El segundo tiempo de Cornejo, los hijos de la democracia y el gobierno de la “evolución”

El gobernador asumió su segundo mandato con un contexto y desafíos muy distintos a los que tenía hace ocho años. Su frente perdió aliados, tiene menos intendentes y ya no puede hablar de la herencia recibida, pero se encargó de remarcar que su gestión no será “de mera continuidad”. A nivel nacional, no es opositor ni oficialista, aunque promete apoyar las reformas de Milei. De los siete ministros que designó, cinco nacieron cuando Alfonsín ya era presidente.

Ilustración: Gabriel Fernández
Ilustración: Gabriel Fernández

Alfredo Cornejo ha demostrado a lo largo de los años que su carrera está construida sobre desafíos que buscan romper los preconceptos. El primero trascendente para él quizás haya sido sacarse el mote de “operador” para ponerse el traje de gestor con potencial electoral. Así llegó a gobernador en 2015. Ayer dio otro paso más en eso de lograr golpes de efecto: es el primero de los elegidos desde 1983 que vuelve a ocupar el cargo. Justo cuando se cumplen 40 años de la recuperación democrática argentina.

Un fragmento de una entrevista publicada por este diario el 14 de octubre de 2018 puede resultar premonitorio. O al menos deja entrever que el desafío personal estaba planteado.

-¿Le gustaría volver a ser gobernador en 2023?

-(piensa, se lo imagina y después sonríe) Ninguno ha podido... Soy muy realista: creo que proyectar en un país como éste con tanto tiempo de antelación sería como mínimo soberbio de mi parte.

-¿Pero el deseo lo tiene?

-La verdad… a mí me gusta mucho lo que hago, no lo sufro, pero también tiene sinsabores.

Aquello que parecía futurología, cinco años después es realidad. No puede decirse que no avisó a aquellos que supieran leerlo.

Eso de romper esquemas también se dio cuando acordó con Laura Montero para que ella lo acompañara en la fórmula en 2015 y se convirtiera en la primera vicegobernadora.

Este año, repitió: una mujer, Hebe Casado, lo secunda desde la Legislatura. Pero decidió ir más allá y eligió a Mercedes Rus para conducir el Ministerio de Justicia y Seguridad, o sea la policía. Por primera vez, esa institución siempre machista al extremo va a tener que subordinarse a una mujer. Todo un cambio de época.

En el gabinete que designó para arrancar su segundo mandato, hay otro golpe de efecto: cinco de los siete ministros son “hijos de la democracia”. Nacieron cuando Raúl Alfonsín ya presidía la Argentina. Además de Rus, están Natalio Mema, Jimena Latorre, Víctor Fayad (h) y Rodolfo Montero. Los tres hombres, además, con apellidos ligados a la historia radical tras el retorno democrático.

Aquel aviso a su círculo íntimo, días después de lanzarse, de que esta vez iba a gobernar con millenials se cumplió. Como si ya entonces hubiese tenido en su cabeza el equipo.

Por primera vez, esa generación tiene a cargo gran parte de la gestión del Estado y por eso están sometidos a una prueba de fuego. Por sus manos pasarán las decisiones que deberían torcer la decadencia de la que Mendoza parece no poder escapar hace años.

A los sub 40 de Cornejo los unen dos puntos en común, además de la edad y el alineamiento con su jefe político: son universitarios con posgrados y con experiencia en la administración pública, acumulada durante los últimos ocho años.

Paradójicamente, el ministro de mayor edad es el más novato: Rodolfo Vargas Arizu (63) no registra antecedentes en la gestión pública y para él también implica una prueba de fuego el nuevo trabajo. Pasar del ritmo y el sistema de toma de decisiones del sector privado al del Estado no es fácil. Tampoco lo es entender los códigos de la política, muy distintos a los empresarios. Como si fuera poco, va a pasar de no tener jefe a tener uno con fama de muy exigente.

Está claro que en el nuevo gobierno, Cornejo descansará y apostará mucho a Tadeo García Zalazar, súper ministro del área social (Educación, Desarrollo Social y Cultura), que tendrá a su cargo la principal promesa de campaña: la calidad educativa.

Junto a él, serán claves en la gestión otras dos figuras que no son parte del gabinete formalmente, pero sí en la consideración del Gobernador: Martín Kerchner, presidente provisional del Senado, y Andrés Lombardi, presidente de la Cámara de Diputados. Los tres son del núcleo duro cornejista. Los tres, menores de 50.

El Cornejo que asume hoy tiene un contexto y, por ello mismo, desafíos muy distintos a los del que asumió en 2015. Esas diferencias no son sólo por el escenario estrictamente de la provincia que le tocará gestionar, sino por los planos nacional y municipal, que obviamente influyen y mucho.

Ante todo no puede ya repetir sus argumentos, propuestas y objetivos del primer mandato, luego de dos gobiernos peronistas (sobre todo el de Paco Pérez) cuestionados y con herencia muy pesada. Con el orden fiscal y la austeridad ya supuestamente logrados por su gestión y la de su sucesor Rodolfo Suárez, los objetivos deben apuntar al crecimiento en todo sentido, por supuesto, con las limitaciones que impone la Argentina.

Pero en su discurso de ayer y en la entrevista que se publica en esta edición, el Gobernador deja flotando una idea cuando habla de lograr un Estado “mucho más eficaz y mucho más eficiente” porque hay “bolsones de improductividad alto”. También cuando reconoce la inseguridad y advierte a los delincuentes que va a ir por ellos “cada vez con más fuerza”. O cuando se refiere a la economía provincial y sus materias pendientes.

La idea que expresa tácitamente se asemeja mucho al mensaje de campaña de su oponente interno en las PASO, Luis Petri: Mendoza estuvo en pausa los últimos cuatro años, con Suárez en la gobernación, y hay que volver a darle play. Como si desde que él se fue, hasta su regreso ayer, poco o nada se hubiera hecho para ir más allá.

La forma que encontró de explicitar esa crítica a la herencia recibida, sin lastimar a nadie, fue aclarar que la suya no será una gestión de “mera continuidad” sino de “evolución”.

El Cornejo de hace ocho años llegó como cabeza de un frente que unía a casi toda la oposición y que se fue desgranando. Hoy, esa coalición es la UCR más algunos aliados de menor porte. Además, era parte del oficialismo nacional con Mauricio Macri en la presidencia. Con los supuestos beneficios que eso podía traer por los recursos (obras o dinero). Y también con los perjuicios, por el costo político de ser socio de una gestión que terminó muy cuestionada.

Los próximos cuatro años, tendrá que convivir con un presidente del que, por lo visto hasta ahora, no puede decirse opositor. Aunque tampoco al punto de ser oficialista. Los contactos de la liga de gobernadores de la UCR_y el Pro con Guillermo Francos han afianzado un vínculo, pero no al extremo de ser parte del Gobierno como el peronismo cordobés. Una suerte de “pololeo” sin los compromiso de una relación formal.

Como para no dejar dudas de ese acercamiento, en el discurso ofreció públicamente su apoyo a Javier Milei para encarar las reformas necesarias para encauzar la economía. Y hasta se animó a decir que el país votó un cambio que tiene mucho que ver con lo que se ha venido haciendo en Mendoza desde su primera gestión.

Hacia el interior de Mendoza, Cornejo también enfrentará un escenario político distinto. Con números en la Legislatura similares a los de 2015, tal vez ahora la ventaja sea la mayor fragmentación opositora, que deriva en una mayor permeabilidad.

Pero en los municipios, la situación es más compleja. Los 13 intendentes aliados de entonces ahora serán solo ocho, todos radicales, y de ellos, cinco son debutantes. Su atención está puesta, sobre todo, en Las Heras. Por algo, Francisco Lo Presti estuvo sentado a su lado en la Legislatura. Pero no puede dejar de mirar a “su” Godoy Cruz y a Guaymallén, claves para el dominio electoral de su frente.

Para mostrar la apertura del Cornejo 2023, agradeció a la Legislatura haber aprobado el Presupuesto y sentó en primera fila a Celso Jaque, como ex gobernador pero también como “decano” de los intendentes peronistas con los que deberá convivir y negociar.

Ese Cornejo que gobernará hasta 2027 es el que se declara orgulloso de haber asumido nuevamente, como ningún otro desde 1983, pero que prioriza su “profesionalismo” político para no dejarse ganar por la emoción.

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