Es un cliché decir que el periodismo mendocino está de luto, pero no hay otra manera de empezar. Hoy falleció Pablo Villarruel (36), un joven periodista que sembró risas en todas las redacciones que pisó y dejó como legado una marca propia que pocos logran.
De un estilo único, pero que enseguida deshacía toda sospecha de “importado” cuando intervenía con su ingenioso y ácido humor, plagado de modismos que solo se pueden adquirir en ambientes donde la amistad, los códigos y la felicidad en forma de hierros ardientes se transforman en un culto.
Pablo Villarruel, el pablito, para quienes tuvimos el placer de coincidir en su camino, llevó ese estilo único a muchas redacciones de Mendoza, entre ellas a la de Los Andes. Las injusticias de otros las sentía como propias y los egos que suelen pulular entre escritorios y rotativas los sentía ajenos.
Así se manejó y nunca lo negoció. Periodista sensible y empático que marcó a sus colegas con su ojo clínico para detectar la noticia o tentar al clic.
Hoy dijo basta, la peleó como pocos. Se aferró lo más que pudo a su amor por Faustino Indalecio, su hijo, y se fue sabiendo que su forma de ver la vida, la familia y los amigos lo sobrevivirán en quienes lo cruzamos.
Su plan fue vivir simple y lo logró. Amó a Ana, su pareja, y disfrutó todo lo que pudo. Fue un verdadero “metalero” sin el starter pack característico. Evangelizó a Maradona y a su querido Club Deportivo y Social Guaymallén. Y entendió, a tiempo, que su vida fuera de la redacción no estaba en el verde césped sino en el 20x10 del pádel.
Seguramente hubiera renegado de estas líneas, y hasta se hubiera sonrojado, pero es un poco de justicia a su aporte al periodismo mendocino.
Sus ex compañeros y amigos de redacción de Los Andes lo despiden con el mayor de los afectos.