La Argentina se encuentra frente una verdadera bifurcación. No es tiempo de grises ni de posiciones intermedias porque la opción, por naturaleza, no lo permite. Es sorprendente advertir cómo se ha ido reordenando el espacio público en general, alineándose hacia un lado o el otro. Partidos, dirigentes, organizaciones, personalidades públicas, periodismo, en fin: la sociedad civil en general. Todos han ido eligiendo un camino o el otro, y se expresan públicamente. Algunos lo hacen aunque de manera “solapada”.
La línea divisoria de aguas se ha corrido. Las coordenadas ya no son las mismas. Ya no es Macri y Cristina, aunque los involucra también. “La grieta” es todavía más profunda y de corte transversal. Podría decirse que el binomio que se expresa es otro: por un lado, el statu-quo que tiene un arraigo cultural muy profundo y antiguo en la Argentina (lo malo conocido); y por el otro, la propuesta de una verdadera transformación (sin valoraciones) hacia un camino desconocido que genera expectativa, temores, esperanzas y dudas.
La neutralidad, defendida y criticada en diferentes espacios, sólo puede ser neutral en el plano individual, en el de la consciencia personal, pero no en el colectivo. Aquí la neutralidad termina incidiendo inexorablemente. Las matemáticas demuestran que la indiferencia electoral favorece al que viene con ventaja de votos propositivos. En el balotaje, se sabe que el voto que decide es el que se expresa “en contra de tal” o “a favor del segundo mejor” o del “menos malo”. Si estos votos no se manifiestan, se cristaliza el resultado de las elecciones generales. Es por esta razón que a Sergio Massa le sirve el voto neutro (en blanco), o la no participación. Y, en el caso de que el elector vacilante decida ir a votar, pues que lo haga con miedo. La misma razón es la que impulsa a algunos encuestadores a mostrar a Milei como ganador. Relajar la participación y fiscalización es una buena carta para el modelo de la continuidad.
Vamos a las opciones. El statu quo es la zona de confort. Es lo conocido; lo previsible. Es decir, aunque la realidad argentina es imprevisible, lo que es previsible son las reglas de juego. La Argentina está acostumbrada a dicho sistema. Muchísimos empresarios también están acostumbrados. Ellos saben muy bien cuáles son las reglas. Y las reglas son los acuerdos. Acuerdos que deciden licitaciones, que financian parte del periodismo (sin valoraciones), que permiten la administración de “cajas públicas”. Es decir, el statu quo es el ámbito de lo negociable. Aquí no reina la competencia libre y anónima, si no el que sabe “moverse”, tiene buenos amigos, tiene favores para dar y cobrar o poder de negociación. Massa, Morales, Lousteau y Rodriguez Larreta, entre otros, representan sin duda esta expresión.
Por otro lado, la transformación que propone Milei es verdaderamente radical (sigo sin valoraciones). Lo que ocurre es que no sabemos si podrá hacerlo. El statu quo tiene sus anticuerpos y se va a defender a capa y espada. Ya en campaña viene mostrando la fiereza de sus dientes. Lo que propone LLA es la verdadera libertad y la competencia real (hasta ahora, sólo declamada). Con sus beneficios y sus riesgos. Hay quienes quieren competir y están acostumbrados a hacerlo en condiciones muy incómodas, engorrosas e inseguras. Sin embargo lo hacen bien y se tienen fe. Pero hay muchos que tienen verdadero pánico a la libertad. En un estado tan agigantado, donde 18 millones de argentinos dependen de él de una u otra manera, es lógico que haya gente que tenga incertidumbre frente al futuro.
Lo cierto es que hay que decidir y vale la pena convocar a la participación. Pronunciarse por una u otra de las alternativas no implica traicionar los propios ideales ni la identidad, es implicarse en lo que está en juego en el fondo de la elección. Es importante que la gente se exprese en un momento tan crucial para el país y, en todo caso, si se decide por la neutralidad, que sea consciente de que no es un acto inocuo; que tiene sus consecuencias en el resultado final y que, se quiera mirar o no, es una manera higiénica de ser parcial. De elegir sin ensuciarse las manos. De no cargar con la responsabilidad de un eventual desastre.
También hay que decir que existen las trampas, las mañas, el micro fraude y su militancia, y que, en un balotaje, dichas irregularidades no son insignificantes. La segunda vuelta se resuelve por un solo voto y debemos cuidar la democracia. Por supuesto que gane el que más votos obtenga, cualquiera sea, pero que su cosecha sea real. No permitamos que se vulnere la democracia. Seamos rigurosos en esto. Estas sí son valoraciones personales.
Por último, en estas instancias y estando en democracia, puedo permitirme expresar una opinión o, mejor aún, formular algunas preguntas: ¿Da lo mismo ser derecho que traidor? (Enrique Santos Discépolo, Cambalache, 1934); la obscenidad que se ha hecho de la cosa pública y del dinero de los argentinos, ¿no es relevante a la hora de votar?; ¿cuál es el papel que hoy ocupa la ética pública? ¿No incide en nada a la hora de elegir? ¿Se puede ser neutro en tiempos de crisis moral? (La frase corresponde a una interpretación del ex presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, de un pasaje de “Infierno”, la primera parte de la obra de Dante Alighieri, “La Divina Comedia”).
Y otra más ¿No nos habían alertado de que Milei era el Caballo de Troya de Massa? ¿Acaso Massa es diferente del kirchnerismo? ¿No es él mismo el animal de madera, vehículo del kirchnerismo que se halla explícito en sus listas? ¿El pueblo argentino se va dejar embaucar otra vez con el mismo artificio grotesco de 2019?
Desde luego, estas preguntas no son imparciales y exhiben valoraciones personales. La independencia y la objetividad en el análisis no son enemigas de las valoraciones.
* El autor es abogado.