Un hecho único en la historia, que sucede por primera vez y nunca volverá a repetirse, serán las exequias de la reina Isabel II del Reino Unido.
En efecto, se celebrará una procesión y un servicio fúnebre el próximo lunes 19 de setiembre, en el marco de edificios que son patrimonio de la humanidad, de la monarca que más tiempo ha tutelado sus dominios extendidos a lo largo y ancho de nuestro planeta.
Nunca se han reunido, ni volverán a concurrir, tantos jefes de Estado europeos, americanos, asiáticos y africanos, actuales y del pasado; tanta realeza en ejercicio como depuesta; tantos súbditos y curiosos y, sobre todo, un esplendor que cerrará toda una época.
Se exteriorizará el más absoluto respeto a una constitución y a un régimen parlamentario de gobierno, por una parte; a Dios, a la Fe y a los valores morales cristianos, por otra, y, finalmente, al dolor de todo un pueblo o mejor dicho de varios, que han perdido a su líder, el único conocido en más de setenta años por la gran mayoría.
La Historia estará presente no sólo en el evento sino entre el auditorio.
Justamente, todos los dirigentes que asistirán a la ceremonia ya se encuentran insertos en las páginas de la memoria de sus tierras ancestrales, los miembros de las casas reales europeas, todos emparentados repetidamente con la difunta soberana, personifican el enlace entre el pasado, el presente y el futuro.
Prácticamente todas las majestades son descendientes por ejemplo de los Reyes Católicos, de los Médicis, de Victoria Regina, del danés Cristian IX, de los zares rusos, y de los Luises franceses.
El oriente estará representado por una casa imperial milenaria y África, Medio Oriente y Oceanía por dinastías que nos resultan extrañas y desconocidas.
Todas las etnias, los credos y civilizaciones estarán convocados, todas las franjas etarias se abrirán paso, todos los estados civiles y orientaciones sexuales quedarán evidenciados.
Lo más asombroso es que tanta diversidad en su riqueza y extensión se reúne con el único objetivo consensuado de rendir merecido homenaje a quien, respetando su palabra, su herencia y sus fuertes principios, cumplió incansablemente con su deber durante siete décadas.
Es el reconocimiento al trabajo bien hecho, a la conducta intachable, al sacrificio en pos de otros.
En la ilustre asamblea no habrá gritos, ni llantos, ni escándalo.
La sobriedad y la discreción serán la consigna, imitando a la conducta de la adalid que se despide.
Así, en orden y en silencio, se reconocerán los méritos y la vida de la Guía de una sólida democracia que se apoya en el respeto a la tradición y a las instituciones.
* El autor es Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza