La pretensión de cambiar el actual orden mundial impulsa a Rusia y China a converger en una alianza informal, pero evidente, que se presenta en el tablero mundial como formidable.
En ese orden, por ejemplo, la invasión a Ucrania por Moscú recibió un fuerte espaldarazo por el inmovilismo, cuando no complacencia, de Pekín ante semejante hecho de fuerza.
Es que, desde un análisis realista de la política internacional, con el poder duro como variable determinante, resulta apropiado, al caso, aquel aforismo de “el enemigo de mi amigo es mi enemigo”. El enemigo común son EE.UU. y Occidente.-
Esa voluntad común de cambio, de un orden internacional que no se ajustaría a la distribución del poder actual, se sustenta además en la necesidad de reparar las ofensas y agravios sufridos en el pasado o amenazas concretas del presente.
Pero ese entendimiento, en la voluntad común de cambio y la necesidad de “reivindicarse” o “rehabilitarse” ante un nuevo mundo, creemos, tiene un límite.
Es que, las mismas razones geopolíticas o de política de poder, que los impulsan, conspiran para que esa alianza informal sea una verdadera “hermandad”.
Concretamente, el límite está en la utilización, como norte de sus respectivas políticas exteriores, del concepto de “Eurasia”. Resulta difícil pensar en una coexistencia pacífica o algún tipo de “condominio” sobre ese inmenso y rico espacio geográfico, entre dos naciones de tradición imperiales, aún en la hipótesis de la eliminación del enemigo común.
Para comprender esto, recordemos que la antigua doctrina geopolítica del “heartland” (léase Eurasia), decía que quien dominase esa enorme masa continental dominaría el mundo y que era la antítesis de la otra doctrina que pregonaba que la nación que dominase los mares, dominaría el mundo.
Lo que manifestamos, reiteramos, es una visión realista de la política internacional, por lo que no desconocemos que, en la actualidad, en la superficie de los vínculos bilaterales sino-ruso, existen múltiples compromisos y acuerdos, cooperación e intercambios mutuos, etc.
Además no es un juego de dos, otros actores entran en escena, como la India, con su importante peso demográfico y económico o Turquía, que proyecta, o pretende proyectar, su influencia en todos los pueblos turcos de Asia Central.
La perturbación internacional, por los acontecimientos actuales, sostienen esta interpretación.
El estancamiento en la guerra de Ucrania y contra sus sostenedores, ha significado -por el momento– la frustración de los planes de Rusia y la interferencia al desarrollo económico de China.
Esa preocupación es lo que manifestó Pekín en la reciente cumbre de los países de la Organización de Cooperación de Shanghai .-
Recordemos que el instrumento de Pekín, para ser la primera potencia mundial, la Nueva Ruta de la Seda, se despliega principalmente, por el Asia Central.
Una eventual derrota rusa (descartando del análisis la utilización del poder nuclear), además de la conmoción mundial, alentaría pretensiones chinas sobre Siberia y sus recursos energéticos y sobre las ex repúblicas soviéticas del Asia Central.
La historia de ambos países indica que nunca fueron aliados, ni siquiera en la Guerra Fría, y como dato anecdótico, digamos que la Rusia zarista fue parte de las humillaciones infringidas a China, que, en ocasión de su participación en la intervención internacional para sofocar la rebelión de los bóxers (nacionalista y xenófoba), arrebató a Pekín, enclaves y privilegios en Manchuria.
Resulta obvio que toda alianza está motivada por intereses comunes, y la historia da claros ejemplos del auge y fin de ese tipo de vínculos. Esta alianza no escapa a esa lógica. Pero no es una alianza como la mantenida entre los EE.UU y Gran Bretaña, o como la de este último país y Portugal, alianzas asentadas en lazos culturales comunes o solidificadas con los siglos.
Por ello, creemos, que esta alianza se presenta coyuntural y pragmática, intimidante, pero epidérmica. Una alianza viciada en sus fundamentos, por la incompatibilidad mutua de realización de las respectivas aspiraciones de poder mundial de Rusia y China.
* El autor es Licenciado en Relaciones Internacionales.