La preparación de la batalla y los informantes

Espías que transmitían información sobre las fuerzas realistas y agentes que sublevaban a los patriotas chilenos, fueron audaces protagonistas de una guerra que preparó el terreno para la victoria.

La preparación de la batalla y los informantes

El 15 de enero, cuando ya habían comenzado a movilizarse las primeras tropas en dirección a Chile, San Martín firmó las instrucciones reservadas destinadas al coronel Las Heras, quien se preparaba para marchar por el camino de Uspallata.

El mismo día, pidió al Gobernador Intendente que tomara medidas para ocultar la marcha del ejército.

Al día siguiente, Luzuriaga publicó un bando en el que comunicaba a los pobladores que quedaba restringida la circulación en un área de tres leguas alrededor de la ciudad, límite que sólo podrían atravesar aquellos autorizados por un pase.

Reforzó las medidas el 18 de enero prohibiendo el tránsito a Chile, y aumentó el control de los individuos que llegaban desde la otra banda de la cordillera sin pasaporte.

Estas disposiciones reforzaban el bando de fines de diciembre de 1816, en el que ordenaba la salida de los españoles europeos, extranjeros y americanos indiferentes a más de 40 leguas de las ciudades de Mendoza y San Juan.

No era infundado el temor a que los realistas descubrieran los caminos que utilizaría el ejército antes de que se efectuara el cruce de la cordillera. Desde 1815, espías patriotas y realistas mantenían una guerra silenciosa. Engaño, traición, prisión o muerte, eran riesgos que involucraba la política que preparaba el terreno para la batalla en todos los frentes de la revolución rioplatense.

La "guerra de zapa"

A principios del siglo XIX, la palabra “zapa” se usaba para denominar una pala especialmente filosa utilizada por los “zapadores”, nombre que se les daba a los soldados encargados de remover obstáculos en el terreno para facilitar el desplazamiento de los ejércitos.

La expresión "trabajo de zapa" se refería a actividades ocultas para conseguir un determinado fin y; la de "guerra de zapa", describía prácticas clandestinas para obtener información sobre la situación del enemigo, pero también para engañarlo y molestarlo. El significado es similar al de espionaje pero, en el contexto de las guerras de independencia, tenía otros matices.

La "guerra de zapa" buscaba obtener información necesaria para enfrentar a un enemigo superior y al mismo tiempo, socavar la influencia que tenían sobre parte de la población. Para el director supremo Álvarez Thomas, que estimulaba la política iniciada por San Martín, se trataba de "debilitar de este modo los apoyos con que hoy se sostiene la causa del rey".

En febrero de 1816 se explayaba sobre sus propósitos y actividades: “Alarmar a Chile, seducir las tropas realistas, promover la deserción, figurar los sucesos, desconceptuar los jefes, infundir temor a los soldados enemigos y procurar desconcertar los planes de Marcó, deben ser objetos del cuidado de V.S. Yo descanso en que trabajará V.S. con celo infatigable para asegurar esa provincia y preparar la ruina de los opresores de Chile”.

Para conseguirlo, en 1815, le había aconsejado poner: “en movimiento todos los arbitrios que sugiere la política y la necesidad en tales casos, en el bien entendido que no hay uno solo que no sea honesto, si V.S. lo considera útil en su resultado” para fomentar la “ruina del tirano” y el “partido de la libertad”.

En este sentido, los revolucionarios tenían claro que para derrotar a los realistas era tan importante ganarse el apoyo de los pobladores chilenos como entrenar a los soldados y, para conseguirlo, en el contexto de la guerra, todo era válido.

Estrategias de la guerra silenciosa

Encontrar espías fieles y capaces de cumplir sus objetivos no resultó una tarea sencilla. En 1815, consiguió que algunos emigrados chilenos que simpatizaban con los Carrera se arriesgaran a retornar a Chile.

Para otorgarles credibilidad ante los realistas, los hizo detener por razones políticas, permitiendo luego que se fugaran y llegaran a Chile simulando ser enemigos de los revolucionarios rioplatenses.

A pesar de los riesgos, la treta tuvo buen resultado. Con trucos similares tendió una red de espías en las principales ciudades de Chile, que se movían entre las élites y el bajo pueblo; y hasta consiguió incluir a un escribiente de la secretaría de Marcó.

La identificación de residentes en Mendoza, que transmitían noticias sobre Cuyo, le permitió diseñar un complejo juego de engaños, a través de los cuales enviaba noticias falsas y desacreditaba las verdaderas.

Consiguió embaucar al general Osorio, presidente de la Capitanía de Chile, a través de una carta que firmaba como "Un Europeo Español", y al año siguiente, se las arregló para hacer creer a Marcó del Pont que recibía información de Felipe Castillo Albo, un peninsular desterrado en Mendoza.

Advertido por Álvarez Thomas del peligro que representaba un chileno que, tomado prisionero en Montevideo, había escapado de Buenos Aires rumbo a Chile, consiguió desacreditarlo ante Marcó del Pont, utilizando su condición de americano y haciendo correr el rumor, a través de las cartas falsas que escribía, de que se trataba de un espía de Buenos Aires.

A partir de 1816, sus agentes intensificaron las acciones para atemorizar y perturbar a las fuerzas realistas. Repartían proclamas anónimas para seducir y entusiasmar a los indiferentes y patriotas; difundían rumores sobre la invasión de un importante ejército al Sur de Chile, y formaban guerrillas en distintas áreas para dispersar las tropas.

Manuel Rodríguez organizó varias guerrillas y, aliado con el bandido José Miguel Neira, atormentaron a los realistas: robaban caballos y armas, cortaban caminos, emboscaban a las tropas y luego escapaban. Operaron en las campañas del Maule y Colchagua, asaltaron las villas de Curicó, San Fernando y Melipilla.

Marcó intentó contener la acción de las guerrillas movilizando sus fuerzas, pero a pesar de que puso precio a su cabeza y lo condenó a muerte, sus esfuerzos no tuvieron éxito.

Espías y agentes secretos

Los emigrados chilenos resultaron ideales para las tareas de la zapa. Conocían el terreno y los caminos, tenían vínculos y, por su acento, posibilidades de pasar desapercibidos. Aunque en sociedades pequeñas, donde podían ser reconocidos, la condición de emigrado los ponía en peligro.

Los espías de San Martín pertenecían a distintos sectores sociales. Algunos eran políticos y abogados, como Manuel Rodríguez o el Dr Felipe Santiago del Solar; varios eran militares, como Ramón Picarte y Diego Guzmán.

No faltaron entre ellos los comerciantes, campesinos, arrieros, baqueanos y peones que conformaron una compleja red en la que tenían asignadas funciones diversas que les permitía trasladar información en varias direcciones.

En los legajos de la Secretaría de Guerra se conserva la correspondencia firmada con nombres falsos o apodos como Alfajor, el Alemán o El Español.

Sus destinos variaron en función de la prudencia con la que operaron: algunos fueron sorprendidos y pasaron largas temporadas en prisión, o murieron asesinados; otros tuvieron más suerte y no fueron descubiertos.

San Martín no sólo utilizó estas tretas en Chile; también consiguió información utilizando agentes en Cuyo. Es legendaria la historia de Pedro Vargas, un respetable vecino de Mendoza que fingió apoyar al Rey para conseguir infiltrarse entre los opositores locales que transmitían información a Chile.

Para que el engaño fuera creíble, Vargas fue multado, encarcelado, engrillado, desterrado a San Juan y San Luis. La simulación resultó tan verosímil que hasta su esposa intentó divorciarse de él. Después de Chacabuco, San Martín le agradeció públicamente sus servicios a la causa patriótica para desmontar la farsa.

La fidelidad era la característica que San Martín buscaba en sus espías, aunque no descuidaba los estímulos materiales para evitar peligros, ya que si el patriotismo y las convicciones movían a muchos de estos hombres, a otros los impulsaba la ambición.

Las operaciones de la zapa eran costosas y, sólo entre febrero de 1815 y febrero de 1816, se invirtieron casi 5.000 pesos en actividades secretas.

En marzo de 1816, San Martín pedía a Álvarez Thomas que no escatimara recursos para financiar la guerra de zapa: “V.E. estará convencido que si para algo debe haber prodigalidad, es para espías; de lo contrario, estamos expuestos a que sean dobles, como me ha sucedido con un tal Francisco Silva (encausado) que me lo ganó Osorio”.

Los resultados de la guerra de zapa

Las distintas operaciones de la guerra de zapa contribuyeron a convulsionar la sociedad chilena y perturbar a los realistas que adoptaron una actitud defensiva, a pesar de la magnitud de sus tropas.

El 4 de febrero de 1817, Marcó del Pont escribía al Intendente de Concepción: “[...]siendo conocido su ardid de hacer esas llamadas falsas con pequeños destacamentos de emigrados revolucionarios, y tropas inferiores para distraer las mías, e invadir aquí con seguridad [...] Mis planes están reducidos a continuos movimientos y variaciones según las ocurrencias y noticias del enemigo, cuyo Jefe de Mendoza es astuto para observar mi situación, teniendo innumerables espías, y comunicaciones infieles alrededor de mí, y trata de sorprenderme”.

Las reflexiones del jefe realista evidencian que advertía la estrategia de San Martín, pero fue incapaz de contenerla. No pudo descubrir ni cuándo ni por dónde sería atacado y, se vio obligado a dispersar sus fuerzas. La astucia y el secreto resultaron ser armas efectivas para el General patriota.

Silueta biográfica

Manuel Rodríguez, espía al servicio de las fuerzas patriotas.

Origen. Nació en Santiago de Chile en 1785 en una familia de la élite. Estudió en la Universidad de San Felipe donde se doctoró en Leyes en 1804.

Días de revolución. En 1810 adhirió a la revolución y participó en la vida política de la Patria Vieja. Fue secretario de José Miguel Carrera, de quien era amigo desde la infancia, y durante su gobierno colaboró en los ramos de Hacienda y Defensa, aunque no siempre secundó sus políticas.

Al servicio de San Martín. Emigró al Río de la Plata después de la derrota de Rancagua y en Mendoza ofreció a San Martín contribuir a la reconquista como espía en la otra banda de la cordillera.

Además de transmitir valiosa información, perturbó a las fuerzas realistas con grupos de montoneros e impulsó la insurrección en amplias áreas del centro y sur de Chile.

Después de la victoria de Chacabuco resurgieron los conflictos internos entre los revolucionarios y terminó enfrentado con el director supremo, Bernardo O’Higgins.

Fin. Murió asesinado en Til-Til a los 33 años de edad en un confuso episodio del que se responsabilizó a sus enemigos políticos.

Homenaje

Manuel Rodríguez tiene su recuerdo en Santiago de Chile donde hay una plaza que lleva su nombre y también alguna calle.

Bibliografía

- Espejo, Gerónimo, El Paso de los Andes. Crónica histórica de las operaciones del Ejército de los Andes para la restauración de Chile en 1817. Buenos Aires, Casavalle Ed., 1882.

- Matta, Guillermo. Manuel Rodríguez. Galería Nacional o Colección de biografía y retratos de hombres célebres de Chile. T. I. Santiago de Chile, Biblioteca Nacional, 1996.

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