Como un efecto no querido, porque lejos de los objetivos del presidente ruso estaba la unidad de sus enemigos, el brutal uso de la fuerza para la violación de la integridad territorial de un país soberano, ha conseguido aglutinar pueblos y gobiernos de Europa, revirtiendo una tendencia contraria de años y muy peligrosa para la gobernanza mundial.
En primer lugar, ha logrado la unidad de la Europa atlántica con la “nueva Europa”, es decir aquellos países del este europeo, recién independizados de la URSS, que acompañaban a Washington “casi de las narices” en política internacional, deseosos de democracia, libertad y sobre todo seguridad (pero también a cambio de sustanciales ayudas financieras). Son la pléyade de países que ingresaron por tandas a la UE y la OTAN.
Segundo, ha demostrado que, a pesar del Brexit, Gran Bretaña sigue comprometida con la estabilidad y seguridad de Europa. Es claro, que ya no es posible, aquella vieja política -cuando Londres era la primera potencia mundial- que indicaba no comprometerse en los asuntos continentales y concentrarse en los mares y el comercio, el llamado “splendid isolation” (espléndido aislamiento). Hoy prevalece la comunidad en los valores democráticos por sobre otras consideraciones.
En tercer lugar, apuntala la integración continental. Hace tiempo en el seno de la Unión Europea, se venían manifestando fuerzas centrífugas diversas que la debilitaban (nacionalismos de derecha, violaciones al Estado de derecho, etc).
Países como Hungría y Polonia, que venían teniendo conductas contrarias al “espíritu de la UE” se allanaron directamente a la condena unánime a la agresión a Kiev.
Significará para Europa plantearse una vez más la adopción de una política exterior y de seguridad común, una de las grandes falencias del bloque y que la inhibía para ser un actor eficaz en la escena internacional.
Más aún, la propia Ucrania, en estado de emergencia por la invasión, ha solicitado en “trámite exprés” su adhesión al bloque europeo.
En cuarto lugar, ha empujado a una serie de Estados a hacer “real politik”, sea por la conmoción de la agresión, por creciente inseguridad, por las amenazas proferidas, etc. Son aquellos estados de larga tradición neutral, principista, legalistas, etc. Aquí se encuentra, Suecia, Finlandia, Suiza, etc.
Asimismo y fundamentalmente ha tenido un impacto en la política interna y externa de Alemania. El conflicto ha dirimido definitivamente entre los valores y los intereses económicos/comerciales. Sabido es que Berlín, tiene fuertes vínculos económicos comerciales con Rusia, de ahí sus cavilaciones y dudas en cuanto a la política hacia Moscú. El cambio, se dice, es “paradigmático”, en tanto Berlín, ha considerado conveniente rearmarse.
Por último, pero no menos importante, el conflicto, ha logrado recomponer la Alianza Noratlántica -aquella que Donald Trump dinamitó- al comprometer a los EEUU , Canadá y Europa, la OTAN, en una empresa común.
El rechazo común no es meramente declarativo, se ha manifestado en actos concretos, como sanciones económicas/financieras, ayuda militar, etc., excede lo gubernamental y ha calado hondo en la sociedad civil y la opinión pública mundial. También ha significado la aceptación que la toma de posición, implicará costos económicos a los propios ciudadanos europeos, en defensa de los valores democráticos.
La condena mundial ha sido casi unánime, desde que relevantes aliados de Rusia, por diversos motivos, se han plegado a la misma, como China y el líder turco Erdogán.
En definitiva, la crisis mundial desatada por la agresión rusa, ha empujado a Europa –las Europas– al ejercicio del “poder duro”, el militar y económico, y exhibir su “poder blando”, es decir aquella atracción que se ejerce por los valores y las instituciones, etc.
Creemos, Europa debe buscar hoy la impresión que ejercía el antiguo imperio romano, que era temido por sus legiones, pero admirado y respetado por su civilización.
*El autor es Licenciado en Relaciones Internacionales