El estudio de la sociedad se remonta a comienzos de la civilización occidental y ha tenido expresiones en diversas culturas, en todos los tiempos. Augusto Comte acuñó la palabra «sociología» en 1824, al proponer una disciplina científica mediante la cual se pudieran descubrir las leyes universales que ordenan la sociedad humana, a los grupos sociales y al conjunto de relaciones que dan forma a las sociedades históricas; para entender sus principios invariables, como los que se creía gobernaban la naturaleza. Al extenderse al campo del cambio social, otros, como Marx, Durkheim y Weber se enfrentaron a la sociedad industrial y abrieron las puertas a otras contribuciones como las que señala Pierre Bourdieu “La sociología tiene como particularidad tener por objeto campos de lucha: no solamente el campo de las luchas de clases sino el campo de las luchas científicas mismo...Con lo cual …las posibilidades de contribuir a producir la verdad parecen en realidad depender de dos factores principales, que están ligados a la posición ocupada: el interés que se tiene en saber y en hacer saber la verdad”
Las sociedades se construyen en base a relaciones humanas: filiales, familiares, clánicas, vecinales, laborales, educativas, deportivas, artísticas, culturales, hasta constituir la sociedad local, regional, o nacional, como sociedades totales, y también comunidades de interés o valores. Estas relaciones expresan un rango amplio de sentimientos asociados, como el amor, la amistad, la cooperación, el resentimiento, hostilidad, o el odio.
Tomando como eje el individuo la interacción social es la relación necesaria para organizar múltiples aspectos de la vida cotidiana. Participan de ella la percepción e imaginación del contexto social donde se desarrollan. Para que esa interacción no desemboque en acciones que puedan poner en riesgo la convivencia pacífica requiere un componente de empatía para producir una aceptación del comportamientos de los otros.
Cómo toda actividad humana ha seguido un extenso proceso de evolución-involución, hasta llegar al mundo de las naciones en el que muchos nos formamos y aún sentimos parte. Por cierto todas esas gamas de sociabilidades están mediatizadas por las tecnologías, los mercados, las ideologías, las percepciones y los sentimientos.
El origen de la interacción puede rastrearse hasta el propio cerebro humano, que activa la percepción social y provoca respuestas que parecen instintivas. Pero es preciso advertir que igualmente importante en la toma de decisiones, es el contexto social, donde el individuo se desenvuelve. Dentro de este ambiente un elemento adquiere gran relevancia: la tecnología, que define culturas y marca la suerte de pueblos y civilizaciones.
Un estudio reciente, destaca que el mundo de la percepción social responde a un menú muy limitado de percepciones, lo que tiene consecuencias muy importantes. Porque podemos suponer que la conciencia de la sociedad virtual puede instalarse a expensas de otros contextos específicos, como el familiar, el laboral, lo económico o lo político.
Inventos como el hierro, la pólvora, barcos, aviones, cohetes y las armas nucleares se justificaron como necesarios para la defensa en su diversos niveles: personal, grupal, nacional; juegan un rol especialmente destacables al tiempo que se constituyeron en una amenaza letal creciente frente al futuro.
Algo similar ocurre hoy con la inteligencia artificial, que algunos identifican, con el Chat-GPT, aunque es más que este. De hecho la IA es una tecnología nueva y poderosa cuyos límites son desconocidos y emergen simultáneamente como promesa para el avance del progreso humano y como serios peligros para el individuo y la propia humanidad, porque muy pocas veces se evalúan las consecuencias nocivas de las nuevas tecnologías con la necesaria anticipación.
En nuestros días la tecnología se ha ubicado como el eje de la transformación del mundo, lo que procuré señalar en mi artículo “El Detrás de Escena de los Juegos de Futuros” (Academia.Edu). Ahora, personalidades destacadas del rubro se unieron en una causa común y una carta con un contundente pedido: para frenar el avance de la Inteligencia Artificial. Entre las numerosas advertencias sobre los riesgos que implica este tipo de desarrollos decía Noam Chomsky: “Jorge Luis Borges escribió una vez que vivir en una época de grandes peligros y promesas es experimentar tanto la tragedia como la comedia, con ‘la inminencia de una revelación’ para entendernos a nosotros mismos y al mundo. En la actualidad, los avances supuestamente revolucionarios de la inteligencia artificial son motivo tanto de preocupación como de optimismo. Optimismo porque la inteligencia es el medio con el que resolvemos los problemas. Preocupación porque tememos que la cepa de la inteligencia artificial más popular y de moda (el aprendizaje automático) degrade nuestra ciencia y envilezca nuestra ética al incorporar a nuestra tecnología una concepción fundamentalmente errónea del lenguaje y el conocimiento”. Y con más precisión señala: “De hecho, estos programas están estancados en una fase pre humana o no humana de la evolución cognitiva. Su defecto más profundo es la ausencia de la capacidad más crítica de cualquier inteligencia: decir no solo lo que es el caso, lo que fue el caso y lo que será el caso —eso es descripción y predicción—, sino además lo que no es el caso y lo que podría y no podría ser el caso. Esos son los ingredientes de la explicación, la marca de la verdadera inteligencia”.
Compartiendo lo imperioso y complejo que resulta acordar un marco ético para el desarrollo de este tipo de investigaciones o aprendizajes, me parece imprescindible destacar otro riesgo de gran importancia que es la emergencia de la Sociedad Artificial Global.
Las sociedades históricas han sido resultado del diseño humano –ya sea intencional o por azar-, lo bueno y lo malo de todo nuestro sistema de relaciones ha sido a partir del ser humano. Nuestro hombre ha sido formado de un modo racional, comenzando por las relaciones de continua cercanía, para ir ampliando ese conocimiento de sus contextos hasta desarrollar su cosmovisión.
Pero muchas cosas han cambiado más rápidamente de lo que podemos asimilar proyectándonos al desconcierto y la incertidumbre permanente. La centralidad del individuo, propia del mundo occidental, ha llevado al desarrollo de modos de producción que –propaganda y consumo inconsciente-, culminan en el capitalismo -desafiado por la planificación socialista–fuertemente asentada en el culto al personalismo, que suprime la ideación individual.
Este ordenamiento no solo muestra una dinámica simultánea de evolución e involución, sino que ha quedado peligrosamente cercana a la obsolescencia, con las grandes transformaciones que acompañaron a las globalizaciones del siglo XX y del siglo XXI.
Se dice que las tecnologías digitales facilitan la comunicación, eliminan barreras geográficas e idiomáticas, reduciendo el tiempo y la distancia, aunque en un análisis más cualitativo, generan dependencias, son más superficiales, y menos perdurables.
Impulsada por las tecnologías, pero no solo por estas, la distancia generacional se ha incrementado casi exponencialmente, al tiempo que se incrementa la cantidad de generaciones que conviven en una misma comunidad. La convivencia de cinco o seis generaciones con características muy distintas, muestra crecientes brechas en el lenguaje, en el conocimiento, en sus valores, en las capacidades y sobre todo en sus propósitos y estilos de vida.
Gran parte de las relaciones cara a cara, han sido desplazadas por la conexión, y esto no es un lazo social como ha sido destacado por Zygmunt Bauman. El incontrolado incremento de las conexiones te permite hablar con cualquier persona, o artefacto a miles de kilómetros, como sumergirte en un mundo totalmente artificial, como el metaverso. También cambian los modos y donde trabajar y de donde vivir, incrementando exclusiones y migraciones. Esto genera un cambio de contextos donde te mueves, de habitantes y de estilos de vida. La comunicación con tus antiguas relaciones cara a cara queda mediada por la tecnología y sujeta a sus transformaciones.
Vivir un mundo digital implica reconocer una nueva sociedad total. Donde a diferencia de la “tradicional” la inmersión en lo virtual tiene un costo considerable para las relaciones interpersonales, que necesitan de una interacción constante, del reconocimiento del otro y los otros, lo que impacta sobre emociones y sentimientos. Incluso la relación con las variables espacio tiempo se modifican sustancialmente. El “mundo digital” es, como lo destacaba Horacio Godoy en los 80´un mundo en tiempo real. Si consideramos la aceleración del futuro que alcanza una trayectoria exponencial tras la pandemia de Covid 19 y la guerra ruso-Ucrania, la valoración del tiempo del protestantismo, hoy deviene prácticamente obsoleta por acciones signadas por una impaciencia que exige lo instantáneo como característica permanente.
Los análisis de los cambios y transformaciones se han venido anticipando hace varias décadas, originalmente en campos claramente definidos, como Alvin Toffler en La Tercera Ola, para el mundo de la industria, o Nicholas Negroponte en El Ser Digital, para las tecnologías de información que hacían prever una nueva era en la comunicación, pero hoy el impacto es multidimensional abarca todo tipo de relaciones e incorpora otras nuevas: como el microbioma, el espacio estelar, los fondos marinos, entre otros. Al punto que las relaciones dominantes se definen por intereses individuales y globales, pero la vinculación con la sociedad global artificial, permanece ignota.
Un valioso intento en abordar esta temática lo encontramos en Javier Echeverría, quien en su obra “El Tercer Entorno” señalaba: “Todos sabemos que una sociedad requiere un espacio y un tiempo para surgir, para crearse, para desarrollarse, para evolucionar, para cambiar; por una parte, no hay sociedad que no se instale en un territorio determinado, en una ciudad, pongamos por caso, y por otra, ésta siempre genera su propio tiempo... De hecho, las distintas sociedades humanas habidas a lo largo de la Historia han creado conceptos muy distintos del tiempo; no es lo mismo el tiempo de la sociedad industrial, ligado al reloj…, que el de la sociedad rural…. La interrelación de esas tecnologías con la coordenada espacio-tiempo es lo que yo he denominado Tercer Entorno, al que también nos podemos referir como informacional, espacio electrónico, espacio digital”.
Al ampliarse el conjunto de percepciones que nos facilitan entender los elementos constitutivos de una situación social, como la capacidad de integrar y relacionar este plexo inmensurable de elementos es necesariamente reducida para permitirnos interpretar el contexto de modo de poder actuar en base a él.
¿Cómo construir una identidad individual y colectiva basada en acciones que se basan en relaciones sociales y las experiencias individuales y sociales y la visión del mundo, hoy? Es sin duda una tarea complicada, porque la ruptura de los vínculos sociales interpersonales, la mediatización tecnológica de gran parte de nuestra vida cotidiana, la incomprensión de las diferencias y distancias crecientes entre las diversas generaciones que conviven en este presente histórico nos presenta un desafío extraordinario.
Si esta sociedad artificial entra en conflicto con nuestras ideas y percepciones de lo que constituye nuestra realidad, la pérdida de sociabilidades inmediatas al individuo lo dejan a merced del poder político, aquel que puede tomar decisiones que afectan al conjunto sin tener en cuenta su heterogeneidad, lo que genera dependencia o conflicto. La dilución del tejido social, y de las jerarquías implícitas en ese tramado, que contribuía a la búsqueda de soluciones colectivas a los problemas individuales o grupales nos deja en manos de la nuda voluntad del poder, sea en un sistema democrático o totalitario.
Eudald Carbonell, en “El Futuro de la Humanidad” afirma que la misma está alcanzando un punto de no retorno. Como vivimos nos ha puesto al límite de la supervivencia. Frente a lo cual se dos opciones: o nos pensamos y nos humanizamos o nos extinguiremos. Aún estamos a tiempo, pero no hay tiempo que perder y no será posible sobrevivir sin hacer cambios profundos en la forma de pensar, de relacionarnos y de vivir.
El proceso evolutivo de la sociedad como especie, no podría ignorar las tecnologías actuales y futuros, ni parar la globalización. Parece necesario socializar la tecnología, que nos permita reconstruir las relaciones personales y sociales para adquirir una inteligencia e identidad colectiva. , “El siguiente paso que debe dar el ser humano como especie es conseguir “la socialización de la inteligencia artificial”.
*El autor es Licenciado en Ciencias Políticas, doctor en Historia, director del Centro Latinoamericano de Globalización y Prospectiva. Nudo del Millennium Project.