Con todas sus falencias, el sistema de partidos políticos en la Argentina sirvió para construir en 40 años una democracia institucionalmente sólida en comparación con prácticamente todo el resto de América Latina. Aunque, lamentablemente, ello no ha impedido que la situación económica permanente y la situación social estructural hayan decaído como en muy pocas partes de nuestro continente.
Con lo cual esa teoría sociológica de los años 90 que afirmaba que una mayor institucionalidad es el punto de partida para asegurar las bases del crecimiento económico (teoría que se cumplió en muchos países) en la Argentina no se verifica.
Ejemplo de lo contrario es Uruguay, la excepción positiva, un país que parece una avanzada de la mejor Europa en nuestra región. Allí si se ha cumplido exitosamente la correlación sociológica de que una mayor institucionalidad política trae aparejada un mayor crecimiento económico.
Proyecto que a principios del siglo XX se pensaba que cumpliría la Argentina en vez de latinoamericanizarse en el peor sentido del término, en esa división económica y social terrible entre ricos y pobres que poco a poco va sustituyendo al gran país de clase media que supimos ser. Hoy sólo queda un pequeño país de clase media, Uruguay, cuando ya ni sabemos si Chile podrá continuarlo luego del caos político en que está sumido.
Aún así, la hasta ahora fortaleza partidaria argentina que no ha podido evitar el derrumbe económico del país, al menos parece estar sirviendo para algo también muy importante aunque hoy poco valorado por una población solo ocupada por la sobrevivencia del día a día: que pese a haber sufrido la nación de los argentinos el embate del populismo con una ferocidad tan grande como en el resto de casi todos los países vecinos, acá no se derrumbó el sistema político como ocurrió en Venezuela, Perú y hasta Chile. Hasta Bolsonaro modeló en Brasil una estructura política perversa con su populismo de derecha, que a los efectos prácticos no se diferencia de los de izquierda.
No es un tema menor, porque tanto Cristina como Néstor Kirchner buscaron una alianza estratégica con el venezolano Hugo Chávez. El matrimonio K se sintió seducido por el modelo chavista mientras parecía tener algún tipo de éxito: un populismo mucho más parecido al gobierno santacruceño de donde provenían que a la república constitucional con división de poderes en la que aún, con bemoles, luego de 16 años de kirchnerismo, seguimos viviendo. Y no por voluntad K sino por imposibilidad de ellos para poderlo cambiarlo por otro.
Tanto el transversalismo nestorista como el camporismo cristinista fueron instrumentos con los cuales el populismo argentino intentó disolver el sistema de partidos políticos tradicionales, incluso hasta al mismísimo peronismo. Néstor y Cristina no simpatizaban demasiado con el movimiento político al cual pertenecían y Cristina, en particular, se expresó más de una vez, explícitamente contra el corazón del constitucionalismo argentino: la división de poderes.
Felizmente, todavía la Argentina sigue pareciéndose al sistema político al cual Alberdi con su constitución y Sarmiento con sus escritos y su acción quisieron que nos pareciéramos: a los Estados Unidos, que aún votando a un populista cabal y con vocación destructiva de la institucionalidad como Donald Trump, al presentarse por uno de los dos tradicionales partidos es poco lo que pudo lograr en sentido disolvente. Igual que los Kirchner que no pudieron, a pesar de sus infinitos intentos, cooptar la prensa libre, acabar con la justicia autónoma y reemplazar las instituciones partidarias por una relación directa “líder-pueblo”, que en realidad es un sistema corporativo antiliberal de capitalismo de amigos.
Pero la comparación es muy relativa, porque los Estados Unidos tienen una estructura institucional democrática y republicana de siglos y nosotros la hicimos volar por los aires infinidad de veces. Aunque, pese a todo, con la aparición del radicalismo primero, y luego del peronismo, el sistema partidario se mantuvo, reemplazando al partido “liberal” que en la segunda mitad del siglo XIX forjó una Argentina exitosa pero que por más que hoy intente revivir, tanto con el peronismo (Menem) como con el radicalismo (Macri) no puede aún devenir el “tercer” partido que fortalecería la institucionalidad nacional.
Porque Javier Milei, más bien parece apostar (a diferencia de Menem o Macri) a la disolución de los partidos que a su fortalecimiento, siguiendo una fuertísima corriente de época. Lo cual en ese aspecto la agregaría un nuevo drama, el drama latinoamericano (pero no solo latinoamericano), a nuestra sufrida patria.
Y en eso estamos ahora, ante otro desafío institucional de envergadura luego de haber sufrido durante todo lo que va del siglo XXI a un populismo que intentó disolver los partidos políticos sin haber logrado con ello el menor éxito económico. El peligro que trajo consigo el kirchnerismo, aunque en algunos aspectos la Argentina semeje tierra arrasada, parece haberse superado porque aunque siga ganando elecciones, ya no parece tener fuerza para cambiar nada. Más bien lo que por ahora requiere es pulmotor para seguir respirando. El partido “del poder” nos está acercando al “vacío del poder”, a la anarquía, falencia que antes se suponía era el gran defecto de los partidos no peronistas.
Por ende, más allá de los resultados coyunturales de las elecciones de este año, los argentinos nos enfrentamos a un nuevo desafío estructural como aquel cambio brutal al que nos obligó la crisis de 2001: si el sistema de partidos que hasta ahora incorporó a su seno todos los intentos de cambiarlo por otro, esta vez podrá contener las nuevas fuerzas históricas disolventes que avanzan por todos lados en nuestro continente.
La alianza entre liberalismo y radicalismo que expresa Juntos por el Cambio deberá conciliar no a dos candidatos en pugna mediante primarias sino a dos concepciones muy diferentes: la de quienes piensan que para derrotar al kirchnerismo y a la vez contener el fenómeno que expresa Milei hay que fortalecer la alianza con la política tradicional expresada por los actuales partidos políticos. Y la de quienes piensan que para derrotar el kirchnerismo y contener el fenómeno que expresa Milei hay que acercarse a éste para disputarle así sus votantes y alejarse de los partidos tradicionales que cada vez representan menos las realidades de la sociedad. Y esas dos ideas, bastante opuestas. tienen adherentes tanto en el PRO como en la UCR. Habrá que ver si alguien es capaz de sintetizarlas.
Son dos maneras de enfrentar la anarquía porque Milei es la encarnación del voto de los que han dejado de creer en la política para mejorar sus vidas. No es Milei una propuesta, es un síntoma. Pero un síntoma que puede hacer volar por los aires el sistema político si, aunque no gane, deja sembrada la semilla de la disolución partidaria en el país. Cosa por la cual, casi nadie en el pueblo llano derramará una lágrima aunque después no sirva para nada. Pero es demasiada la razonable bronca acumulada. Nadie gritará vivas por la república constitucional ni por su recomposición luego del ciclón K si no puede antes comer, sanarse, educarse y tener seguridad como predicaba, con intuición pero también con impotencia el fundador de la aún existente nueva democracia de los argentinos.
El debate mendocino entre anarquía y concentración
A su manera, siempre distinta al resto del país pero nunca diferente a las grandes tendencias de los tiempos, Mendoza vivirá en estas elecciones todos estos desafíos, que comienzan hoy con los comicios municipales por las cuales los caudillos peronistas sobrevivientes buscan resistir para recluirse en sus tribus departamentales. Y desde allí decidir qué hacer más allá de sus territorios, sumidos, la mayoría, en una inmensa duda entre fortalecer desde adentro un peronismo más allá del kirchnerismo o buscar acuerdos (implícitos o explícitos) con el nuevo espacio que está intentando construir Omar De Marchi, el cual apuesta a lograr un buen resultado si puede construir un espacio donde sume el anticornejismo y el antikirchnerismo. Pero frente a un PJ provincial conducido por el kircherismo más acendradamente cristinista, la dualidad conceptual y la debilidad política puedan poner al peronismo mendocino en serios riesgos para seguir siendo el gran partido que fue en estos 40 años de democracia, durante los cuales gobernó la mitad.
Por supuesto que sería muy positivo para la provincia, a los fines del equilibrio del poder, que se pudiera volver al esquema de tres fuerzas competitivas como tuvimos hasta finalizado el siglo XX, pero también está el riesgo de la dilución partidaria como en el resto del país si no se puede frenar la anarquía y el vacío del poder.
Fuera del peronismo que vive una importante crisis, el nuevo debate en Mendoza se está dando entre dos grandes ideas que cada uno de los rivales en pugna busca expresar.
De Marchi cree que frente a la debilidad del peronismo que dejó al radicalismo casi como el único protagonista del poder provincial, los riesgos de hegemonismo y concentración política son muchos y peligrosos. Y él se ofrece para neutralizarlos.
Alfredo Cornejo supone que si el país logra, con un gobierno de Juntos por el Cambio, recuperar de algún modo el desarrollo económico, la institucionalidad mendocina que sigue siendo superior en promedio al resto del país, que en estos años pudo hacer poco para salir del estancamiento o la decadencia nacional, acelerará el crecimiento provincial porque cuando el país crece, la provincia crece más. Para ello, más que solo del radicalismo, busca ser la expresión local de todo Juntos por el Cambio, tanto de los que piensan de una forma como de otra (lo apoyan Larreta y Bullrich) pero simpatizando más con el ala más liberal del radicalismo.
Cornejo se propone como freno local a la anarquía del poder que puede ocurrir si a una propuesta racional contra el kirchnerismo como es Juntos por el Cambio se le impone una irracional como la de Milei que en Mendoza podría representar De Marchi, mientras que De Marchi se propone como freno a la concentración del poder que cree puede generar una segunda gobernación de Cornejo.
Interesante debate entre un peronismo en terapia que busca sin saber cómo su reconstrucción, un radicalismo que quiere aprovechar la institucionalidad local para crecer económicamente si el país vuelve a crecer y una tercera fuerza que propone detener los riesgos de la acumulación política excesiva en una provincia que siempre supo mantener un razonable equilibrio institucional.
Las cartas están echadas, hoy empiezan a ponerse en juego.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar