con lo cual tenían la llave naval de nuestros puertos ...y mercados”.
Al respecto, O’Donnell recuerda en un artículo: “Era claro que Inglaterra apoyaba y condicionaba. El capitán de la escuadra, Charles Montagu Fabian, no sólo empavesó las naves y disparó salvas de festejo el 26, sino que también arengó al pueblo a favor de la revolución. Además, a pedido de la junta accedió a trasladar a Inglaterra a un enviado, Matías Irigoyen, que informaría a la Corona de las novedades ‘a nombre del rey Fernando VII’ y solicitaría la ayuda y la protección británicas”.
Patricio Lons deja, además, un dato intrigante: “En algún momento de aquellos días revolucionarios de la Semana de Mayo, en el fuerte de Buenos Aires se arrió el pabellón español por el cual los rioplatenses habían luchado y se izó la Union Jack británica”.
A pesar de todo ello, el 25 de Mayo terminó formando parte de la ola que llegaba desde el Norte y desembocó en la secesión de las Provincias del Río de la Plata, la separación de una enorme nación global de la que había formado parte: el Reino Español. Fue, en suma, el germen para que Argentina naciera como tal.
Para Lons, las lecciones que deja la Historia no están para avergonzarse, sino para aprender de ellas y reivindicar lo mejor de nuestro pasado: “Sería bueno que recordemos el heroísmo del pueblo de Buenos Aires y Montevideo y de don Santiago de Liniers, su magnicidio por orden de la Junta y a manos de fusileros ingleses en Cabeza de Tigre (Monte de los papagayos, Córdoba) y saquemos conclusiones para rescatar a nuestra querida Argentina. Para entender por qué estamos en un pozo, debemos comprender cómo nos caímos. De aquellos barros de ayer, estos lodos de hoy”.