“Nuestro auto se detuvo de repente en medio de la ruta, recuerdo que hacía mucho calor, era pasado el mediodía, era para la navidad de 1977. Mi marido se bajó a ver qué podría ser y miró que una manguera perdía agua”. Así comienza el relato de María Ester, que por aquellos años era una joven farmacéutica que se trasladaba con sus dos hijos, desde La Plata a la localidad de Uspallata, a conocer el cerro Tunduqueral.
“Esperamos por horas a alguien que pudiera remolcarnos”, sus ojos no pueden ocultar algunas lágrimas. “La única sombra que había era aquel pimiento seco, que yace de pie” y señala en dirección al oeste, sobre una pequeña ladera árida, justo sobre costado oeste de la Ruta 82, pasando la zona de los boliches, en Luján de Cuyo.
“Al subir miramos que había un pequeño altar dedicado a la Difunta Correa, y los niños se pusieron a jugar con las cosas que había allí, recuerdo varias patentes de autos, casitas pequeñas y botellas de vidrio con agua adentro. Por la tarde, cuando vinieron a buscarnos, bajamos todos y al intentar encender el auto, éste arrancó inmediatamente. Creer o reventar”, acota entre sus ojos llorosos y una alegría nostálgica.
La angustia de Deolinda
Cuenta la leyenda que, allá por los conflictivos años del 1840, la joven Deolinda Correa de Bustos, conocida en la zona como una aguerrida mujer que vivía en el poblado de Angaco, provincia de San Juan, trabajaba en la cría de cabras y poseía una pequeña plantación. Estaba casada con Don Clemente Bustos (un hombre bastante mayor que ella). Deolinda era madre de un niño de siete meses.
Una madrugada, los montoneros unitarios irrumpieron en sus tierras, llevándose sus dos caballos, víveres y también reclutando obligadamente a su marido, para unirse a las guerras civiles. Pasaron tres días y Deolinda no pudo contener más la angustia y decidió ir tras él, siguiendo las mismas huellas de la tropilla por el gran secano, llevando consigo algunas provisiones de charqui, varios panes y agua para la travesía. Lamentablemente, en esa época del año, las altas temperaturas durante el día agotaron rápidamente sus víveres, y ya sin comida ni agua, su lenta marcha se detuvo y cayó de espaldas con su hijo en brazos. Se arrastró varios cientos de metros, tratando de darle sombra y protección a su hijo. Allí murió a causa de la sed, el cansancio y el hambre. Cuando unos arrieros pasaron por el lugar tres días después, encontraron el cadáver de Deolinda. Debajo de su vestido rojo, estaba su hijo que seguía vivo amamantándose de sus pechos, de los cuales aún fluía leche, ¡era la vida misma!
Luego de enterrarla, en el paraje conocido actualmente como Vallecito, departamento de Caucete, llevaron al niño al poblado. El tiempo y el relato hizo que esta historia se conociera en distintos lugares, especialmente de la región cuyana. Muchos paisanos de la zona comenzaron a peregrinar a su tumba, con el tiempo construyeron un oratorio que paulatinamente se convirtió en un santuario.
La Difunta Correa es respetada como una santa popular, la gran mayoría de sus devotos se identifican como católicos, entonces la devoción hacia la Difuntita es más similar a la de una deidad que a una santa.
Muchos santuarios o altares que la recuerdan se expanden por Argentina y los países vecinos. Hay más de 300 solo en Argentina, según los registros de la Fundación Difunta Correa (quien fomenta y protege el paraje y santuario sanjuanino).
La Difuntita
Sobre la ruta 82, en Luján de Cuyo se encuentra uno de los más antiguos en Mendoza y mucha gente deja en este santuario popular cientos de botellas plásticas con agua, “para que nunca le falte a la Difunta”, aseguran Angélica y su marido Sergio, que son algunos de los encargados de limpiar y mantener este gran espacio donde conviven algunas ofrendas. Autos antiguos, placas, botas de yeso usadas, ropa de corredor de auto, un vestido de novia, libros, plantas y decenas de santos que se pierden entre las velas, se encuentran allí como muestras de agradecimientos. Sus devotos consideran que hace milagros e intercede por el bienestar en general. “Si uno pide por su protección, debe cumplir con la promesa ofrecida, ya que es muy cobradora”, explica el matrimonio Sepúlveda, una pareja de chilenos que vino de compras a Mendoza. Allí se detuvieron en su regreso para prender algunas velas y dejar agua, junto a unos recuerdos de su Concepción natal y una placa de agradecimiento.
Sobre el final de la tarde, el silencio se interrumpe cuando aparece Ariel Alonso subiendo de rodillas por las escaleras. “Le traigo agua y vengo a agradecer porque la Difuntita protege a mi familia, y mi padre será operado la semana que viene”. Con dolor, comenta: “se vienen días difíciles para varios de nosotros y necesitamos su luz”.
La cercanía a la ruta es una constante de este mito popular semi-pagano, que se ha expandido en varios puntos de nuestra provincia. En Las Heras, sobre la Ruta 52, luego de pasar por el Barrio Minetti Oeste, se encuentra un santuario importante. Posee casuchas para ofrendas y agradecimientos, aunque su estado es de total abandono. En el circuito religioso de El Challao, muy cerca de la rotonda principal que llega hasta el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, hay un altar debajo de un sauce, al lado de otro Santo popular: el Gauchito Gil.
En la Ruta Provincial 17, del departamento de Maipú, existe un secano en Cruz de Piedra. Allí se construyó un santuario. Un cartel gigante que da la bienvenida a los visitantes marca el ingreso. Luego de transitar por un sendero de hormigón, se llega hasta la capilla que suele tener muchas velas encendidas los fines de semana. Otro que creció recientemente es el que está ubicado sobre el Acceso Sur y Juan José Paso, muy cerca de Calle Terrada. Miles de botellas con agua en su interior descansan tapando el pequeño altar dedicado a la Difunta Correa. No muy lejos de allí, sobre la Ruta 14, en Barrancas, también de Maipú, se levanta un centro de peregrinaje que se destaca por tener decenas de pequeñas casas y cruces.
La Ruta Internacional 7, en dirección hacia la República de Chile, pasando la curva del último túnel, también se rinde homenaje a la Difunta Correa. Hay miles de botellas plásticas descartables apiladas, también pequeñas placas y repuestos usados de camiones y camionetas; volantes antiguos, velocímetros y hasta varias cubiertas pintadas. Para los 15 de diciembre, Día del Camionero, y para Semana Santa, los fieles suelen duplicar sus ofrendas.
La Ruta 40 posee más de 30 altares. Uno se encuentra camino a San Juan, entre el segundo y tercer badén, construido sobre un pequeño cerro que sirve de protección contra las inundaciones de verano. Otro importante es el que está a orillas del río Tunuyán, sobre ese departamento. Aunque se encuentra abandonado, aún conservan varias banderas y carteles que hacen referencia a la Ley 7722.