Praga: galas del tiempo

Su reloj astronómico en medio de las huellas arquitectónicas del tiempo. Una ciudad que no escatima en destellar magia a diestra y siniestra del puente de Carlos.

Praga: galas  del tiempo

Pocas ciudades despliegan la magia de Praga, y mucho menos el encanto de Staré Mésto, su casco antiguo. En un extremo, la Torre de la Pólvora, que se encuentra al inicio de la calle medieval Caletná. La construcción que comenzó en el Medioevo fue cambiando su talante con los años. Resulta que tardaron unos 400 años en finalizarla, y el tiempo es tirano con los estilos; siempre deja su huella como la del gótico florido y ese techo pabellón que nada tiene que ver con sus orígenes. Junto a ella la Casa del Pueblo, de un fascinante Art Nouveau que cada día ofrece conciertos y espectáculos. En la esquina y como para mostrar de a poco la galantería de los edificios que proceden, una Virgen negra, sobre el Museo del Cubismo.

Enfrente, la casa donde vivió Balzano, el padre del cálculo diferencial junto con Newton, a unos metros en el Nº 13 el Hotel Barceló hoy Ols Town Praha, cuyo balcón en 1877 dio origen a una historia de amor entre Mozart y una cantante lírica. Es que Praga también despierta pasiones. Al caminar sus calles empedradas encontraremos los por qué. Hasta aquí apenas unos 150 metros.

Ya se sabe que las apariencias engañan y estas lejanas latitudes no escapan a la regla. Cada edificación de la ciudad vieja bajo su fachada limpia y colorida, bajo sus galas, esconde su pasado, siglos amparados en muros y estilos, como un edificio de varios pisos pero que sólo deja ver el último, los otros enterrados. Los estilos se cubren, entonces. Debajo del barroco, el neoclásico; hay gótico, renacentista y por supuesto medieval. Y algo bueno, muy bueno, se pueden rastrear esas paredes en tours guiados que nos se guardan nada.

Entre paraguas, por la lluvia reciente, entre selfies y lentes gran angular, el viajero se sumerge en varias épocas continuas, como en dimensiones paralelas camino a la plaza principal. El primer reconocimiento visual llevará largo tiempo: primero un paneo, pero luego un repaso más detenido, y al rato otro. Todo como una presentación aún sin mucha data, tan sólo para recalar en la  belleza que abruma.

Y entre tantas beldades, el guía explica que fue aquí donde los husitas (seguidores de Juan de Hus, reformador checo del siglo XIV) y católicos experimentaron las defenestraciones -lanzaban a los contrarios por las ventanas- o los ejecutaban a modo de ejemplificación. Allí también nació Carlos IV y los comunistas asumieron su poder.

A poco y en una torre que bien puede pasarse por alto, el símbolo de la explanada: el famoso reloj astronómico. Con una función para el público a cada hora, con miles de ojos atónitos cada 60 minutos. Se construyó en 1410 a pedido de Wenceslao IV. Lo realizó  Nicolás de Kadán a quien el monarca le habría hecho arrancar los ojos para que no repitiera una obra igual, una imitación lamentable de Iván el Terrible de Rusia, que habría hecho lo mismo con el arquitecto de su pomposa San Basilio. Y el espectáculo comienza, atentos: las estatuillas giran para decir la hora y los apóstoles bendicen a los presentes; mientras la muerte dobla su campana, el Turco a la izquierda niega con la cabeza que le haya llegado la hora, el avaro apenas mueve su bastón con la bolsa de oro y el vanidoso no hace más que reflejarse embobado en el espejo.

Seguimos en la plaza, con un café en una mano y un dulce checo en la otra, ahora frente al edificio más antiguo, el del Nº 7 con su fachada original del XVII que hoy da lugar a un paquete restaurante, Salvatore y a sus mejores sopas.

El balcón del hotel con El unicornio dorado, en el que solía hospedarse Einstein; el Palacio Golz Kinsky, de fachada rococó,  confiscado a una familia argentina por colaborar con los nazis, dicen. En ese mismo edificio se encuentra la que fuera fábrica de tejidos de la familia de Franz Kafka, hoy una librería con los mejores textos del célebre escritor. Al lado el palacio donde nació Carlos IV.

La iglesia del Týn está detrás de los edificios góticos del lado Este de la plaza, y esto sorprende. Efectivamente el templo más bello e icónico de Praga, con sus largas torres y agujas irregulares, de 80 metros ellas, no da a la explanada. Antes se encuentran la escuela del Týn y la casa del Unicornio Blanco.

Resulta que la antigua iglesia que allí se erigía desde el siglo XII era más pequeña. La que vemos hoy, levantada en el siglo XIV, es imponente pero se construyó 100 años después que los anteriores. Entre casas y callecitas apretadas cuesta admirarla en plenitud, incluso su puerta principal está casi tapada.

Luego en el derrotero, la casa de la campana de piedra, la iglesia de San Nicolás. Hacia el norte, el monumento a Jan Hus que fue una concesión con los protestantes, levantado en 1915 entre los interminables tires y aflojes con el catolicismo.

Dicen que en 1968, cuando los tanques de guerra del Pacto de Varsovia invadieron la plaza, se lo cubrió con una tela negra como signo de luto por la pérdida de los derechos democráticos que se habían conquistado tras la primavera de Praga. Cabe destacar que Hus fue el precursor de la reforma protestante. Fue muerto en la hoguera y ese día se conmemora con una de las mayores fiestas  en Praga. El hombre pasado a metal señala la iglesia acusándola.

Como debe ser, en este epicentro convergen todas las callejuelas medievales, un espectacular entramado de piedra, arcos y pasajes góticos. Le sigue el área de los antiguos mercados, dominado por la aduana donde los comerciantes pagaban sus impuestos.

Por la arteria Melantrichova hasta Havelská y por las paralelas, lo que fuera el mercado del carbón, el de las frutas y el de Galo o nuevo, con su interminable consecución de arcadas que protegían a los mercaderes de las inclemencias del tiempo, allá antes de que incluso la ciudad fuera ciudad en sí misma, apenas era gobernada por un administrador del rey Wenceslao I.

La iglesia de Santiago Apóstol (1238) es un auténtico paso al ayer. A poco de la entrada cuelga un antebrazo humano perteneciente a un ladrón del 1.400, una advertencia para los de aquella época. La tumba de la condesa Mitrovic la más hermosa de Bohemia, también está allí, como la Piedad del altar que, aseguran, realiza numerosos milagros en la actualidad, y entre la oscura penumbra uno se pierde, antes de salir al radiante sol que evadió las nubes recientes.

La caminata prosigue sin regla, distraen los souvenirs de cristales bohemios y las brujas que se ríen colgadas en los portales de las casas. Un mozo invita a relajarnos con una verdadera cerveza checa en uno de los tantos sótanos de estos palacetes. Verdaderamente medieval, de piedra amurada, con escaleras de rústica madera se desciende a un espacio de techumbre abovedada, candelabros de cientos de velas en pie, y tablones con largos bancos para sentarse en esa oscuridad grata.

Cada noche los espíritus medievales se apoderan del ambiente, o más bien los actores y mozos que se visten para la ocasión. Comerciantes de 1400 desaliñados bebiendo, mujeres con escotes prominentes y despeinados adrede, las carnes servidas en tablas de madera y la cerveza en vasos de metal, un espectáculo que bien sienta por aquí.

El hechizo de Malá Strana

El Puente de Carlos es ícono y recurrencia citadina. Son 520 metros empedrados entre estatuas de santos y faroles de hierro sobre el río Moldava; ofrece la mejor imagen a uno y otro lado.  Entre las agujas de tantos templos reluciendo en el cielo, retratistas y artesanos, vendedores de dulce, sobre el puente que lleva a Malá Strana. Éste es el barrio menor, aunque no disminuye en encantos, un tesoro del siglo XIII que se alimentó del castillo para hacerse notar. La calle que continúa al puente está repleta de recuerdos de Praga, de gente, de músicos, de movimiento y, a unos metros, callecitas solitarias, casi pueblerinas, con restaurantes gourmet en contraste.

Perdidos y encontrados llegamos a la plaza, a la imponente iglesia de San Nicolás y al barroco colegio jesuita. En derredor, las arcadas se protegen y dan sitial a restaurantes. El tranvía sube por el frente, se pierde. El próximo destino es la iglesia del Niño Jesús de Praga, la milagrosa estatuilla de cera que custodian las carmelitas desde el siglo XVI en el templo de Santa María de la Victoria.  A un lado de la nave, con su lujoso y minúsculo traje de brocato e hilos dorados, el Jesús bendice.  Al descender, otras calles se atraviesan y nuevos atractivos y fachadas que parecen de escenografía, y agujas que pinchan el crepúsculo, mientras el río duplica las siluetas del Teatro Nacional, y de la orilla vecina, la única manera de lograr que la ciudad tenga un clon.

Los recomendados

El castillo. Hay que dedicar todo un día para la visita, museos e iglesias. Vale la pena porque es el más grande de toda Europa. La catedral de San Vito, un imperdible.

Teatro estatal. Fue donde Mozart realizó la premier de Don Giovanni, por eso todas las noches la obra está presente en el escenario. La estatua del fantasma del protagonista, espera en la puerta.

La plaza de Wenceslao es icónica, un rectángulo de 8.000 m2 rodeado por todo tipo de edificios, shoppings y comercios. La revolución de Terciopelo y la Primavera de Praga dejaron sus signos aquí.

Gueto Judío. Josefov atesora todo el devenir de la historia desde romanos hasta la II Guerra Mundial. Sinagogas, algunas centros culturales que relatan diversos aspectos de la historia judía, costumbres y cultura. Una de las más bellas es la Española de estilo morisco, la Pinkas, en tanto, hoy es monumento que conmemora a los 77.297 judíos bohemios y moravos asesinados en campos de concentración nazis.

El viejo cementerio judío del siglo XV, deja ver 12 mil lápidas agolpadas peléandose por salir a la luz. Allí está enterrado el Rabino Lowe a quien la leyenda le atribuye la creación del Golem. A su lado la sinagoga Klause, hoy tiene la exposición de tradiciones judías y costumbres.

Oda a la cerveza. Se tienen registros de la elaboración cervecera ya desde el año 990, en el monasterio Brevnov de Praga que siguió con sus brebajes hasta 1899. Por suerte desde hace unos 5 años Brevnovsky Pivovar retomó la posta produciendo exquisitas rubias y palé ale y stouts que está cautivando a los checos.  En todos los bares la cerveza tirada a cualquier hora es una costumbre.

Datos útiles

Para moverse: metro, tranvía s y autobús, todos utilizan un mismo ticket y se puede combinar libremente. 
Moneda. Corona checa (CZK, Kc).
Oficina de Información y Turismo.  CzechTourism situada en la Plaza de la Ciudad Vieja (Staromestské námestí).

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